Por: Pedro Conrado Cudriz
Actualmente trabajo en la promoción de libros y la lectura. He viajado por el centro oriente del departamento del Atlántico, incluyendo a Santo Tomás, Sabanagrande, Palmar y Polonuevo. Visito las escuelas con Sibila editores.
La experiencia ha sido rica y positiva, esperanzadora.
Les cuento: hay una minoría de niños que nos asombran porque son muy buenos lectores. Confiesan que leen historias de guerra, otros han leído El Principito, o La vuelta al mundo en ochenta días y algunos, confiesan con cierta timidez que también leen otros textos, que no recuerdan. Pero leen y de manera habitual. Estos niños lectores tienen un vocabulario muy rico, se concentran en clase y se expresan muy bien y son, además, reflexivos.
Una anécdota: Una niña de cuarto o quinto grado de una escuela privada, me preguntó por qué la escuela era tan aburridora. No supe que decirle, o no quise responderle, y le regresé la pregunta: ¿Por qué? Su respuesta fue muy triste, avanzada para la lentitud del medio escolar y sobre todo digna: “Nos obliga a leer lo que no queremos leer.”
La experiencia también ha sido negativa, traumática desde lo intelectual, lo académico y lo social si se quiere. Ninguna de las escuelas públicas o privadas de la región visitadas tienen bibliotecas en ningún sentido, ni en el clásico ni en la tradicional biblioteca escolar.
Creo que el no contar con bibliotecas en las escuelas de cualquier color, es de alguna manera un fraude público a la sociedad y en concreto al ciudadano. Lo que quiero decir, es que esta negación de la biblioteca a los niños, consciente o inconscientemente termina por ser una prohibición oscura para que ellos no tengan acceso a la inteligencia del mundo, a la imaginación y al pensamiento de infinitos autores. Es una negación traumática para la vida sociocultural, política y ciudadana de la sociedad.
En casa, los niños confesaron que en vez de bibliotecas cuentan con uno, dos o tres televisores. El libro no es una necesidad como la carne, el pan, o la leche, etc. Así no hay manera de alimentar el espíritu de los niños y transformar la vida del barrio.
En uno de los talleres de literatura patrocinados en el municipio de Santo Tomás por el Ministerio de Cultura, fue decepcionante escuchar de labios de los adolescentes, estudiantes de bachillerato, que no les gustaba leer y que, además, nunca habían leído por placer un libro en su vida.
Cuando uno interactúa con los niños y adolescentes lectores, el alma, esa abstracción metafísica del cuerpo, nos regresa al pecho como aliento, esperanza y optimismo, o que sé yo, también como alegría, como el tesoro perdido que andamos buscando para la paz interior, o del espíritu de la sociedad.
La sociedad no ha logrado comprender todavía la importancia del libro, tampoco la institucionalidad, sin excluir la escuela, que es una obra de cemento ocupando mediocremente metros cuadrados del territorio. Como dijo alguien en las redes sociales, la escuela es otro aparato del Estado cuya función fundamental es operar para que la gente no cambie, sea obediente e incluso para mantener un ejército de trabajadores para las empresas de la región y no gentes para el desarrollo humano.
Ken Robinson, q.e.p.d, líder en desarrollo creativo e innovador, pensando en la educación sostiene que el sistema ya no sirve para estos nuevos tiempos. Se agotó. Porque reprime la libertad justa para realizar los cambios necesarios que les transformen la vida a las gentes. Y pienso que la escuela a marginado la educación, la creatividad, el pensamiento crítico, el civismo, la colaboración, la solidaridad y las habilidades blandas con las que es posible reproducir los cambios en los estilos de vida.
Pensar es peligroso para la economía de mercado. La mala educación lo que hace es reproducir la uniformidad que es inalterable desde lo social y desde lo político, porque educa para que todos se parezcan entre ellos, que no piensen, que vistan iguales o piensen iguales.
Los libros y la educación crítica de desarrollo humano ayudan a elevar la conciencia del hombre común, que todavía no sabe para qué va a la escuela.
Uno no sabe de la utilidad del libro, hasta después de haberlo leído, cuando casi lo hemos olvidado. Porque es un alimento de la imaginación, de la memoria y el desarrollo creativo; y eleva la inteligencia crítica para comprender mejor el mundo y a los otros.
La lectura es definitivamente mágica, te transporta a nuevos universos.
Gran apuesta,Peco