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julio 20, 2025

La Primicia Noticias

Una Nueva mirada

Mi renuncia

“Quiero que todos en el tren sepan que los quiero.” 

Por: Pedro Conrado Cudriz

Cuenta Nicholas Kristor, del New York Times News Service, en un artículo titulado en  El Espectador del domingo 4 de junio de 2017: “El campo de batalla por los valores estadounidenses en un tren rumbo a Portland,” la valentía de tres personas, que arriesgaron sus vidas por defender la libertad, al enfrentar a un hombre blanco armado y racista que agredía a dos jovencitas musulmanas indefensas, y más que la valentía, nos asombran las últimas palabras que pronunció moribundo Namkai-Meche uno de los héroes gringos en el tren: “Quiero que todos en el tren sepan que los quiero.” 

Este testimonio de amor por el prójimo va más allá de la tragedia y se inserta en el sentimiento desaparecido de la esperanza en la sociedad de hoy. Los valientes son pocos contra los millones de cobardes que permiten la muerte de otro semejante cada día. 

Traigo a cuento esta anécdota de Nicholas Kristor, quizá porque los estadounidenses tienen más razones históricas y sociológicas que nosotros para ser más esperanzados, con todos los problemas humanos que padecen hoy.  

Siempre me he preguntado por qué la gente es deportivamente optimista en un país como el colombiano. Confieso que me hubiera gustado ser tranquilizador como el hombre de la calle que va a misa todos los fines de semana, mientras el mundo se descuaderna solo. 

A veces río y le juego sucio al alma, y a todos, pero en el fondo de mí, existe la conciencia apocalíptica de la falta de fe, de mi escepticismo radical y podrido. Más aún, creo que ser optimista es una irresponsabilidad, la mayor de todas, porque somos redundantemente egoístas y todavía creamos en otros tipos de esperanzas ilusas, idealismos que todos los días se desvanecen en el aire contaminado de crímenes, deshora, desvergüenza, cinismo y corrupción. 

Simone de Beauvoir, en una entrevista hecha en 1965 y realizada por Madeleine Gobiel, confiesa con asombro, que fue “estafada”, porque “… la vida me ha hecho descubrir el mundo tal como es, es decir, un mundo de sufrimiento y opresión, de desnutrición para la mayoría de la gente, algo que no sabía cuando era joven e imaginaba que descubrir el mundo era descubrir algo bello. En ese aspecto también fui estafada por la cultura burguesa…” 

El optimismo entonces es otra estafa, otra manera de mentirnos a sí mismos para creer que todo está bien, que el mundo es un paraíso donde los niños siguen siendo inocentes, los adultos responsables de nada y el estado o el gobierno, aparatos justos y bienhechores. Renuncio a ser endeble, cobarde y optimista, un redomado ser humano protegido por dioses invisibles y por una democracia de papel higiénico. Renuncio.