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junio 27, 2025

La Primicia Noticias

Una Nueva mirada

Los baches eternos de la vida 

Por : Pedro Conrado Cudriz

La vida del ser humano tiene una serie de baches parecidos a los portillos de las cercas viejas. Cada bache es un mal recuerdo, un maldito recuerdo. A veces al suplir el vacío de una dificultad espiritual, aparece una mortificación, una culpa o un arrepentimiento. Así vamos por la vida, cayéndonos en cada hueco de la esquina o en mitad de la acera de la existencia.  Hay aberturas pequeñas y otras más grandes. En las medianos no cabe todo el cuerpo, se queda en el exterior la cabeza y el tronco con sus respectivas extremidades. He cavilado incansablemente sobre estos lugares oscuros, que muchas veces nos advierten del peligro de la mente. Cuando no hay ninguna advertencia, caemos en estados sombríos y depresivos como los estados mentales en los que caen el diablo y dios, y vamos por el mundo con la cabeza gacha sin atrevernos a mirarle los ojos a las gentes, tampoco al universo. Todos cargamos postigos existenciales, sobre todo en un país descuadernado como el colombiano, en el que todos los días hay crímenes de todos los tipos, del Estado cómplice, de la familia, personales, también hay masacres, desapariciones, crímenes amorosos, no del amor, y seguimos derecho a veces sin rumbos establecidos y en otras ocasiones con rutas definidas. Sin embargo, cargamos el peso inmortal del portillo, del cuarterón, de la culpa, del arrepentimiento. Y así vamos por el mundo, ínsito, llevando en los hombros la cotidianidad del dolor del vacío, hasta que alguien por accidente toca las heridas de los recuerdos y entonces somos conscientes de los portillos de la cerca e intentamos volarnos el bache, olvidarlo, echarlo como sapo muerto en la alcantarilla de los malos recuerdos para que los devore el monstruo del tiempo, y nos calzamos otra vez para ir de paseo por la vida común de la ciudad, por el estadio, por la cantina, por el centro comercial, o nos vengamos huyéndoles para ir a terminar en el concierto de la semana con los amigos, o simplemente formamos parte del colectivo que se sienta en la puerta de casa a conversar sobre la brisa fría de los meses de enero y febrero que viene del norte del mundo, o sobre la espigada luna del firmamento, y seguimos haciéndolo hasta que otro suceso vivo nos regrese de nuevo al hueco, al vacío de la existencia. Entonces nos convencemos que tenemos que convivir con todos los postigos de la vida, los más pequeños o los más graves, porque en los medianos no cabe toda la dimensión de la existencia humana. Y nos alentamos con la fuerza del espíritu: ¡Fuerza, amigo, fuerza!