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julio 20, 2025

La Primicia Noticias

Una Nueva mirada

Los canallas y las canalladas

Por: Pedro Conrado Cudriz

Los canallas son más observables en los roles de poder como el que ejerce el presidente de la república, o el expresidente, o los senadores oficiales, o fiscales gobiernistas… No les tiembla la mano para saquearle el corazón a la gente. 

La decencia es una planta rara entre nosotros, una maldita puntilla en pleno jaleo del descredito de la nación. En ese ir y venir de la indecencia llevamos doscientos años, tiempo según la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos –Ocde- necesarios para que un pobre rebelde deje de ser un paria. 

Ser pobre en Colombia es una canallada, casi el 60% de la población vive lejos de los ejes de la dignidad humana, unos porque no tienen para comer diariamente, otros porque apenas engullen una sola comida, otros porque el dinero solo les alcanza para los dos platos y otros porque paralelamente al hambre viven en las casitas de cartón de los Guaraguao. 

Y ese grueso de gente olvidada, expulsada de la vida nacional, arrinconada por las manos del poder político, aislada y oprimida en sus barrios precarios como apartheid, es hoy la protagonista de la vida nacional porque se ha atrevido con valentía de torero, tomarle el pulso al toro del poder canallesco de los uribistas, esa tribu salvaje y minoritaria que le ha hecho imposible la vida a los pobres desde que el canalla mayor asumió el rol de senador y luego fue presidente de Colombia en varias ocasiones.  

Ver el río de gentes en las ciudades sudando el alma, brincando y entonando los canticos contra la vileza de los robots humanos del gobierno Duque, enarbolando los colores de la bandera o el amarillo de la selección nacional, aplaudiendo, atornillados a la tierra que los vio nacer, y con el temor de morir por el tiro de un arma oficial, o por el plomo de “la mano negra,” es más sagrado que una hostia, la bandera y la misma patria de siempre. Nada los detiene, van cuesta abajo buscando que alguien les oiga la música marchante de un nuevo mundo, o un nuevo contrato social que sea capaz de regresarles la dignidad humana a todos los ciudadanos de este país de gentes pobres. 

La gente está cansada de las canalladas de los doscientos años de fiesta patriótica nacional como la del 20 julio. Cansada del régimen y de los privilegios de los ricos y los poderosos, del mandato de los corruptos y de las canalladas de los canallas.  

La gente se ha levantado contra el Sistema que nos gobierna. La reforma tributaria fue solo el florero de Llorente. Porque las canalladas han sido tan continuas y salvajes, que se han quedado solas. Ahora las vemos en la aritmética temblorosa de las palabras del presidente Duque, en la frialdad de su rostro, impersonal y desafecto, o en la autocracia oscura de “Apoyemos el derecho de soldados y policías de utilizar sus armas para defender su integridad y para defender a las personas y bienes de la acción criminal del terrorismo vandálico”. O como lo dijo hace dos años el mismo personaje: “Si la autoridad serena, firme y con criterio social implica una masacre, es porque del otro lado hay violencia y terror más que protesta”.  

Cuando quien ejerce el poder es un canalla, entonces el poder es canalla