Por: Larrys Fontalvo Rodríguez
“Los sueños de juventud se fueron acomodando al lento e inexorable declive de tu cuerpo…”
—Manuel Vicent
Hay una tristeza serena, casi poética, en esa imagen de los sueños que se van sentando, uno a uno, como viejos amigos cansados, mientras el cuerpo ya no corre, no salta, no insiste como antes. No es una renuncia ruidosa. Es más bien una aceptación callada, una rendición con dignidad ante lo que ya no se puede y lo que, por fin, se comprende.
¿A qué edad empiezan los sueños a ceder el paso a la realidad? ¿Cuándo se nos instala en el pecho esa resignación que no duele, pero pesa? En la juventud, uno cree que todo es posible. El cuerpo es aliado y el tiempo, infinito. Se sueña con cambiar el mundo, escribir novelas, recorrer el planeta, amar sin límites. Pero luego… la vida se encarga. No con crueldad, sino con una pedagogía paciente. Te enseña a priorizar, a ajustar expectativas, a medir tus fuerzas. No porque no valgan los sueños, sino porque algunos caducan sin culpa. Porque la vida, en su infinita complejidad, también exige otras cosas: hijos, trabajo, rutinas, estabilidad.
Y no, no es un drama. Tampoco una tragedia. Es un proceso. El cuerpo se agota y con él, los sueños más intensos se transforman. No mueren: mutan. Lo que antes era ansia por volar, hoy puede ser calma por contemplar. Lo que antes urgía lograr, ahora basta con recordar. En esa metamorfosis, hay belleza. Una nostalgia que no necesariamente entristece, sino que acompaña.
A veces nos culpamos por no haber cumplido todos esos sueños juveniles. ¿Pero acaso la vida no consiste, precisamente, en ese delicado equilibrio entre lo que quisimos y lo que pudimos? Quizás los sueños no se abandonan: se adaptan al cuerpo que los sostiene. Y si este cuerpo envejece, si duele, si cede, entonces los sueños aprenden a caminar más lento, a mirar con más profundidad y menos prisa.
El gran error sería creer que soñar es exclusivo de la juventud. No. Solo cambia el tipo de sueño. Si antes queríamos conquistar el mundo, ahora soñamos con conservar lo que amamos. Si antes aspirábamos a dejar huella, ahora anhelamos no perdernos a nosotros mismos.
Los sueños no desaparecen con el cuerpo, simplemente dejan de correr y aprenden a descansar contigo.
Excelente Larry,atinado
Hermoso texto Larry, tiene la belleza del repozo y la poesía. Además, personificas los sueños en esa vieja escalera de la evolución involución de la edad.