Por: Milagros Sarmiento Ortiz
En el corazón del Estado, las mujeres no solo cumplen funciones: marcan una diferencia. Cada una que asume un cargo público representa un avance tangible hacia la equidad y se convierte en evidencia viva de que el acceso a derechos y oportunidades no es una utopía, sino una posibilidad construida día a día.
Cada mujer que lidera desde una institución abre un camino para muchas más. Su sola presencia cuestiona estereotipos, valida la capacidad y demuestra que el poder no tiene género, pero sí debe tener perspectiva.
Desde mi experiencia, sé que el liderazgo femenino transforma no solo por lo que hace, sino por cómo lo hace. Introduce nuevas formas de relacionarnos con el poder, prioriza el bien común desde la escucha, y eleva la calidad institucional al incorporar miradas antes excluidas de la toma de decisiones.
Porque el poder no tiene género, pero sí debe tener perspectiva.
Y cuando esa perspectiva está presente, el resultado no es solo más justo: es más humano, más sostenible y más cercano a la realidad que vivimos.
¿Cómo seguimos abriendo camino para que liderar desde lo público también signifique transformar desde lo humano?
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