Por: Pedro Conrado Cudriz
Sólo falta que mi marido agarre sus maletas y se vaya para esos viajes sin regreso que, según las estadísticas, realizan los hombres ahora con mayor audacia. Las estadísticas no mienten y si mienten no pasa nada. El cuento es que ni mis hijos pueden llenar este vacío existencial con el que se alimentaron también los nadaísta de otra manera. No soy de esas mujeres que se casaron para revolucionar el llanto femenino. Me casé por costumbre y para que mis congéneres de almas atribuladas no siguieran los malos ejemplos de las putas tristes de siempre. Quería con mi marido atravesar mares, ríos y cielos despoblados de nubes para conocerle la selva al cemento del mundo, pero no teníamos plata. Y mis sueños se truncaron. Y esto que me pasa ahora no importa. El caso es que soy una mujer bañada por las aguas de una soledad imparable. Mi marido tiene otra amante escondida en su corazón de marinero nerudiano. Con él sólo uso las matemáticas para contabilizar los polvos de la semana y escucharlo hablar de su potencia bonaerense, cuento que le permito para no agraviarle su egolatría de macho caribe.
Buena gente que soy yo.
A veces las apariencias son mejores que la misma realidad. Y a mis hijos, bueno, los quiero mucho, pero hasta ahí llega la frontera, porque hay una parte de mí que no puede llenar nadie. Solo yo, que debo nadar en aguas profundas y misteriosas para poder conocer los secretos azules del corazón.
Mis recuerdos llegan hasta la escuela primaria, cuando apenas comenzaba a comprender la mecánica de la suma. El ejemplo clásico de 1+1=2 siempre me asustó. Nunca pude entender la sumatoria de estas soledades, porque al observar la soledad del sujeto Uno, antes que tocara la puerta del otro sujeto, me mataba. Era una soledad de mar activo. Me llamaba la atención verlo ahí solito, esperando no sé qué amante, no sé qué amor. O apreciarlo rebelde y diciéndole al mundo, “Aquí estoy yo solo.”
El problema del sujeto Uno era encontrar el otro Uno con el que convenir la independencia en el camino del respeto y la concordia. A mi profesora le era muy fácil colocar el otro 1 y sumar. Para mi mente de niña púber eso no era fácil porque la soledad del otro ser tenía que ser casi compatible con el otro, que buscaba acertar con la selección sin correr riesgos. Y ahí, mamita linda, la profesora no sabía nada de nada, ella sólo sabía de la mecánica de la suma. Si ella hubiera aplicado la magia del amor a la magia de la suma, otro gallo estuviera cantando.
De esto me acuerdo hoy, cuando estoy a punto de hundirme en mi soledad marina, y cuando todos los 1 del mundo necesitan conocer la magia de la adición para poder alborotar el equilibrio del amor, y es que sin la sumatoria es muy difícil cargar con esta soledad incurable de los seres humanos: el amor.
Sevparece a las historias de Antonio el mono Muñoz
Hola profe Pecos… Tu texto es un grito poético contenido en la rutina de muchas mujeres que aprendieron a vivir acompañadas… pero solas. La metáfora matemática de la suma es profundamente conmovedora; esa visión del “Uno” como un ser completo pero incompleto, buscando otro Uno compatible, revela una sensibilidad aguda sobre la fragilidad de los vínculos humanos.
Gracias por esta escritura valiente, tan íntima como universal. Nos recuerda que el amor, cuando no se suma bien, también puede restar.
“Me casé por costumbre…”, es una afirmación que le duele a la mujer solitaria, testigo del discurrir de la cultura machista, donde nada ni nadie puede llenar ese vacío. Es la mujer madurada en el sufrimiento y la soledad, padeciendo el desencanto inocente de la juventud; es la óptica de la mujer que esconde su soledad con cierto pudor, consciente de que es incompatible con la de ese otro, cuya vida en fuga se volvió advenediza e incierta. La posibilidad de una soledad compartida con el otro se ha fragmentado, porque el amor se ha desvanecido en el ser huidizo, dejando el peso de soledad en una sola persona. Es un texto donde se evidencia el lamento y la impotencia de una mujer que piensa su realidad sin desprenderse del pasado.