Por: Pedro Conrado Cudriz
“Trescientas cantinas es un destino fatal para un pueblo de 30 mil almas.”
Escribir sobre Santo Tomás no es una tarea fácil, sobre todo si eres oriundo de ese mundo árido y, además, has vivido y echado raíces como los árboles que los abuelos, por agradecimientos, abrazaban después de compartir más que las sombras; quizás las calles, los hábitos y las manías de sus gentes nos permitan descubrir la clase de “país” que es.
Todo es al fin y al cabo un invento, o un ensayo, para la toma de una fotografía de la realidad de un municipio que vive enajenado per se e incapaz de reinventarse.
Se podrá decir que Santo Tomás es un pueblo como todos los del departamento del Atlántico, opinión, sin embargo, equivocada porque etnocéntricamente cada habitante de otro mundo cree que el suyo es mejor que el otro. Lo cierto es que el único municipio que tiene los rituales religiosos del flagelante y el número de escritores por habitantes, es Santo Tomás. Esta es ya una distinción graciosa y extraordinaria.
Ojalá no olvidemos en este inventario la culebra de la batalla de flores.
Y a pesar de todo esto, sigue siendo un pueblo corriente, muerto por el pestañar tranquilo del reloj, pasivo y paciente como una enfermedad incurable, enfermizamente repetitivo y a pocos segundos de la desesperanza, y con las mismas estampas o cuadros de costumbres sociales de la desesperación y el aburrimiento de los pueblos del Caribe. Nada extraordinario ocurre en el cuerpo social, salvo lo que alguien individualmente pueda lograr para salvar su piel y su alma de sí mismo y de la modorra colectiva, y lo increíble es que la sumatoria de todos estos actos individuales no le alcanzan al municipio para revolucionar las costumbres y la mentalidad borrega del colectivo, lo que se traduce simplemente en bloqueo o estancamiento político. Y entonces, no somos más, somos menos, aritmética y sociológicamente más pobres.
En el imaginario colectivo del departamento del Atlántico, el nombre de Santo Tomás brilla reluciente como un municipio pujante y rico en talento humano, en especial con una riqueza invaluable en inteligencia artística, catapultado por personajes como Ramón Molinares Sarmiento, Tatiana Guardiola, Tito Mejía Sarmiento, Lisandro Adárraga, Aurelio Pizarro, Jaime Charris, Julio Lara, Rosa Navarro, Blas Mejía, Frensis Salcedo y la pléyade de músicos infaltables en este inventario. Y no se somete a ninguna clase de discusión, que lo que hemos logrado alcanzar hasta el día de hoy en el orden individual, obedece más al esfuerzo y a la disciplina personal, que al esfuerzo y a la falta de solidaridad del gobierno local.
Es posible pensar que la crisis institucional, social y cultural del municipio, tenga orígenes más en sus problemas para el desarrollo de la inteligencia social, que en los esfuerzos aislados hechos por algunos conciudadanos para alcanzar sus metas personales. Creo que aquí está el gran problema, porque nos hemos preocupado más por el valor del dinero, por la fachada, por la ola de viajar en autos lujosos y veloces, por la ropa de marca, por alcanzar todos los éxitos personales posibles, por lucir como arte de lujo el saber. Y, sin embargo, no hemos podido construir un modelo de vida que dé origen al bienestar humano de todos los habitantes, al rescate de la dignidad humana, un modelo que contemple el servicio social, la solidaridad humana, la conexión cálida entre los tomasinos y no la antropofagia del animal político.
Somos así porque por descuido le hemos dado prioridad a las egolatrías enfermizas, al divisionismo y no a las cosas trascendentes del vivir que sirvan a la convivencia social entre nuestros congéneres. Somos así porque hemos despreciado los rituales colectivos de las reuniones, las pláticas y las tertulias, desde donde es posible reconocernos social y culturalmente en las diferencias para elevarnos por encima de ellas y lograr tocar las verdades colectivas productos de los consensos sociales. Somos así porque la ignorancia profunda del ser humano, ha dado pie a la construcción de dogmas grupistas e individuales que nos separan del otro. En fin, somos así porque nos da miedo la libertad y las consecuencias de su práctica ordinaria, aquella que profundiza la independencia y la autonomía digna del ser humano.
A los tomasinos, en esta suerte de destino indefinido que nos ha tocado ser, se nos ha olvidado que ya no somos una idea, sino una visión fundada por los primeros habitantes para que los hijos herederos del encomendero Olivares, tuvieran un lugar seguro donde seguir soñando desde la geografía de los afectos, geografía que les permitiría construir la confianza necesaria en el futuro. Y el olvido se ha confundido con la manía de no tener recuerdos ni memoria para saber las razones del mañana, ni brújula para orientarnos en los caminos de la selva; no sé desde qué día los tomasinos repiten cotidianamente los mismos errores, los errores que el clientelismo ha inducido al fracaso colectivo.
Uno podría pensar que estamos en los momentos cumbres de una crisis humana mundial, o en ese viejo temor de las caídas, caídas que reproducen la parálisis y la multiplicación de conductas dudosas, de tal suerte que nadie quiere arriesgar el pellejo y cruzar el umbral de lo posible. Y así estamos desde hace más de una década, intentando columbrar la ruta segura que cause menos dolor, pero la falta de liderazgos democráticos y la pobreza de una cultura política antidemocrática, ha dado pie al fracaso. Sí, hemos fracasado como sociedad a pesar de la multitud de colores en el cielo del territorio.
Y cuando digo fracaso, hablo de una sociedad que ha sido incapaz de cuidarse y defenderse a sí misma de la jauría de la politiquería y otros lastres de la cultura nacional, regional y local.
Y termino preguntándome en qué creen los tomasinos, además de las creencias religiosas que profesan. ¿Le tienen fe a la democracia? ¿Dan la vida por ella? ¿Le temen como al Dios cristiano?

Amé profundamente este texto, gracias por tu pensamiento Crítico y poético.
Interesante reflexión sobre Santo Tomás, un lugar que parece estar atrapado entre su rica cultura y su estancamiento social. Me llama la atención cómo describes el municipio como un lugar lleno de tradiciones únicas, como los rituales religiosos y su notable número de escritores, pero al mismo tiempo lo percibes como un sitio abrumado por la pasividad y la repetición. ¿No crees que esa contradicción entre riqueza cultural y estancamiento social es, en sí misma, un retrato fiel de muchos lugares en el Caribe y más allá?
Me pregunto si esa “modorra colectiva” de la que hablas es algo que se puede romper o si es simplemente inherente a la idiosincrasia de Santo Tomás. ¿Qué crees que se necesitaría para que el pueblo despierte de ese letargo y aproveche su potencial? ¿Sería posible combinar esas tradiciones únicas con un impulso hacia la innovación y el cambio?
Por otro lado, mencionas la desesperación y el aburrimiento como estampas comunes de los pueblos del Caribe. ¿No crees que también hay una cierta belleza en esa aparente monotonía, en esa calma que, aunque parezca estancamiento, también puede ser una forma de resistencia ante el ritmo acelerado del mundo moderno?
Finalmente, me queda la duda: ¿qué crees que debería ocurrir para que Santo Tomás deje de ser “menos” y vuelva a ser “más” en términos sociales y culturales? ¿Es posible imaginar un futuro donde este municipio logre reinventarse sin perder su esencia?
Aunque hay muchas concordancias entre los pueblos del Atlántico, hay que reconocer que en cada uno existen particularidades, sin embargo, en algunos se observan imágenes resquebrajadas, vulnerables, por las que nadie apuesta. La desidia de los gobiernos locales, siempre en aras de los contratos, los hace indiferentes al progreso humano de las comunidades. Es una triste semblanza de Santo Tomás, pero que al leer tu texto, no podemos evitar evocar donde nacimos y los pueblos por donde hemos transitado. Al final, el deterioro de las calles, casas, palacios y templos hacen metástasis en el espíritu humano de la gente. Feliz noche, estimado amigo.