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octubre 21, 2025

La Primicia Noticias

Una Nueva mirada

El juego del dolor

Por: Pedro Conrado Cudriz

Todos aspiramos alguna vez a tener ante el dolor las reservas necesarias para soportarlo. Además, hacemos lo imposible por evitarlo y para ahorrarnos lo que denomino socarronamente,  prevención. Y si ya hemos experimentado un dolor, no queremos repetirlo, menos recordarlo, porque nos genera las sensaciones de la náusea postraumática y termina soltándole las amarras a la angustia. Por otra parte, creemos que la inocencia o la culpa es un tipo de accesorio invisible al dolor; algo así como su prótesis natural.

La conversación era apacible, casi cargada de cierta ternura entre aquellos hombres, que se sorprendieron al verme. Siempre era así, se asombraban cuando alguien los observaba con ojos cuidadosos, como bichos raros, y se sorprendían si alguien los escuchaba hablar como cuando se observa bailar tristemente las palabras en la boca.

– ¿Es la primera vez?, preguntó uno de aquellos sujetos, descargando la pregunta de la vieja malicia indígena.

-Sí, sí, es la primera vez, respondí con prevención. Jamás, proseguí, imaginé encontrarme en semejante situación.

-No se preocupe, joven –dijo otro-, No duele si el dolor es apenas una amonestación para un ser inocente. Además, usted, en su corta vida no ha tenido dolores traumáticos, que le hayan sobrevivido en la larga noche de la inconsciencia. Se lo digo, porque este dolor no logrará revivir la angustia y el sufrimiento de un dolor infinito.

Continuaron conversando entre batas blancas como si el sufrimiento fuera un mal necesario, el soporte de alguna culpa extraída como una pieza dental de las entrañas oscuras del cuerpo.

Decía uno de ellos: “La primera vez el dolor es indescriptible, una emoción desconocida rompiendo la carne del alma. No, no nos alegramos por el advenimiento de confusos sentimientos. Aclaro, no sentimos pena alguna.”

– ¿Y la segunda vez no duele?, pregunté sosegada, intentando imitar la tranquilidad de aquellos hombres sabios.

-No creo que sea usted de la masa de los reincidentes, respondió el de mayor edad. No tiene el rostro de los otros. Usted parece tan inocente como original. Más aún, creo que está aquí por circunstancias ajenas a su voluntad. Una trampa inevitable de los deseos del cuerpo. El destino es oscuro, joven, o me equivoco.

-No, no señor, no se equivoca. Los errores son manchas indelebles algunas veces. Son sellos desapercibidos y tercos de los que nadie aprende e incluso, existen escuelas o sectas donde se les rinde tributo al error.

-La primera vez todo parece un juego, era la voz del último sabio, convencido de que el dolor era la ficción de los penitentes olvidados de la historia de la tierra. Nadie, continuó, ha logrado sospechar nada. No los hacen esperar, porque entran al cuerpo buscando el fantasma del dolor.

-Pero…

-Nada. Usted simplemente sale sin el intruso y como si éste le sobrara al cuerpo. Y punto.