De las ofensas nadie ha podido liberarse nunca en este país. Caen todos los días como lluvia ácida. Están vertidas en las aguas sucias de las redes sociales, que ahora son el pan de cada día. Injuriar es una especialización de pervertidas almas; va del odio, la mentira y la desvergüenza hasta la ilimitada denostación. Creo que va cogida de la mano del resentimiento, pequeño o grande. Pero también tiene una relación con el poder y la clase social que oprime hasta sus seguidores. Y se trepa y expande en ese sistemita clientelista, donde el otro no es el otro, sino una cosa que se compra y se vende. El agravio es entonces odio rabiosamente planeado.
Y queda claro que a los ofendidos se les debe todo, hasta el amor.
Victimarios como el Estado (el sujeto político mayor), los paramilitares, la guerrilla, los cuerpos armados ilegales, los narcos, los vecinos mal hablados y violentos, la iglesia con todos los pelambres y colores, los malos gobiernos locales, el sistema de salud y sin posibilidades de descartar, la oscura familia de hoy, la prensa corporativa, la escrita, la visual y la radial, y también al hombre animal, amante del poder sin razones humanitarias, o humanistas.
El imperativo hoy es detener sin excepción la máquina del escarnio, la depredación activa y pasiva contra todos los colombianos. Y, sin embargo, es difícil intentar perdonar a todos los que nos ofenden, en especial a los agresores mayores. Aunque es muy cierto, la ofensa, es ofensa en cualquier parte del territorio nacional. La cadena es tan larga e histórica, que la denostación viene envuelta en la política de la pobreza, que humilla al hombre más y menos oprimido; también en el acto de la compra y venta del voto hay agravios; lo hay en la impotencia de la escuela pública burocratizada y paralizada para transformar el mundo; también en las empresas conocidas como partidos políticos; o en las iglesias cómplices del malestar social de la sociedad.
No se puede perdonar al ofensor diario, al que duerme en casa y al creador de leyes discriminatorias, al que ordena la muerte por hambre y asfixia lenta, al que dispara sin otra razón que la muerte. Aunque el perdón puede ser en algún momento de la existencia, la espina extirpada del alma, no es nunca olvido. Así y todo, mis deseos de fin de año son los de perdonar para no olvidar las ofensas, y desearles a los ofensores sólo la entereza de carácter para cambiar con la fuerza del cuerpo y el universo el mundo mal creado por ellos para mejorarle el alma al país devastado por todas las violencias diarias, conocidos y desconocidas, esas que afectan en directo la vida de niños, adolescentes, jóvenes, adultos y viejos. Es por el bien mayor de los conciudadanos que habitamos impotentes el territorio nacional, que es fundamental perdonar al agresor para que éste se reivindique ante los ojos del perdón.
Pedro Conrado Cùdriz, sociólogo y poeta y columnista de opinión

Ejercicio de valientes
El perdón es una acción valerosa si lo queremos concretar en la palabra, el gesto o el abrazo. Requiere de un esfuerzo humano donde se deponen las armas de la agresividad, la violencia y el sinsabor de la frustración y el dolor. No hay algo más osado que revisar nuestro interior y ser asertivo en este gesto de perdón al que se llega después de un viaje de emociones encontradas. “Te perdono, pero no puedo ser tu amigo”, “Te perdono, pero cómo olvidar la desolación de los pueblos y esa intranquilidad que vivimos a diario”. No es fácil perdonar, es un viaje lleno de aventura, doloroso incluso, mucho más que el regreso de Ulises a Ítaca; porque en ese viaje en busca de nosotros mismos no es difícil encontrarnos y aclarar los dilemas que se sostienen entre la memoria que perdura, la conciencia que razona y los sentimientos que padecemos, casi difícil de desarraigar. Hablo desde este lado del perdón.
Sin embargo, del otro lado del perdón está el arrepentimiento que no vemos, el cinismo de una narrativa indiferente que ha perdido toda posibilidad humana. La proliferación de buitres avistando la debilidad para seguirla pisoteándola y lo que nos hace fuerte, combatiéndolo con acciones beligerantes de guerra y violencia, de censura e intimidación.
No es fácil la construcción mental del perdón para llevar la fiesta en paz en aras de que surja la vida, mucho menos en estos tiempos en que más se habla de perdón y se legisla sobre ello. Nos volvemos espectadores de la sin razón y obsesiones de ese otro oportunista que anda ciego creyendo que su verdad es la más válida, que se solazan con los seguidores que le refuerzan sus intenciones, que se valen de la mentira y se desconocen a sí mismo porque están impedidos a esa reflexión interior que los lleve a desaprender los rasgos de perversidad que los identifica.
A pesar que perdonamos duele que ese otro carezca del arrepentimiento, de reconocerse a sí mismo como una alimaña, que haga y deshaga en medio de su indiferencia una reverencia burlona ante los que perdonamos. Esas contradicciones actuales son el insumo evidente de una Psicopatología de la vida cotidiana (Freud), o de Psicoanalisis de la sociedad de contemporánea (Fromm). Muy buena tu despedida del año, estimado Pedro.