Contacto

noviembre 14, 2024

La Primicia Noticias

Una Nueva mirada

¿En verdad existe la realidad?

Por: Pedro Conrado Cudriz

“De Zenón se conocían ya las ideas: era el Negador de las Cosas Evidentes. Decía y repetía: el espacio no existe, el tiempo no existe, el movimiento no existe.” Historias falsas, Gonzalo M. Tavares.  

_______

Con un amigo mantengo posturas salvajemente contradictorias sobre la verdad cada vez que tocamos el tema. Él sostiene una hipótesis peligrosa, tanto para la metafísica (pone en duda la creencia en Dios) como para la vida cotidiana.

Él sostiene que no existe la verdad. Yo voy en contravía.

Cada vez que lanzamos una hipótesis sobre un hecho real estamos tratando de hacer realidad lo que vemos o sentimos. Esa es la importancia de la conciencia humana en el mundo de la subjetividad y el mundo objetivo. Es muy cierto que el periodismo y la literatura son ordenadores coherentes en la construcción de un relato que evidencia supuestos hechos reales.

El periodismo con evidencias demostrables y la literatura con la ficción.

Sostiene Javier Arguello, escritor argentino, en entrevista cedida a Paul Brito en El Tiempo, que para los estudiosos de la mecánica cuántica la idea de la realidad ya no es tan defendible. Porque lo “que hay no son objetos sino experiencias,” y lo sostiene citando a Niels Bohr, físico danés, premio Nobel. Bueno, lo sostiene quizás porque la conexión de sentido es experiencial en todas las horas de la vida de una conciencia activa.

Arguello sostiene, además, que “La realidad no es algo dado, objetivo e inmutables como solemos creer.” 

En una conversación deliciosa entre inmortales, Sábato y Borges, un libro: Diálogos. Borges- Sábato. De la autoría de Orlando Barone, editorial EMECÉ, estos dos colosos de la literatura universal tocan con sabiduría anti displicente el tema del título de este texto. Ambos están de acuerdo que la realidad es un acto de fe. Porque es posible “que en un planeta lejano haya caballos azules” según Borges.

Como toda realidad es supuestamente un acto de fe, ellos incluyen en la conversación el ornitorrinco y la mesa.

“Solo mediante una creencia, dice Sábato, lo que Hume llamaba belief, podemos admitir la existencia de esta mesa. Creencia que se forma ya en nuestra infancia, por la oposición que ese mundo externo hace a nuestros deseos, a nuestras voluntades…”

La realidad, que puede ser un libro, una persona, una mesa, solo existe si ésta se conecta con un observador de sentido; si no está relacionada con una conciencia externa y activa, es posible que no exista. Dos ejemplos para sustentar mi postura especulativa: un perro de la calle muerto en la mitad de la vía, si no tiene dueño que se sienta afectado por él no tiene sentido para nadie. Es decir, no existe; igual ocurre con el libro si es estacionado como adorno en la casa.

Otro ejemplo de la vida social: si uno vive en un pueblo rural todos los rostros y los cuerpos tienen sentido para los vecinos, porque la mayoría de las gentes se conocen, nos conocemos. Esa es la razón de los saludos diarios.

Sin embargo, en una ciudad como Bogotá, o Barranquilla, grupos sociológicamente secundarios, por impersonales, nadie se conoce, nadie se saluda y uno termina por no existir para el otro, por ejemplo, en el Paseo Bolívar.

Estoy por creer que el flagelante nuestro existe por la fe que le tenemos para que exista. Se comprueba por la familia que lo apoya y lo asiste y también por el público que llega a la calle de La Ciénaga a observarlo cada viernes de cada año.

Voy camino a casa de Suria, de la que estoy perdidamente enamorado. Lo que siento por ella es algo ahora extraordinario para mí. No es el mismo sentimiento ni la misma conexión que sentí, por ejemplo, con Yury y Amelia. Aquellos amores en realidad no existieron nunca en mi corazón, mas este amor es una realidad íntima, mía, y nuevo, extraño mundo interior donde ahora estoy inserto como la araña en su tela de mañas circulares. Soy inédito en esta realidad de ojos y boca azucarada Suriana. Ayer creía que la mesa existía porque yo me sentaba en ella y, sin embargo, cuando no lo hacía no existía, y si posiblemente existía, existía como otra cosa, pero no como mesa. Creo que era un monstruo de cuatro patas que alguien trajo de no sé qué parte y la insertó en la sala cocina como otra estructura de madera más de la casa. Estoy en la puerta de entrada de la casa de Suria, no sabía que existía, antes pensaba la puerta como un rectángulo hecha en madera. Hace horas que estoy tocando el timbre y nadie responde. ¿Existirá en verdad Suriana? ¿Yo existiré para ella?

Pedro Conrado Cúdriz, autor entre otros libros de La mano pinta lo que sueñan los dedos, también El niño que quería pintar el cielo.