Por: Eimar Pérez Bolaño
En el colegio me enseñaron que el 12 de octubre se “celebra” el día del “descubrimiento de América”, también otros profesores lo llamaban “el día de la raza”. Creo que la mayoría de una extensa generación, fuimos orientados a repetir ese acontecer histórico desde una sola óptica, en este caso la de los vencedores. El sesgo histórico-discursivo pudo darse quizá por la estructura y vacíos de la educación colombiana, que aún siguen presentes en gran parte del territorio. Nos falta identidad; nos falta criticidad.
Pese a las anteriores remembranzas, pienso que la mayoría de los docentes en la actualidad han logrado recolocarse desde otras miradas de la historia y generar reflexiones críticas frente a la importancia de estos acontecimientos y su influjo en el presente de la humanidad. Por el contrario, cuando seguimos utilizando las categorías de “descubrimiento”, “raza”, “primer mundo”, “civilización” como sinónimo de nuestra realidad, hacemos la reproducción de poder y jerarquía de unos seres humanos sobre otros. Por tanto, a pesar de todos los discursos que se promueven en la mayoría de los escenarios académicos, pasamos aún desapercibidos frente a que tales desavenencias históricas en el presente, sobre todo porque muchas de estas categorías se han reconfigurado en nuevas formas de colonialidad.
Por eso, no podemos olvidar, que la tarea de la educación histórica como agente de comprensión y transformación de una sociedad, no puede quedar sólo en manos de quien se han formado en el tema, es decir, en los responsables de las ciencias sociales y humanas, filosofía, etc. Sino que es una tarea conjunta y dinámica de todos los actores a cargo de la educación en el país. Muchas veces los temas sociales, políticos e históricos no sólo rechinan en las otras áreas del conocimiento, sino que son vistos como algo menor, del pasado y no importante en las dinámicas del mundo actual, además que son mencionados desde un vano análisis y mirada única, sin ampliar las perspectivas y dudas frente a una y otras formas de ver la realidad. Más bien, algunos académicos, sólo se dejan guiar por los discursos del “desarrollo”, “avance”, “modernismo” y en el vaivén incomprensible de la condición humana y su lugar en la historia.
“Modernismo” imbrica el considerarse alguien “civilizado” como gran logro al que se propende como humanidad. Pero muchas veces no auscultamos lo que se pretende con dicho concepto histórico-ideológico. Para mí, es generador de violencia y también una forma de negación a la diferencia, por eso indago ¿Qué características tiene o “debe” tener el civilizado? Dicha caracterización discursiva y normativa promueve la negación de la diferencia y por tanto una violencia contra el otro. En consecuencia, cuando no reconocemos la diferencia, todo lo que no es común genera rechazo y de ahí la discriminación y rotulación. Ya no se segrega al “indio”, “al negro”, “al criollo”, como sujeto diferente en los rasgos físicos y “sociales”, sino que ahora es a cualquiera que marque diferencias de todo tipo, especialmente en el pensar.
La reivindicación de las culturas ancestrales se ha convertido en una necesidad para la humanidad y la única alternativa en medio del caos ambiental y geopolítico. La ruptura, entre cemento y selva, es decir entre campo y ciudad y defensa de la naturaleza es otras de las importantes transformaciones urgentes y a la vez la muestra del declive frente a la idea de “progreso” y “civilización”.

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