Por: Pedro Conrado Cudriz
“La madre le cuenta la misma historia todas las noches al niño y éste oye fascinado el ronquido del silencio.”
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Están los tres desnudos, la madre, el padre y el niño en medio de la soledad de la montaña. El traje no es necesario, la desnudez es el vestido de la naturaleza.
Los baña la soledad, la montaña y el silencio.
La madre le dice al niño que cierre los ojos.
Hay mucho viento y viene del sur, le dice. La madre le cuenta la misma historia todas las noches al niño y éste oye fascinado el ronquido del silencio. El niño espernanca los oídos y todo su cuerpo, quiere saber cómo es posible el sonido del silencio y se niega a oír otros cantos.
El niño se concentra en el silencio que viene del universo, del aire, del sol y la luna.
Afuera la mañana descansa en los brazos de las plantas y no corre detrás del reloj. Los pocos animales que se logran ver están echados en la hierba libre y están pensando seguramente en la calma de las horas.
El niño mira encantado a su madre.
Hay mucho viento y se oye lejana la voz de la mamá. El silencio es la poesía del campo. El silencio juega con el viento y le dice No corras, vas muy rápido. Y el viento no lo escucha, vuela y continúa su camino.
Entonces me quedo, le susurra el silencio al viento, y se queda debajo de las piedras. El viento ha tomado una distancia insobornable.
El niño Juan, así lo llaman los adultos, se toca el rostro y vuelve a mirar a su madre. Le mira los ojos con la terquedad del amor.
¿Mamá, para dónde se va el viento?
Hijo, se va de visita a otros países y regresa otra vez a casa.
¿Y el silencio, mamá, no viaja?
No, él espera que regrese el viento.
El niño corre detrás de una mariposa, es una carrera infinita y bellamente improductiva.
Hijo, continúa la voz de mamá, el silencio necesita de la complicidad de otros sonidos del campo para vivir su vida. Lo perturba a veces el ruido de los aviones, espantapájaros de gallinas, cerdos, pájaros, burros y caballos. Cuando sobrevienen por los cielos del mundo todos los animales corren asustados por los campos del universo.
La mamá se calla otra vez para poder escuchar y disfrutar el silencio.
El niño la mira y enseguida se concentra en el silencio. Le zumban los oídos, un sonido nuevo, de lluvia, y del campo aparece en su cuerpo que lo afecta de poesía; algo dentro de él ha cambiado de tono para hacerlo sentir tan bien, que desea más silencios; cierra los ojos y se duerme y cuando despierta escucha la voz de su madre que le dice a su padre: ¡Qué tal, José, si no existiera el silencio!
Profundo viejo Peco,excelente para perturbar un mundo ruidoso