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julio 1, 2024

La Primicia Noticias

Una Nueva mirada

Historias de terceras edades

Por: Pedro Conrado Cudriz

Frente al espejo  

Hoy es otro día y voy conversar con los abuelos del Centro de Vida de la ciudad, tengo el tema de la vejez en el centro de la mesa de la mente. Les confieso que me levanto todos los días muy temprano, cinco de la mañana, hago el tinto, reviso la bicicleta y salgo a pedalear las rutas de los barrios del municipio hasta llegar a Palmar de Varela, un vecino especial. 

Hoy no es un día cualquiera, porque hago un paréntesis en mi vida cotidiana recargada de libros, lecturas y de farragosa escritura. 

Hoy, una vez puse los pies en tierra me vi de frente contra el espejo. 

-Ya no eres el mismo, dijo. 

Carajo y habla, pensé. 

-Ya no eres el mismo, repitió. 

– Y eso qué, respondí 

– No te hagas el tonto, no eres el mismo. 

-Eso lo sé. 

-No, no eres consciente de los cambios efectuados en tu cuerpo hasta hoy; vas de conversación con un grupo de la tercera edad, unos más ancianos que otros y se te olvidan estas cosas. Para empezar “las reformas” se ven en tú rostro achinado; ya empezaron inevitablemente a asomarse las arrugas, los desvíos de piel. Acéptalo. 

– Sabes qué, esa es la razón por la que odio los espejos, le dije mirándole a los ojos. 

– Te veas o no en el espejo la involución continuará sin detenerse. 

-Qué quieres, le pregunté incómodo. 

-Nada. 

-Nada? 

-Por qué te asombra? 

-Porque los espejos no hablan, miran y se dejan mirar solamente.  

– Qué equivocado estás, Pedro. Nuestra conversación es una evidencia en contravía de lo que sostienes. 

– Bueno, acepto, estoy envejeciendo físicamente, pero no mi mente. 

-Ahí sí me ganas, no soy una de esas máquinas modernas que estudian el cerebro y la mente. Soy un espejo, no lo olvides. 

– Carajo, es cierto, la vejez es más fácil apreciarla por fuera que por dentro. Es como una obra de arte surrealista, porque el que la ve y la piensa no sabe qué pensar de la obra. 

– Ahora sí me golpeaste, dijo el espejo, reconozco mis limitaciones. 

Y llegué puntual al Centro de Vida. 

La niña y el abuelo 

Lloraba a cántaros el abuelo mientras le confesaba muy triste al aire su vejez. Estoy viejo, decía. Las lágrimas le empapaban el rostro. 

La niña púber que regresaba de la escuela lo vio y se detuvo.  

– ¿Por qué llora como un niño, señor? 

-Porque estoy viejo, fue su respuesta. 

-Los niños, señor, no lloran cuando les duele algo. 

-Y quién te dijo que soy un niño. Estoy viejo, niña. 

-A mí no me parece señor, tiene su edad, pero viejo, no creo. 

-Entonces no estoy viejo para ti. Es tu broma de niña púber, no estoy viejo. 

-No señor, su vejez es más mental que otra cosa. 

-Carajo niña… 

-Le pregunto señor: ¿Todavía se vale por sí mismo? 

-Si. 

-Se da cuenta señor, no está viejo, tiene la edad de los mamos de la Sierra Nevada.  

– ¿Y por qué ellos no están viejos? 

-Porque son inmortales como los ríos y los árboles, señor, no les preocupa nada.