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julio 20, 2025

La Primicia Noticias

Una Nueva mirada

De la metafísica de las palabras 

Por: Pedro Conrado Cudriz

Ernesto Sábato tenía algo de razón. Sin las creencias que se forman en nuestra infancia, el penitente no podría existir, sería un actor de teatro más de la realidad de los viernes santos de Santo Tomás

El alma no existe, pero si alguien cree que existe, existe por la fe, como el amor o como dios. Dios existe por la hondura de la creencia y la fe del creyente. 

Borges creía más en las matemáticas, que en otra cosa. El creía igual que Bertrand Russell, que 4 más 3 es igual a 7. Es una verdad absoluta, seguramente pensaba, en tanto que un lobo más un perro, no es lobo ni perro ni el absoluto. Y sostenía que “si uno dijera que en un planeta lejano hay caballos azules, podría creerlo.”  

¿Y en verdad existe la realidad? 

Bueno, es posible. Sábato sostenía que no importaba tanto que la mesa fuera real, porque es difícil “demostrar” su existencia. Para que exista se requiere de la fe del observador. “Solo mediante, dijo en conversación con Borges, una creencia… podemos admitir la existencia de la mesa, creencia que se forma ya en nuestra infancia, por la oposición que ese mundo externo hace a nuestros deseos…” (1) 

Hay que nombrar la mesa para que pueda ser mesa; el nombre es el que le da la identidad al objeto mesa, que ha podido calificar para la obtención de otro nombre. Pedro es Pedro, no Juan ni Humberto. Otra cosa es que la mesa también sea un arma, como planteó el científico chileno, Manfred Max Neef en una conferencia en la Universidad del Norte sobre la física cuántica. “La nueva realidad no se sustenta en la materia, porque la materia no es materia sino tiene conectividad con lo inmaterial, lo espiritual. La realidad es más bien una potencia integral, porque el ser humano es un ser inmaterial, que todo lo abarca.” 

En Cien años de soledad, cuando la peste del olvido cubría toda la mente humana, los hombres de Macando tuvieron que recurrir a la estrategia de ponerle nombre a las cosas para que siguieran existiendo como antes. El olvido amenazaba al habitante de aquel remoto caserío con robarle la fe en las cosas de la que se valían antes para llevar una vida espiritual con lo cotidiano.  

Las cosas, los objetos existen porque existe el hombre. Sin él, sin sus creencias y su fe, el universo dejaría de ser el fenómeno físico que es. El mal de Alzheimer no solo le roba la conciencia al hombre, le roba las creencias y la fe en el mundo, se las quita de un golpe de mano por esta terrible enfermedad. Los seres queridos y los objetos que lo rodeaban antes dejaron de existir para él. Él mismo no existe a pesar de ser un cuerpo. 

El flagelante, o el penitente, o el mandante del viernes santo tomasino, existe por la creencia y la fe, o por la espiritualidad del sujeto que se pica y los que alimentan la manda. Los objetos que lo cubren como el capirote, la disciplina y la pollera, existen precisamente por la manda. Antes de la manda estas cosas simplemente eran un látigo, una capucha u otra pollera más de la vida cotidiana de las gentes. Pero existen, como existe el flagelante, por la fe y las creencias de un número de individuos animados espiritualmente para tal fin.  

Ernesto Sábato tenía algo de razón. Sin las creencias que se forman en nuestra infancia, el penitente no podría existir, sería un actor de teatro más de la realidad de los viernes santos de Santo Tomás, pero nunca el sujeto flagelante o el ser enajenado de la realidad nuestra de hoy.   

1. Diálogos. Borges Sábato. EMECÉ. Compaginados por Orlando Barone.