Por: Pedro Conrado Cudriz
Lo he visto en la universidad con el celular prendido ante sus ojos, nunca lleva un libro en las manos o en el sobaco. Esto me llamó poderosamente la atención, lo cacé como hacen los campesinos cuando cazan los conejos, claro, sin la luz de la lámpara que, al encandilarle los ojos, los paraliza.
Lo observé solitario y me senté a su lado en una banca de cemento congelado. Luego de presentarme y conversar con él de mí interés personal por los libros, dijo:
-No creo en los libros, profesor.
Su respuesta explotó en mi rostro y vi pedazos de la cara regados en la banca: la lengua, por un lado, los ojos por otro lado y los labios muertos de risa.
-En qué crees entonces?
-En nada, no creo en nada. Es difícil creer en algo hoy, todo se desmorona, la familia, la patria, el barrio, el amor, los amigos…
Tampoco yo creía en lo que él enumeraba y no creía que fuera de verdad un humano, lo veía y me repetía a mí mismo, que este joven no existía a pesar de tener las manos alargadas como una manguera de regar jardines. La fe me había abandonado otra vez.
– ¿Entonces, para ti los libros no son importantes?
-No, nada, o ¿tendrían que serlo?, contra preguntó
La contra pregunta del chaval me golpeó en la razón, que luego reaccionó y levantó el mentón.
-No sé, desde la invención de la imprenta el hombre ha necesitado de los libros por alguna razón.
-Por alguna razón, y lo repitió como un sonámbulo.
– Dime, le dije.
– Además, me miró a los ojos, en el celular se encuentra todo lo que uno quiera.
Y lo dijo como una confesión. “Padre, me confieso ante Dios y usted…”
– ¿En el celular está concentrado el mundo?
– Creo que si, fue su simple respuesta.
Las convicciones de los que dudan son flechas envenenadas contra la razón. Platón decía, no sé dónde leí esta aseveración, que el conocimiento de un ignorante es más bien un saber alejado de la verdad, pero no es conocimiento.
– ¿Cuántos libros, pregunté, has logrado leer por la máquina de tu celular?
– La verdad, profesor, muy pocos.
– ¿Y eso?
-Cansancio visual, aburrimiento.
– ¿Aburrimiento?
-Sí, aburrimiento. Cuando me agarra, es poderoso, porque se apodera de mí y no sé cómo sacármelo del cuerpo.
Bueno, sí, tenía el tipo un rostro de aburrimiento incierto y pensé en Bruce, el perro de casa, que duerme más de diez horas al día, pero no se aburre, o no lo demuestra. La abulia, el hastío, son emociones humanas. Cuando nos aburrimos algo está pasando en la conciencia de uno, o en el alma, hay una fractura entre la realidad interior y la exterior, que puede ser como un basurero a cielo abierto. Todavía me estoy preguntando como hacía el ser humano prisionero en los campos de concentración Nazi, que, teniendo conciencia de la muerte por voluntad de otros, se las ingeniaba para agarrarse a la vida, para darle sentido a su precaria existencia, leyendo los libros que le llegaba de contrabando, o recitando poemas de memoria…
-Y cuando lo intentas, ¿qué pasa?, fue mi pregunta.
-Me vence rápido, muy rápido, y me fastidio.
– ¿Y un libro no te ayuda a salir de ese estado?
-No, los libros aburren.
Estar convencido de algo perturbador, más allá de ser una creencia impuesta por la mala experiencia escolar, nos aleja de nosotros mismos, de la voluntad de trascender la realidad, y en este momento estoy recordando otra vez a Bruce, que no tiene la voluntad de ir más allá de la realidad que lo tiene prisionero en casa, porque no tiene la habilidad psicológica y cognitiva de la trascendencia. Este joven estaba entregado al mal vivir, o a la triste vida común de miles y millones de individuos como él, mal educados y adictos a las nuevas tecnologías de la inteligencia artificial.
– ¿Qué es el aburrimiento para ti?, lo interrogué.
-No sé, tal vez algo estático, como cuando uno no se quiere mover.
– ¿Qué haces contra el aburrimiento?
-No hay nada que se pueda hacer contra él. Donde vivo no hay ayudas para salir o escapar de él. El Estado no le ofrece nada a los niños, ni a los adolescentes, ni a los adultos para llevar una vida feliz.
– ¿Y es necesario que alguien te ofrezca algo para escapar de la abulia?
-En mi caso, sí.
-Volvamos a los libros, le dije.
Se levantó de un salto y me dejó viendo un chispero, se alejó rápido, miró dos veces hacia donde me encontraba yo, que tranquilo cerré mi grabadora. Confieso que apenas estaba conociendo aquel mundo de sombras y lucecitas encendidas como observaba Eduardo Galeano en El libro de los abrazos: “El mundo es eso – reveló -. Un montón de gente, un mar de fueguito.
Genial,genial
Fantástico!!