Por: Pedro Conrado Cudriz
Todos los profesionales actúan deontológicamente, menos los políticos. Sí, los políticos.
Les comparto mi hipótesis.
Llegar a ocupar un cargo público de elección popular como alcaldía o concejo por la compra de votos es ilegal, lo castiga la ley, pero…
Comprar es una categoría económica que pertenece sin discusión a la ley del mercado capitalista: usted llega al supermercado y compra cualquier cosa y no tiene porque sentirse mal, ni sentir pena, ni remordimiento o vergüenza de la compra. Es la simple transacción cotidiana de objetos de primera, segunda o tercera necesidad.
Pero comprarle el voto a un conciudadano lo desubica del universo de la humanización y el respeto por el otro y lo coloca en la categoría del otrora salvaje caníbal.
Los seres humanos – por la concepción de derechos humanos que viene de finales de la segunda guerra mundial y también por la concepción de la misma Constitución Política colombiana – somos sujetos de derechos (actores y protagonistas de la vida) y no cosas ni objetos de las relaciones comerciales de las leyes del mercado.
Lo escribo de otra manera: los hombres nos alimentamos espiritualmente del mantenimiento sano de relaciones humanas y sociales con los otros, no de relaciones objetuales. Es decir, nosotros no podemos tratarnos ni relacionarnos como cosas, porque los objetos no se relacionan, son entes muertos. Nuestras relaciones no son objetuales, son relaciones humanas.
La compra y venta de sufragios nos asesina, nos mata como ciudadanos y comunidad.
Y aquí voy con mi hipótesis:
La compra y venta del voto es una relación de odio muy a pesar de la enajenada normalización. Los esclavistas no amaban al esclavo y no lo reconocían como el otro, por la negación histórica de la otredad. Además, el reconocimiento del otro era solo como instrumento de trabajo.
En “Los que sobran,” Juan Carlos Flores dibuja el cuadro de odio de la élite chilena. Sus hijos estudiaban desde la infancia en los mejores colegios privados, en “Ese grupo cerrado, que practica un trato social de no disimulado desprecio hacia sus compatriotas, a quienes consideraban inferiores (y) en los que se privilegiaba no el mérito sino el origen y los contactos sociales… (con) un carácter enfermizamente endogámico.”
La escuela privada de élite nuestra funciona también como un club social, porque en esa escuela de creyentes privilegiados solo pueden ingresar los hijos de la alta burocracia gubernativa del país, hijos de presidentes, expresidentes, ministros, exministros, senadores, etc. Ellos mantienen relaciones sociales de poder y se abstienen clasistamente del contacto humano con el resto de las clases sociales de la nación, lo que implica la negación de la práctica de la habilidad empática con el otro, al que creen inferior, cosa u objeto. El reconocimiento del indígena como ser humano necesito en su tiempo de la Bula papal y el esclavo de una ley para otorgarle la libertad.
(En Finlandia no existen escuelas públicas y privadas. No. Es una sola y es pública. En ella asisten todos los conciudadanos, independientemente del estatus social.)
Los he visto llegar al pueblo en épocas de elecciones, en autos y vestidos con trajes de marcas esperando a los pobres y a los jodidos por el Régimen para la transacción económica de la compra y venta del voto. Es un ritual denigrante y deshabitado de dignidad humana: el consabido discurso de mentiras, la empanada, la gaseosa y los $ 50.000 pesos.
Un colega me contó que un politiquero del área del Caribe y senador impenitente por más de medio siglo, en tiempos electoreros cargaba una botella de alcohol para lavarse las manos después de estrechárselas a sus copartidarios malolientes e inferiores de la reunión.
Si esto no es desprecio y odio humano, entonces lo demás no tiene nombre ni se puede calificar. Como en Cien años de soledad, habrá que empezar a ponerle nombre a todo.
Es un odio de clase transmitido de generación en generación. Son 200 años de desprecio clasista. El pobre jodido y excluido por el Sistema ha sido educado para no comprender esta relación objetual de la compra y venta del voto. Su voz no va más allá de su precario deseo de resolver una necesidad biológica instantánea de sobrevivencia.
Van al matadero voluntariamente y sin ser conscientes de la atrofia de la dignidad y valía humana. El Régimen los ha educado para que crean que son seres humanos de segunda, peyorativamente pobres, jodidos y excluidos del mundo del bienestar. Esa es la razón, una de las razones, por la que aceptan ser tratados como cosas. Les han cosificado hasta el pensamiento.
Cualquiera otra persona en el planeta tierra se percata de esta relación de odio y se avergüenza. Acá no. Uno después del escrutinio y el falso triunfo electoral de los varones de la politiquería, los escucha orgullos alzar la voz y levantar los brazos para decir: ganamos.
Y los vemos bien vestidos, con rostros humanos y sonrientes, pero son unos monstruos asesinos, animales maltratadores del alma humana.
Excelente y duro