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abril 19, 2025

La Primicia Noticias

Una Nueva mirada

Los amantes del ruido 

Por: Pedro Conrado Cudriz

“La tarde está hecha de silencio, de la voluntad de suprimir todo sonido, la tarde de sábado es sólo luz, una luz indiferente al asombro, la luz única de esta ciudad que es mía, donde el viento tampoco suena pero sabe enfriar las cosas.” Poemario El cuerpo y otra cosa, Darío Jaramillo Agudelo

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La pregunta que nos hacemos varios amigos tiene relación con el ruido ¿Por qué a la gente le fascina el ruido ensordecedor del picó? ¿Costumbre o hay algo más allá de esta postura cultural? ¿Cultura picotera? A mí solo me gusta la nota alta cuando bailo. Solo cuando bailo. No en otro tiempo. Prefiero que la música sea una cortina de fondo para tertuliar o conversar. No tengo el dilema “déjalo bajito o sube el volumen.” 

El ruido ensordecedor es perturbador, colapsa la mente y el cuerpo entra en un tiempo de sufrimiento intolerable. La casa es entonces la extensión del cuerpo, porque también tiemblan los vidrios de las ventanas.  

Todos sufrimos. 

Lo que creo – es mi hipótesis de trabajo- es que la gente termina oculta detrás del ruido, se desplaza consciente o inconscientemente porque no se siente bien consigo misma. Se está vengando de sí misma por ser como es. Tal vez. Y contrario a lo pensado, la actitud prepotente que se asume es una negación de la propia personalidad. Le deja al ruido musical el protagonismo y él se quita de encima su perturbador yo. Oigan mi música, piensa. Y no hay una pausa desde el instante en que se zambulle en el oscuro ruido. Porque el tipo no es el prototipo del ser humano que busca una pausa coordinada de vida, porque al final su propia vida va a todo timbal, muy rápido, ansiosa.  

Pienso en el amante del ruido, en su cotidianidad, y lo veo tan aburrido que parece flotar en una nube parasita a punto de explotar. Solo el ruido musical lo calma. Esa es la razón quizá para vivir adicto al ruido del picó o del equipo de sonido. Hay un miedo perfecto al silencio, a la soledad, a auto descubrirse perdido en medio de la baraúnda del mundo.   

Tener un picó gigantesco y sacarlo a la calle para alborotar el barrio, es algo parecido al individuo que busca llamar la atención, porque además del auto de marca que usa, porta una estructura de ruido en la parte trasera del vehículo. Hay un desplazamiento de la personalidad al objeto querido, deseado. Esa enajenación de la personalidad del ofensor es la razón por la que los conflictos entre vecinos aparezcan, no tanto por el ruido en sí mismo como por negarle al objeto querido el brillo que se merece. Ese soy yo, piensa el picotero. Y no me lo puedes negar o quitar. Tiempo infantil. 

Algunos vecinos dueños de estos aparatos creen subjetivamente que complacen al vecindario con la música que disparan al aire, por lo que los decibeles son intolerables para la cuadra. Es una simple excusa. La autocomplacencia hunde sus raíces en la confusión de no saber nada de sí mismos, pero sí todo sobre el monstruo picó. 

Alguno de mis amigos plantea la variable de la educación para el análisis, pero observo que hay profesores que explayan el ruido musical en el barrio e incluso sus hijos tienen títulos universitarios, lo que obliga parcialmente a descartar el tema. Sí, claro, la educación es fundamental para la cultura del buen vecino y no para la cultura del picó.