Por: Pedro Conrado Cudriz
Hablar de literatura es hablar de tradición, de la costumbre mágica de abrir un libro y levantar la mano diariamente para garabatear unas líneas escritas en el papel, de disciplinar los ojos para mantenerlos abiertos mientras la magia del libro nos consume. La tradición es la que posibilita la literatura, la que la mantiene viva. Y en cada autor aportante se van encadenando otros autores, que finalmente marcan esa actividad humana llamada tradición literaria. Uldarico Acosta, Ricardo Pizarro y Manuel Eusebio Salcedo son entre otros, autores del pasado que iluminaron la tierra. Ellos les abrieron las ventanas a los pájaros cautivos de la imaginación y los sueños extraordinarios. En la biblioteca municipal había antes huellas de sus trabajos y había revistas que registraban sus existencias y sus éxitos. No sé si exista un lugar que conserve todavía sus sueños. Y luego llegaron en manada Ramón Molinares Sarmiento, Julián Acosta Varela, Tito Mejía Sarmiento, Julio Lara Orozco, Aurelio Pizarro, Tatiana Guardiola, Frensis Salcedo, Jaime Charris Pizarro e Iván Fontalvo… Por supuesto que hay otros autores en otras disciplinas nada despreciables. Según las cuentas de un amigo, son más de veinte escritores viviendo en el territorio de Santo Tomás.
(Creo que les debemos una hipótesis para explicar el fenómeno literario tomasino)
Lo que cualquier desprevenido ciudadano observará es la multiplicación del pan. Sin embargo, son visibles unos autores más que otros, quizás por la férrea disciplina y la pasión intelectual de aquellos que logran, según Haruki Murakami, novelista japonés, “que el cuerpo se convierta en un aliado.”
O como afirmó Isak Dinesen en ese cotidiano ejercicio de escribir sin descanso: “Escribo todos los días poco a poco, sin esperanza ni desesperanza.”
En estos días previos a la Feria del libro en Santo Tomás, en ciertos sectores de la población se ha creado una polémica sobre la identidad del escritor. Uno de mis amigos, que vive en el extranjero, cree que son muy pocos los escritores que existen en el territorio tomasino; otros, en contrario, creen que escribir un libro convierte inmediatamente en escritor al autor.
Interesante discusión.
Murakami en “De qué hablo cuando hablo de escribir,” sostiene que los autores de un solo libro son más inteligentes que los autores de varios libros. Escribir un libro ya es en sí mismo una proeza. Para este artista de la palabra, el escritor no tiene una línea de tiempo definida como el autor de un solo texto. Para él la línea de tiempo de un escritor es la vida entera, su pasión, su dedicación diaria, la disciplina.
“Escribir una o dos novelas buenas, según Murakami, no es tan difícil, pero escribir novelas durante mucho tiempo, vivir de ello, sobrevivir como escritor, es extremadamente difícil. Me atrevo a decir que casi resulta difícil para una persona normal… hace falta algo especial… predisposición.”
En esa largura de tiempo del quehacer literario de varios autores de la misma nacionalidad, se cocina el fenómeno de la tradición literaria. Es un músculo pequeño de la vida intelectual de una comunidad determinada. Acá en Santo Tomás tenemos la fortuna de contar con varios escritores con los que se logra conversar siempre de libros, vida cotidiana y lecturas de prensa escrita o digital. Recuerdo lo que me decía Julio Lara hace días: Peco, los lunes en la mañana en cualquier esquina o casa de los amigos la pregunta que se hacen es: Ajá, Miguel, ¿te los clavaste ayer? Y es muy difícil que alguien le pregunte a Miguel: Ajá, Miguel, ¿Qué leíste este fin de semana?
Somos una sociedad alcoholizada y sin remedio hasta hoy. La feria del libro puede ser un evento para comprar y hablar de libros.
Esa magia de las letras es el camino…..
Sueño con un monumento del libro donde se tomen fotos como en los girasoles
Es el tiempo, fomentar la lectura y ser pioneros en Cultura, su gente lo esperaba.