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julio 20, 2025

La Primicia Noticias

Una Nueva mirada

Las bestias y el egoísmo social 

Por: Pedro Conrado Cudriz

“Mis trabajadores gozan de plena autodeterminación y tienen derecho a votar libremente por quien cada uno decida. Pero yo también tengo pleno derecho sobre mis empresas, por lo tanto, un empleado que vote por Petro no cabe en mi esquema empresarial y simplemente se tiene que ir.”, Esto lo dijo un uribista del C.D. Lo dijo sin sonrojarse y sin espabilar dos veces y tristemente como si viviera en 1900. 

Esta es otra voz del viejo establecimiento, y no es una voz de estos días de crispaciones. No. Esta voz viene del remoto pasado y con ella se han ganado cientos de elecciones en Colombia, todas las elecciones posibles desde tiempos inmemoriales. 

Además, son elecciones prisioneras de los círculos de la violencia política nacional, incluyendo magnicidios, violencia acompañada de otros estilos de vida como el reconocido constreñimiento electoral. 

“Robarse las elecciones, dice Gonzalo Sánchez en entrevista con Cecilia Orozco en el Espectador de este domingo que pasó, es propiciar la compra previa y masiva de votantes; es utilizar los recursos del Estado como fondos reservados que se ponen a discreción de núcleo de poblaciones específicas para condicionar su voto, al igual que pasa con el sufragio de los funcionarios; robarse las elecciones es utilizar la jerarquía en las empresas o instituciones para poner a trabajadores y empleados en el chantaje del voto o el puesto…” 

Tenemos un sistema que combina todas las violencias, la violencia sistemática de la policía y la violación de los derechos laborales de las gentes. Sin excluir la violencia contra los derechos humanos y el derecho a la vida. Todavía, en este orden de ideas, hay quienes piensan o creen que un servidor o empleado público debe serle fiel al gobierno y no a la democracia.  

El régimen ha levantado barreras contra la genuina democracia, impracticable todavía, barreras de odio y de sangre. Ha seguido utilizando la desgastada categoría comunista, hoy inexistente, para crear el miedo visceral contra los partidos opuestos a este sistema de muerte. Y sí, ellos representan las bestias del capitalismo salvaje, ese que utilizan a mansalva los gorilas de la fuerza bruta para sostenerse en el poder.  

No existe el peligro del comunismo, pero si el peligro de las bestias del capitalismo salvaje, ese o éste que no tiene responsabilidades sociales con la humanidad, o con el otro. Es el capitalismo chupasangre de los pobres, explotador y carente de sensibilidad humana. 

El hombre colombiano lo padece en carne propia si está integrado a la clase media baja, pero también si es un marginado del charco de la pobreza más recóndita. 

Es decir, Colombia, hay que reconocerlo sin ambigüedades, es un vividero de muerte. 

En este modelo distópico de sociedad política, el egoísmo social ahoga a todas las clases sociales. Cada ciudadano es una especie de isla cómoda, que no se intercomunica con las otras islas alrededor. A los que les va bien, terminan por edificar su campana de cristal desde el club social de la escuela privada, excluyente, clasista y racial, además de perfumada. Se identifican entre ellos por la riqueza que tienen a costa de las gentes que no tienen nada. 

Los pobres al no temer ni odiar la pobreza, como me decía un vecino amigo, mientras libábamos copas bajo la sombra de un resistente viejo árbol, asumen también egoístamente su pobreza. O sea, sobreviven contra el mundo para arañarle al sistema unas moneditas de ilusiones espurias. “Me importa un reverendo el otro,” dicen mientras transitan por el camino de las piedras cristalizadas. La venta del voto, de su voto, se comercializa contra sí mismos y contra los demás. El egoísmo aprendido en la cultura de la supervivencia salvaje de todos los días, los aísla y les imposibilita la mejoría soñada alguna vez en sus vidas. ¡Qué se joda todo el mundo!, parecen pensar cuando reciben la limosna o la engañifa electoral. El egoísmo con cara de hereje se burla de ellos. 

El insalubre sistema político colombiano funciona para sí mismo y para que las gentes no les vean los colmillos de tigre que tiene e incluso, más allá, existe para no ser pensado ni repensado. El régimen sigue construyendo campanas de cristal para que no salga nadie. Es mejor vivir acomodado, que arriesgar la nada. Esa realidad raquítica y falta de carne, que obnubila las mentes más débiles.