Por: Pedro Conrado Cudriz
“Por leerla, compré uno de sus libros (Zona de obras), y me inclino cada vez que puedo a buscarla en El Mercurio de Chile, porque su voz de alma que busca la belleza, a veces también se encuentra atorada en alguna garganta de la esquina de la vida.”
Uno debería tener un columnista para leerlo cada día, uno en domingo, otro en lunes, otro el día martes y así sucesivamente, hasta alcanzar el sábado. Alguien, sí, alguien que nos estremezca el alma o nos haga tolerable la vida. Mejor dicho, que nos drogue o nos noqueé, de tal manera, que nos entregue cada mañana un tris de la belleza del mundo o de sí mismo a pesar de la desesperanza y la escatología del mundo. Un texto que le permita a uno cargarlo en la memoria hasta que se agote en sí mismo. Yo, por ejemplo, esperaba los miércoles para ir a las páginas de El País de España y disfrutar a la escritora argentina, Leila Guerreiro. Desde que la leí (alguien de los que leo aconsejó leerla), fue como quien se da la mano con otra mano con alta corriente del alma. A veces ella me ayuda a resolver los nudos de alguno de mis artículos, o me guía al suicidio literario, a ese destino oscuro en el que uno prefiere morir para no seguir escuchando las tonterías de un mundo, que vive encharcado, bien jodido, y sin salida. Ucrania es ese lugar de la humanidad que nos parte hoy el alma y nos quita la esperanza por la pasividad y la indiferencia mundial. Por leerla, compré uno de sus libros (Zona de obras), y me inclino cada vez que puedo a buscarla también en El Mercurio de Chile, porque su voz que busca y se inclina a la belleza, a veces también se encuentra atorada en alguna garganta de la puta vida. Igual me ocurre con William Ospina los domingos, o con Piedad Bonett, o con la misma Cecilia Orozco, los miércoles, y los jueves espero también, en medio de la turba y el bullicio de la ciudad, a Juan Esteban Constaín, el viernes a Moisés Wasserman. Otro día, los lunes, mientras la mañana nos saluda con su rostro de sol ardiente, también me doy en las manos y en los ojos con Yolanda Reyes, en su dolor y lucidez. La vida no me funciona si no leo sus columnas, sí sus concepciones de vida y de mundo no ingresan por mis ojos hambrientos de sus ideas inasibles, asombrosas, también de datos y versos inútiles que preludien los días que vienen. No sé ustedes, pero soy muy fiel a sus plumas y respeto el domingo o el lunes, el miércoles, el jueves y el viernes y el sábado, como si fueran días cívicos. Tengo la fortuna de contar con estos magos de la vida. “Madame Bovary, escribió Leila, en Zona de Obras, dejó de ser, para mí, un libro sobre gente mediocre que se cree especial y empezó a ser un comentario implacable sobre la humillación y el amor, una advertencia feroz sobre la importancia de nuestras decisiones y sobre el peligro de estar vivos.” No puedo agregar más a este texto, solo dejarlo caer para que otro lo retome.
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