Por: Eimar Pérez Bolaño
En pleno estado apolíneo (mesura y quietud), pero escuchando de cerca la música, particularmente carnavalera, observaba, además, los movimientos continuos de varios ciudadanos, unos en moto, otros caminando, algunos como decimos en la costa caribe colombiana, “enmaizenados”; pero todos dirigiéndose, supongo a un sitio de encuentro debidamente organizado. Tales observaciones me conllevaron a recordar y reflexionar el significado del carnaval. Pensaba sin moralismo alguno y sin ningún prejuicio: ¡la gente puede tomar y embriagarse, echarse Maizena, pero esto no es el carnaval que comúnmente festejamos en el caribe colombiano!
Sin embargo, a pesar de dicha afirmación apresurada, el recuerdo me remitió intempestivamente a una clase cuando cursaba la maestría en filosofía contemporánea, específicamente en el seminario de Michel Foucault, donde el ilustrado docente con su gran apertura discursiva nos exponía la relación conceptual del pensador francés con el mundo griego. En medio de ello era inevitable remitirse a la mitología de dicha civilización europea. El caso es que, en su amplitud y erudición, el maestro, nos habló del poeta trágico Eurípides y su libro clásico las Bacantes, allí nos mostraba como Dionisos, dios griego de la embriaguez, la vigilia y la desmesura era el símbolo de los instintos humanos y que el esbelto joven se paseaba encima de una pantera con una lanza y en la punta un tirso embriagador que seducía a todas las doncellas con solo verlo y al percibir su presencia generaba orgasmos y descubrimiento de todo tipo de emociones en las bellas damas.
En ese orden discursivo y refiriéndose al mismo personaje mitológico, nos habló un poco del significado del carnaval en su sentido genealógico, casualmente en esa clase asistían tres amigos de Barranquilla y yo del departamento del Atlántico. Por eso afianzó un poco más en el tema, claro está, reconociendo que el Carnaval de Barranquilla, es sólo una muestra cultural transformada de las manifestaciones iniciales y formas de expresión de la condición humana. En suma, expresó que en tiempos remotos hubo un eclipse solar, lo cual perturbó la visión de los dioses frente a lo que hacían los humanos. Estos por su parte, mientras estuvo la oscuridad, se desinhibieron, desplegaron sus instintos, se embriagaron, realizaron orgias y se sintieron libres. Al volver la luz, recibieron sus castigos por parte de sus dioses y la vida volvió a la normalidad represiva.
En medio de tal contexto y de las circunstancias que vivimos por la Pandemia, también recordé que el carnaval de Barranquilla fue declarado por la UNESCO como obra maestra del patrimonio oral e intangible de la humanidad en el 2003. Por eso su lema más excelso es ¡Quien lo vive es quien lo goza!, afirmación irreductible por todo aquel que haya vivido tal experiencia. A pesar de la connotación festiva, no se puede desconocer que el carnaval de Barranquilla involucra aspectos, manifestaciones y reflexiones políticas, sociales, históricas, económicas y por su puesto culturales.
No obstante, por razones obvias, este año fueron cancelados todos los eventos característicos del carnaval de Barranquilla, sólo se han realizado una serie de remembranzas virtuales, por su sentido, significado y lo que representa dicha manifestación cultural para la humanidad. Pero también hubo necesidad de establecer decretos de “toque de queda y ley seca” para evitar que de forma “clandestina” se desarrollen encuentros sociales y la propagación del COVID19 aumente en esta parte del país.
Tales medidas decretadas y lo observado por mí en estos dos fines de semana, reafirman que el carnaval en sí mismo es una forma transgresora frente al orden establecido y que los seres humanos buscaremos cualquier mecanismo para evadir las normas vigentes. De hecho, las comparsa del carnaval, los disfraces, sus movimientos, los sonidos utilizados y toda la diversidad de expresiones, no son más que una forma de rechazo y resistencia frente las clases sociales opresoras, esto en los inicios históricos del carnaval barranquillero. Sin embargo, aunque los disfraces e imágenes sigan teniendo el mismo sentido, en la actualidad más bien lo que el carnaval reduce de alguna manera es el abismo social y vuelve el contacto con el otro, su punto más importante, de allí un poco el significado “todo se vale”.
A pesar de ello, por las condiciones actuales de la Pandemia, la desmesura debió encontrar en la razón su orientación, teniendo en cuenta que está en juego en estos momentos la vida y, salvaguardarla debe ser el sentido común de toda la población. Pero inevitablemente las raíces y la tradición son muy fuertes y la realidad muestra lo contrario, los “dioses del presente” (alcaldes, gobernadores) no tienen el alcance de las deidades griegas y con mucha facilidad, evidentemente se trasgreden las normas a costa de la salud, ya no se espera el castigo y el poder de la divinidad que al día de hoy se puede extrapolar a una multa, sino el riesgo de perecer o contagiar a otros.
En resumen, el carnaval es antagónico a la mesura, pero reiterando las condiciones de la Pandemia, este año debió encontrar un punto de equilibrio entre ambas condiciones y con optimismo espero que las próximas tres semanas y casi en medio del proceso de vacunación, las cifras de contagios sean cada vez más reducidas y “la nueva normalidad” vaya ampliando sus posibilidades. La respuesta al interrogante del título queda abierto a todo lector.

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