Por: Pedro Conrado Cudriz
“Las redes sociales son escenarios de competencias de personalidades sexuales para ofrecerse como mercancías.” PCC
“Aquí – dijo Ramón- me siento mejor. Ya sé que la uniformidad está en todas partes. Pero en este parque, dispone al menos de una gran variedad de uniformes. Así puedes conservar aún la ilusión de tu individualidad.” Milan Kundera, La fiesta de la insignificancia.
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Estoy pensando seriamente abandonar poco a poco las redes sociales. Dejarlas porque que me quitan demasiado tiempo, convirtiéndose en un obstáculo serio para el desarrollo del pensamiento crítico. Molicie, inocuidad. Seguramente me quedaré a regaña dientes con el Facebook simplemente por mi página Piel de hierro.
Son insoportables las fotografías personales y diarias que babean y sangran narcicismo de aquí a la luna. Los usuarios las colocan en su estado como si el Facebook fuese el espejo mágico y revelador de una personalidad fotogénica.
Las redes sociales se parecen al mítico paraíso bíblico, por eso las gentes que lo usan, la mayoría, creen que es como vivir desnudos y en completa libertad. Ponga y diga lo que sea. Sin embargo, creo que se burlan de sí mismos, de su ignorancia sana, normal. Y se ríen a carcajada limpia después de escribir una bobería.
El sistema les limpió y barrió con suficiente cloro la pre -frontalidad.
El Facebook es una playa de desnudos virtuales, nadie tiene vergüenza de mostrar lo suyo. Se perdió el pudor en los espejos del otro. Esa es la playa de la normalidad. Todos somos iguales, ridículamente iguales. Ese es el espejismo del desierto. Es una ilusión. Ya se sabe que todos somos diferentes a pesar de las homogeneidades sociales.
La red es una especie de panóptico social, abierto, donde todo el mundo entra y sale. El problema grave es el fenómeno de las tonterías compartidas.
Todo el mundo vive de las tonterías de las redes sociales. Es un universo que se presta para las mentiras y la manipulación. Es una hermosa emulación numérica, o bellamente kits, si se piensa en un cuadro insolvente de miles de botellas de gaseosas iguales y organizadas para la venta. Y es que todos quieren vender algo en estos algoritmos. Los psicólogos y los sociólogos dirán entonces que la red es el mercado dantesco para la venta de las mascarillas de la personalidad sexual. Y la venta es de una vastedad increíble que tal vez no sea comercial, porque es muy difícil comprar la imagen fotogénica de alguien enfermo de virtualidad. Estoy pensando en la dignidad humana.
De cualquier manera se siente la pudrición social, o el mal olor de las fotografías. No todos quieren escapar de la mierda. Este es el pedazo de imán que atrae al ser anónimo o desconocido, ese sujeto de piedra que antes solo se miraba en el espejo de casa. Ahora él cree que el mundo es un espejo gigante, múltiple, para que todos puedan observar su insignificancia. Es la maldición de lo ignorado y de la propia ignorancia personal.
Existen dos tipos de seres en la Red: los pasivos y los activos. Los pasivos están ahí de observadores y colocadores en sus estados de sus bellos rostros pero deformes de egolatría. Y en los activos están los pobres de pensamiento, que se esfuerzan por colocar alguna vaina intrascendente, un insulto o una opinión que no es otra cosa que una idea bruta y apenas naciendo. Y están los que quieren conversar de cosas mayores, no mejores. Mayores.
Hay muchos en la red que inapropiadamente creen en la cita de Virginia Woolf: “Yo estoy para escribir lo que quiera, y ellos para decir lo que quieran.” Claro, no saben quién es Woolf ni porqué y para qué lo dijo.

Necesitamos revisar estas nuevas tendencias.