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octubre 21, 2025

La Primicia Noticias

Una Nueva mirada

No hay nada regalado

Por: Eimar Pérez Bolaño

“No hay nada regalado” y “lo barato sale caro”, son dos consignas que a veces olvidamos a la hora de adquirir un producto. En consecuencia, aunque sea relativo, en el mayor de los casos “la informalidad” en las compras tiene sus riesgos.

Es así que, todos en algún momento, hemos sido “victimas” de los “regalos”, porque quizá a través de una llamada, se nos informa que somos “merecedores” de un “premio” del cual no hemos ni concursado o esperado, menos cuando proviene de un personal calificado o empresa reconocida.

Por tanto, las estrategias del marketing no escatiman esfuerzos para vender, dado a que es su naturaleza y pretensión última. A pesar de ello, se esperaría que dentro de sus objetivos finales estuvieran de por medio una legitimación de su ejercicio a través de una reflexión deontológica que regulen no sólo sus prácticas, sino también que las coloquen en un espacio de reflexión y cuestionamiento. A parte de ello, al menos debe existir una dinámica objetiva en la información suministrada a cada cliente.

Analizando el problema desde la lupa y profundidad del pensar mismo, es claro que “no hay nada regalado”, porque comúnmente siempre existe un tipo de interés frente al proceso de dar, ya sea por agradecimiento, simpatía, la maquinación ulterior de un favor o finalmente vender algo. Sin embargo, para mí la donación es una especie de desprendimiento interior y de lo individual, para entrar en otra fase del espíritu, que significa pensar en lo otro; esto no implica lógica o raciocinio y lo entiendo en dos sentidos. El primero, se expresa de forma negativa, como lo es la compasión o lástima. El segundo tiene que ver con la solidaridad, como una forma de comprender las necesidades del otro. Pero esta última, ha sido también un instrumento y a la vez estrategia política por un lado y por el otro, ego y fama. A pesar de ello es claro que, la donación como regalo es espontánea y real, existe y va ligada a los sentimientos individuales y sin interés alguno.

Por otra parte, el marketing es una actividad que permite lucrarse de manera exponencial, que implica para su ejercicio, varias competencias. Como, por ejemplo, habilidad oral, presentación personal, pero por encima de lo anterior, paciencia. Es por eso, que un profesional en ventas posiblemente tenga contacto en un día con mínimo 10 clientes para ofrecer algún tipo de producto, planes, etc. A pesar de su esfuerzo y desarrollo de sus competencias es posible que no logre persuadir a ningún cliente.

Centrado en el tema, comparto que, como todo ciudadano, he sido exhortado a recibir “regalos” que nunca me esperaba, tan fantástico como un desayuno en un hotel 5 estrellas en Bogotá. Es un recuerdo claro para mí a pesar que sucedió ya hace varios años y hasta hace un par de días pensaba que solo era parte del marketing macondiano.

Sin embargo, en mi reciente arribo a Cancún, al salir del aeropuerto fui abordado por una mujer que se ofreció a brindarme orientación para la salida del lugar y así ser esperado por la agencia de viajes con la cual contraté la estadía en el país azteca. Abierto a toda interacción, antes de continuar con el objetivo de mi llegada, establecimos un dialogo, lo cual me pareció interesante, empezando desde su acento, además de la terminología que es natural por las diferencias culturales entre la mujer y yo. En medio de la charla, la mujer fue sacando de su mostrador planes turísticos variados y representativos de la ciudad. Accedí a la escucha atenta sin ninguna limitación, dado a que mi interés era conocer lo que más pudiera en mi visita a esta parte del país.

Yo quería empezar por el emblemático Chichè Itza (sitio sagrado del pueblo Maya) de una vez empezó la cotización, yo traía conmigo algunos precios y contactos realizados antes de salir de Colombia. Sin embargo, la propuesta directa con alguien oriundo de esta ciudad fue persuasiva y tentadora, además que por comprar dicho plan tenía derecho a un “regalo”; este consistía en un desayuno en un hotel de lujo tal como lo expresó la mujer. Mi memoria y resistencia a los “regalos” de ese estilo, me hizo recordar de forma ligera aquella experiencia en Bogotá, pero también pensé que estaba en otro país y quizá las dinámicas eran distintas.

Para seguir con el trámite era necesario diligenciar un formato, además de un abono para cerrar el negocio. Pero de forma sutil la mujer indagó sobre nuestra ocupación laboral y si manejaba algún tipo de tarjetas de crédito, específicamente Visa o Mastercard. Al dar respuesta afirmativa, hubo una intempestiva emoción por parte de la funcionaria. También insistió que no recibiéramos información de otras personas, según ella, buscaban lucrarse sin ofrecer buenos servicios. Nos dijo, además, que en hotel nos esperaría su jefe, ella nos daría los brazaletes una vez entregáramos el resto del dinero pactado para la asistencia al lugar mencionado, que en últimas era mi interés.

Al llegar al hotel, aparte de revisar las expectativas a priori frente a mis vacaciones, efectivamente la jefe de la señora nos recibe con nombre propio, nos solicita el formato original del abono y nos da unas indicaciones generales, como prioridad para ella, nombró nuevamente el tema de las tarjetas y la ocupación, además el desayuno. Hubo en mí un grado de desconfianza (creo que tengo a veces olfato fino para ello), dado a que como reitero mi interés único era la asistencia al lugar, para lo cual estábamos pagando. A pesar de ello, organizó una cita para el día siguiente, enfatizando que deberíamos llevar “mucha hambre” para el supuesto desayuno. Yo le mencioné que de una vez agendara la ida al Chichèn Itzà para el lunes y de forma evidentemente esquiva dijo que teníamos que asistir y allá nos daban los comprobantes, mi desconfianza creció un poco más, pero pensaba que nada perdería en asistir, desayunar y reclamar mis boletos de entrada.

Teniendo en cuenta la cita agenda, un taxi nos recogió en el hotel y nos llevó al lugar a donde estaría esperando por nosotros el desayuno. El recibimiento fue amable y cordial. Luego nos hicieron pasar donde había muchas personas, mi impresión fue que era un lugar de ventas. Había una pareja esperando al igual que nosotros, su rostro era de incomodidad y ansiedad. Cuando uno está en plan turístico lo que menos quiere es perder el tiempo, es decir, aprovechar al máximo cada sitio del lugar visitado.

Seguidamente se nos acercó un hombre y nos tomó unos datos, además de las fechas de vencimiento de las tarjetas de crédito. Mi compañera de viaje y yo, por la estructura del lugar, las características de las personas que estaban allí, de una vez caímos en la cuenta que se trataba de lo mismo que habíamos experimentado en Bogotá. Esto era vendernos un plan turístico en una cadena de hoteles a nivel global, lo cual íbamos a pagar mensualmente. Decidimos escuchar la propuesta, pero como reitero el único interés eran los boletos. Se nos acercó otra persona y nos dijo que si contábamos con 90 minutos entre recorrido, desayuno y charla. Decidimos que sí, pero en nuestro rostro era evidente que no queríamos perder tiempo, por tanto, respondimos que sólo 90 minutos exactos. La respuesta no agradó a la persona, se retiró habló con dos de sus compañeros, luego volvió y nos dijo extrañamente que no había cupo, que si queríamos volviéramos a las 12 M y que nos debíamos ir en autobús porque ya tampoco había como devolvernos a nuestro hotel. Que también debían reintégranos el abono para las entradas a Chichèn Itzà.

Mi compañera y yo nos miramos, sonreímos, nos retiramos lentamente del sitio y reflexionamos sobre lo sucedido. Aunque sea hipotético, creemos que el abono era una especie de cuota inicial al plan hotelero, también supongo que, toda una “gama de descuentos” pagando con las tarjetas de crédito y que, por nuestra afiliación, recibiríamos el desayuno de bienvenida y sumado a ello la cortesía de la entrada al lugar Maya. De una vez se me vino a la mente, ¡no hay nada regalado!

Finalmente, puedo afirmar que el marketing debe ser regulado por alguna institución que proteja a los consumidores del engaño, sobre todo cuando dentro de sus estrategias hacen creer que están regalando algo.