Estoy en el filo del final del año viejo y el comienzo del año nuevo. No me he alejado demasiado de la frontera del fatídico 2020. Estamos viviendo todavía tiempos atípicos, raros. La fotografía que guardo en mi memoria de los meses de abril, mayo y junio en mi tierra natal –Santo Tomás- es muy diferentes a la de los dos últimos meses.
En el mes de mayo se notaba la anormalidad, pero antes de diciembre la atipicidad había desaparecido. Éramos otra vez los mismos animales habituados a las costumbres de siempre. La disrupción de la naturaleza no nos sirvió de nada. Y era lo extraño porque mientras en otras partes del mundo civilizado las restricciones y el confinamiento volvían a reeditarse, aquí las gentes se comportaban, y se siguen comportando, como en los viejos tiempos normales. Ciertamente se comprueba que tenemos una precaria conciencia de la supervivencia humana.
En junio era raro ver por las noches las calles vacías, tristes y solitarias. La muerte aunque fantasmal era un personaje vivo. Yo bajaba del segundo piso a la calle para experimentar el miedo y la soledad en el territorio. La convivencia social de los vecinos había sufrido una ruptura nunca vista. La distancia social era una pared que impedía los abrazos, los besos de saludo y el cara a cara milimétrico… No eran tiempos de guerra, pero sí de la muerte. La libertad vivía entre las dos paredes del paréntesis. La gente se cuidaba más y el tapabocas se observaba siempre en el rostro. Era una extraña alegoría al carnaval, pero su uso estaba determinado por los riesgos de la muerte.
Hubo días que por el tapabocas no se reconocía al otro. Era hasta cómico cuando una vecina me decía en la tienda de la esquina, Buenos días, Señor. De cualquier manera, esta mascarilla era y sigue siendo incómoda para respirar y para las conversaciones con vecinos y amigos. La voz parece ser emitida desde otro canal o desde una cueva, porque es inusual y cuasi gutural y nasal.
Lo increíble para diciembre fue el relajo de las gentes, porque bordearon la muerte al ignorar la cultura del autocuidado y los protocolos establecidos contra el Covid-19. El diciembre 2020 no fue atípico, fue la reedición fiestera del pasado. Uno podría explicar este comportamiento social a través de la anomia nacional o del aburrimiento del confinamiento, o del mal ejemplo de nuestros gobernantes, que dicen una cosa y hacen otra. Incoherencia institucional y social es el modelaje.
El hombre nuestro no olvida sus tradiciones que son las esencias del alma humana. Sin embargo, olvidó que la crisis no solo era suya, era global. La comprensión de estas circunstancias inéditas del mundo, nos plantean otros retos y nos ubican en otras dimensiones éticas y morales de la vida. La pandemia mundial acabó con las concepciones y las conductas de la parroquia. Porque la solidaridad humana era –y sigue siéndola- un imperativo de la ética social o comunitaria. No era ni es la supremacía de mi yo, es el nosotros como una fuerza espiritual salvadora.
El Covid-19 nos ha obligado a repensar la muerte, a caminar con cuidado por el mundo. El virus es como una mina quiebra-patas. Y la muerte sigue siendo la misma de siempre. Lo que ha cambiado son las circunstancias históricas vividas en estos días o la experimentación de la vida como un don efímero, una luz muy frágil y cercana a la extinción.
Donde yo paso mis días infinitos no hay otra diversión que las cantinas, o salir a caminar, o a trotar, o muy temprano asistir al gimnasio para fortalecer los músculos del cuerpo, lejos de la cabeza. El cine lo clausuró la pandemia. Sí, el Covid-19 expulsó a la gente de la casa desde las 4 a.m. Se pueden observar a niños, jóvenes, adultos y mayores caminar las calles o concentrarse en los parques para salvar su salud de los peligros del sedentarismo.
La pandemia ha retado la sociedad tanto desde lo individual como desde lo colectivo. Nos ha puesto a prueba como humanidad. ¿Tenemos conciencia humanitaria? ¿En verdad somos seres empáticos? ¿Somos conscientes que formamos parte de la cadena de vida del mundo?
Nos hemos despedido de un año anómalo. Un año sorpresa. Nadie estaba preparado para sus retos y los asombros. Hemos vivido en carne propia la muerte parcial de la humanidad, de vecinos y seres queridos, también de desconocidos e igual hemos podido observar como varios compatriotas han superado la enfermedad. Y nos seguimos preguntando hasta cuándo será este calvario de vida y muerte. ¿Y de la economía qué? ¿Y de los pobres qué? ¿La virtualidad seguirá siendo una extraña máquina en nuestras vidas? ¿El mundo ya no seguirá siendo el mismo? ¿Y nosotros nos moveremos un centímetro de la comodidad? ¿Cambiará el capitalismo? ¿Será más humano? ¿Qué podemos esperar de nosotros para el 2021?
Total Pedro,una reflexion de lujo.Ahora que se abra el debate.
Algunos entendidos afirman que no habrá cambios; que todo seguirá igual.-Otros por el contrario confiesan que sí conjugaremos cambios; pero para peor.-Yo pienso que esta, es una grande oportunidad para que los Humanos hagamos replanteamientos sobre el comportamiento:-Cooperación comunitaria y mayor preocupación por las otras personas.-Hay que acercarnos mas a la Ciencia para precisar nuestra existencia biológica-evolutiva.-El escritor de temas científicos; el estadounidense David Quammen; dice:-“Los Virus no nos desean El Mal.-Los Virus de los animales no buscan, no trepan a los humanos.-Ellos caen sobre los humanos cuando interactuamos con los animales huéspedes en que viven”.-Nos reitera:-“Los Humanos somos simplemente otra forma de Vida Animal.-Una magnífica forma animal.-Pero somos un animal y nos relacionamos con otros otros animales por descendencia evolutiva.-Y una característica COMUN con otros animales es la capacidad de albergar los MISMOS VIRUS.-Gracias.-Jairo Berdugo De La Hoz.-