Por: Pedro Conrado Cudriz
En mi artículo anterior confesé mi soledad. No fui específico. Sin embargo, creo que el individuo que más sufre del síndrome de la soledad artística es el poeta.
Muchas veces es un desconocido entre conocidos. ¡Ah, es que eres poeta!, dicen algunos.
Leer poesía es enfrentarse a otra estructura escritural diferente a la del narrador de cuento o novela. Y, claro, si cuesta leer y comprender un texto, un artículo de prensa, un cuento, imagina lo que cuesta leer poesía: puede tostar, quemar el cerebro.
La poesía viola lo fácil, lo ligero, exige el encuentro con la belleza y la belleza no es ni siquiera una impronta en la mesa de la escuela. Pero sigue siendo belleza.
No se compra ni se vende. No es lo mismo comprar un traje, una mesa, que un libro.
La poesía forma parte del ADN espiritual del ser humano, y está sustanciada en los asombros de la vida diaria. La hermosa canción que nos toca el alma en la mañana o en la tarde; una lunática puesta de sol; la luna mitigando la sensibilidad de los ojos; la comida que, al extasiarnos, despierta ciertas emociones corporales.
Es una colosal mentira decir “Es que no me gusta la poesía.”
¿Quién le metió tamaña mentira al cuerpo?
¿La escuela?
¿La familia?
¿Un amigo?
¿La radio con sus vulgaridades a flor de piel?
¿La Televisión muerta de romanticismo tradicional?
Yo estoy convencido que a todos nos gusta la poesía, que no nos fascine es otra cosa y tal vez tiene que ver con los francotiradores asesinos de la poesía y la mala educación escolar.
Este mes que pasó, mes de noviembre, se celebró la Feria del libro en Santo Tomás, Atlántico. Yo estuve de cuerpo entero y presente en los cuatro días de feria. Comprobé que lo que menos le interesa a la gente son los libros de poesía y en menor escala los poetas.
La orfandad es experiencialmente mortal.
En la penúltima noche de la feria se programó una lectura de poesìa. Hasta el instante del desarrollo del punto de lectura poética, nadie se había movido del puesto. Cuando les correspondió a los poetas, hubo una desbandada de público, se fueron y abandonaron la voz de los poetas. Hay que decir la verdad: a las gentes les gusta el espectáculo, pero no se permiten disfrutar la musicalidad y la belleza de la poesía.
Bueno, primero hay que aprender a leer. Segundo, comprender lo leído, y tercero, disfrutar lo que lees.
La mala educación espiritual alcanza la pluma de los poetas. Abandonar la voz de un poeta, es abandonar la belleza de la vida; es cerrar los ojos ante la luna llena, o no entender la belleza del niño que llora, o el vuelo de las mariposas amarillas.
Ya sabemos que a los colombianos les cuesta leer, pareciera un reto extraordinario, y es una experiencia que ha vivido lejos de la mayoría. Los resultados de las pruebas Saber desde el año 2014 hasta hoy son suficientes para entender la dificultad, para comprender y compadecer al sujeto que no ha podido aprender a leer la vida, un texto, un poema, una película, o no sabe diferenciar la pobreza desde los tiempos de los tatarabuelos, los bisabuelos, abuelos, los padres y él, y, seguir siendo pobre hoy.

En todos los contextos tenemos ignorantes, hoy el sabio o el intelectual tienen un campo limitado, lo mismo le sucede al arte, la poesia comprendida sensibiliza el alma y empatiza con la vida.
Ese clamor del poeta hace parte de una humanidad cocificada y falta de sensibilida.
Amigo yo me deleito con lo sublime de la poesia y cuando lo encuentro en los textos me traslado a universos insospechado
“La mala educación espiritual”, es una expresión muy diciente, porque la creación poética, el poema en sí mismo, la soledad del poeta, son factores que tienden puentes hacia la humanización y el regocijo a través de los versos. ¿Qué pasó con los poemas de Pombo que aprendimos en la escuela? Los recordamos algunos como esa impronta que nunca nos quitaríamos de encima, y que al final aprenderíamos a convivir con lo bello de la poesía, lo significativo. Pombo pasó por la escuela calificadora, pero que nunca fue promotora del deseo y los hábitos que tanto necesitaríamos a futuro. No se lee poesía igual que se lee un texto en prosa, tampoco un texto científico se lee igual a un relato; no es lo mismo una lectura en voz alta comparada con una lectura silenciosa. Las carencias históricas padecidas obnubilan una pedagogía que pueda centrarse en la espiritualidad del arte. Incluso, muchas veces la expresión de educación integral es una mentira. Marcadas por las Pruebas Saber se busca el rendimiento académico para la universidad, para el trabajo. Nos educan para el trabajo; solos los que andamos con el malestar y el desasosiego somos autodidactas de los saldos pendientes que nos dejó la falacia de la integralidad. ¿Qué mejor ejercicio de espiritualidad que la poesía?
Pero es cierto, creo, los poetas tenemos que creer en lo que hacemos sin importar la orfandad a que nos condenan los lectores, la soledad que vivimos en la creación y la soledad a que nos somete la indiferencia de una sociedad sin espiritualidad y conciencia de la belleza.
Hoy día no recordamos a Sema Lagerloff, a Iván Bunin, a Knut Hamsum, y tantos otros premios Nobel, solo porque no los hemos leído, porque la escuela no nos lo presentó, porque muy pocas veces encontramos maestros entusiastas que nos persuadan y no sensibilicen. Aunque se puede pensar que buscamos reconocimiento social, o fama, sólo toca decir que “la fama es una mariposa”. Solo queremos leer la poesía, verla, contagiarnos de ella. Reflexiono sobre este texto tuyo, estimado Pedro, y evoco a una proliferación de jóvenes músicos en conciertos por las calles de Bélgica. Interesante texto.