Por:Eimar Pérez Bolaño
“Sólo por nuestro amor a los desesperados, conservamos la esperanza”, afirma el filósofo alemán Walter Benjamín, para referirse al contexto de los invisibilizados y acallados en las guerras mundiales del inicio y primera mitad del siglo XX. Pues, la fuerte disputa político-militar estaba encarnizada en dos sectores ideológicos básicamente: comunismo y capitalismo. Por tanto, todos los sectores sociales vulnerables de la época, dentro de ellos, prostitutas, mendigos, delincuentes, etc. aunque recibiendo directamente las repercusiones que deja una guerra de tal magnitud, su voz y sentir eran invisibles ante los círculos del poder.
En un contexto similar al de los acallados e invisibilizados por las guerras mundiales, la mayor parte de los colombianos que ha sufrido directamente el acecho y los estragos del COVID-19, ya sea frente a la perdida irremediable de seres queridos o por la carencia de las condiciones mínimas de los medios de subsistencia, deben sentir la impotencia frente al proceso de vacunación y estrategias asumidas por el gobierno para tal propósito. En consecuencia, mientras países, como México, Costa Rica, Panamá, Argentina, entre otros, iniciaron la implementación de la vacuna, la desidia y evidente improvisación, es la connotación que ronda los discursos y prácticas en la cotidianidad macondiana.
Si bien es cierto, que, el virus y sus dinámicas aparecieron de forma intempestiva, hasta el punto de amilanar el desarrollo científico de varios siglos a nivel global, también, poco a poco las medidas tomadas por las instituciones líderes en orientar la actuación frente al mismo, fueron enrutando, conociendo y aprendiendo a cómo empezar a implementar estrategias de mitigación del contagio. Es claro que, ha habido aciertos y desaciertos en el proceso y aunque la Pandemia siga presente, ya la inmunización a través de la vacuna empieza a disminuir los contagios, un ejemplo de ello es Israel, país que más ha avanzado en dicho proceso con resultados favorables.
A pesar de ello, la esperanza de la vacunación y su efectividad en Colombia sigue intacta en medio de la incertidumbre en la que por diversas circunstancias nos ha tocado vivir. Considero importante a parte de encontrar la inmunidad frente al virus del COVID-19, también una oportunidad de aprendizaje histórico de la forma en cómo se hace política en este país. La esperanza prioritaria en estos momentos es salvaguardar la vida, pero también transformar la forma de ejercer nuestro rol ciudadano. Empero, urge una inmunización también frente a la patraña y manipulación de quienes han estado en el poder en las tres últimas décadas en Colombia.
La inmunización es un concepto en boga en materia médica por la Pandemia que nos aqueja. Pero también puede ser interpretada en este escrito y en el contexto colombiano desde una perspectiva política, es decir, como una reacción inherente de protección contra cualquier tipo de amenaza que no necesariamente es de tipo biológico, sino contra toda afrenta a la dignidad humana.
En ese sentido, también es importante inmunizar el pensamiento y las ideas frente a la Pos verdad y las Fake New. Una inmunización que involucre un giro de la razón y del aprendizaje frente a toda práctica que vaya en contra del otro, especialmente de los acallados por un destino provocado por el mismo Estado, situación que genera evidentemente un aislamiento social mucho más abismal que la misma Pandemia. Además, en Colombia hay que inmunizarnos frente al discurso como instrumento de astucia, que desvía la atención de la mayoría de los ciudadanos de su propia realidad, porque aún creen en las “almas mesiánicas” que proponen falazmente transformar las circunstancias adversas en muchos sectores del país.
En suma, la vacuna contra el COVID19 en Colombia, se ha convertido en otro escenario de incertidumbre que pone en la palestra la necesidad de transformación de las estructuras institucionales y las formas teórico-prácticas de quienes nos gobiernan desde hace varias décadas.

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