Por: Pedro Conrado Cudriz
“La cancelación es un eufemismo, un reemplazo avergonzado de la palabra “prohibición”. Juan José Becerra
Escribir es un constante desencuentro con el mundo. Claudia Ulloa
Confieso que el látigo de la “cultura de la cancelación” me ha golpeado algunas veces. La primera vez fue con Las Emboscadas, un libro ateo. El otro ataque cancelatorio fue con El cuaderno de notas de Miguel. Pensé en la censura. Ahora tengo la convicción de que la negación, la censura y la cancelación son primas hermanas. Porque tienen lazos de sangre verificables. Los tres fenómenos son concepciones intrusas en la relación del lector púber y adolescente con los libros. Esto que narro es simplemente una experiencia mía y marginalmente con la escuela, porque no me ha sucedido en otra parte.
Tengo un borrador o machote sin publicar que ha estado marcado por el miedo, El sexo no tiene cielo.
No digo más.
Acá lo increíble es que el censor es el adulto cuidador, el padre o la madre, y no el estudiante, mayormente liberto que los mayores por su contemporaneidad. Es la degradación de la lectura, algo que parece un chiste recargado de horror matinal.
Ahora mismo estoy recordando los tiempos del poder de la iglesia en los tiempos oscuros del Medio Evo, tiempo inquisidor, cuando se perseguían y quemaban los libros no ortodoxos y contrarios a la religión monolítica católica. Y se quemaban las brujas. Algo de este poder oscuro sigue permeando ideológicamente al lector con moralidad religiosa cuando se enfrenta a algún tipo de literatura, que no satisface a los padres.
En Alemania, en el gobierno de Hitler también se inmolaron los libros.
En los Estados Unidos está aplicándose la “cultura de la cancelación”, no hoy, también desde ayer, y desde la ideología censora de la moral religiosa. Es el miedo profundo a la libertad individual y social, al pensamiento crítico, al otro punto de vista, a la otredad. La cancelación, la negación, la censura, prácticamente son otros policías más del sistema, policías del pensamiento crítico.
Mientras uno escribe no piensa en el lector, porque la escritura es un ejercicio íntimo, limpio, libre de censura y autocensura. Escribir requiere bañarse de soledad, aislarse del mundanal ruido, de las voces del mundo que puedan entorpecer la obra. Esa es la razón por la que el acto creativo necesita de un espacio físico especial para la práctica de la absoluta libertad, porque en ese instante no tenemos ataduras de ninguna especie.
Esta libertad es innegociable. Es la libertad escritural actuante, energía espiritualmente pura.
Al lector censor no le interesa la estética del arte, la bondad del libro, lo que éste pueda plantear sobre la naturaleza humana, o sobre el hombre, o sobre el mundo. Su visión es preconceptual, prejuiciosa. No ha logrado comprender que el mundo ya no es una parroquia, es una aldea global, y el individuo un ciudadano del mundo, aunque no lo sepa.
Según Elsa Drucaroff, una escritora argentina, “La literatura, como cualquier arte, no es un territorio para contestar preguntas ni para difundir posiciones políticas sólidas, consolidadas y ciertas. La literatura, como todo arte, es un territorio para hacer preguntas incómodas, para poner en jaque, incluso, mis propias convicciones… En el arte no busco que me confirmen lo que yo ya sé, busco que me sacudan, que me hagan preguntas, después puedo hacer muchas cosas con esas preguntas… me parece ridículo, deleznable, cancelar una obra de arte en el nombre de algún tipo de ideología. Me parece interesante abrir preguntas, y abrir debates, pero no para condenar las obras al infierno, no para censurarlas, no para indicar que no se lean, no para negarles la potencia que puedan tener.
A alguien que no recuerdo ahora, el tiempo humano devora la memoria, le leí que no hay un género especial como la poesía para aprender a leer. Y es cierto, es más emocional que la prosa, que es sencilla y no tiene métrica. La poesía está estructurada por imágenes, metáforas, espejos que estallan en la intimidad, ritmo, música, picadura de emociones y los saltos de línea.
No se puede cancelar una obra poética porque contenga poemas eróticos, que ha tenido, por parte del autor, un tratamiento delicado. La poesía erótica no se puede comparar con la pornografía, que es la exposición de los cuerpos practicando sexo animal. La poesía se consagra con el gran esfuerzo del poeta por lograr la estética del arte, que la belleza impacte, contamine o conmueva al lector, como ocurre con los poemas de “Cuerpo en Purpura” de Olaris Martínez M:
Encuentro II
Ambos cuerpos conocen sus posiciones.
El uno posee la fuerza
El otro la atracción.
Sus complicidades en un roce breve inquietan la piel
Y en un gemido de sinfonía interpretan la nota más alta
Para llenar el universo.
El lector debe suponer que este y otros encuentros están fortificados en el amor, que es un tema oculto en el poema. Y no es solo la metáfora del sexo. Este poema, como otros del libro, por ejemplo, Narciso, no te quiero ya; o en Leche miel en el pétalo; o Delirante, me remite al texto Poder Y Amor de Adam Kahane, donde el autor plantea la necesidad de equilibrar en la balanza de la convivencia de la pareja el poder y el amor para el sostén de la relación.
Y hay otras preguntas relacionadas con el tema: ¿Por qué los adultos le temen al abordaje de la vida sexual humana en la escuela? ¿Por qué ellos no hablan de sexualidad en casa a partir de la lectura compartida con sus hijos? ¿Conversar sobre estos temas es peligroso? ¿Por qué?
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