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junio 3, 2025

La Primicia Noticias

Una Nueva mirada

Una mujer entre los sabios

Por: Pedro Conrado Cudriz

Todos aspiramos alguna vez a tener ante el dolor las reservas necesarias para soportarlo. Además, hacemos lo imposible por evitarlo y ahorrarnos el sufrimiento que procura un golpe imprevisto. Y si ya lo hemos experimentado, entonces no queremos repetirlo, menos recordarlo, porque nos genera las sensaciones de la vieja náusea de los arrepentidos y se sueltan las amarras de la angustia. Síndrome postraumático, así lo denomina la ciencia.

Por otra parte, creemos que la inocencia anterior a la culpa nos mantiene sana el alma, y sano el cuerpo.

La conversación era apacible, casi cargada del azul cielo de la ternura entre aquellos hombres, que se sorprendieron al verme. Siempre era así, se asombraban cuando alguien los observaba con ojos de águila, como bichos raros, y se sorprendían si se percataban que alguien los escuchaba hablar mientras le observaban bailar sabiamente las palabras en sus labios.

– ¿Es la primera vez?, preguntó uno de ellos y descargó la pregunta de la malicia indígena.

-Sí, sí, es la primera vez, respondí maquinalmente. Jamás imaginé encontrarme en una situación como esta.

-No, no se preocupe, joven –dijo otro abuelo-. No duele si el dolor es apenas un castigo por la culpa. Además, usted, en su corta vida no ha tenido dolores tan traumáticos, dolores que hayan sobrevivido en la larga noche de la inconciencia. Se lo digo, porque este dolor tal vez le fracture los huesos. Será una nueva experiencia que no querrá volverá a repetir nunca.

Continuaron conversando entre batas blancas como si el sufrimiento fuera un castigo necesario, el soporte de alguna culpa invasiva de la ideología religiosa.

Se escuchó la voz del que parecía indiferente: La primera vez el dolor es indescriptible, una emoción desconocida hundiendo, con el dedo índice de la mano derecha, la carne suboculta en el cuerpo. Las palabras no alcanzan para describir las emociones que despierta.

Aclaro, no sentimos alguna pena.

– ¿Y la segunda vez no duele?, pregunté sosegada intentando imitar la voz tranquila de los hombres de batas blancas.

-No creo que usted pertenezca a la masa de los reincidentes, respondió el de mayor edad. No tiene el rostro de los otros. Usted parece guardar en su alma una inocencia original. Más aún, creo que está aquí por circunstancias ajenas a su voluntad. Una trampa inevitable de los deseos del cuerpo. El destino es oscuro a veces, joven, o me equivoco.

-No, no señor, no se equivoca.

– Claro, los errores son manchas indelebles algunas veces. Son sellos desapercibidos y tercos de los que nadie aprende, incluso, existen escuelas o sectas, creo, donde se les rinde tributo.

-La primera vez todo parece un juego, era la voz del último sabio, quien estaba convencido de que el dolor era la cruz de los penitentes olvidados de la tierra. Nadie, continuó, ha logrado sospechar nada. No los hacen esperar, entran a la clínica abortiva como usted, y el luego el dolor será el fantasma del cuerpo por largo rato.

-Pero…

-Nada. Usted simplemente sale sin una mano, como si ésta le sobrara al cuerpo. Y punto.

Posdata: en una de mis columnas, la memoria me jugó una mala jugada. La columna aquella en la que logré tocar a Santo Tomás, mi tierra natal. Resalté los escritores y artistas nuestros y olvidé a mi querida amiga, Lía Badillo, cineasta de primera clase. Con ella el mundo es mejor de lo que es.