Por Larrys Fontalvo Rodríguez y Jorge Charris Fontalvo
“Los animales sienten y sufren, como nosotros, la pérdida de los suyos.”
— Jane Goodall
¿Qué dice sobre nosotros, como especie, que ignoremos el dolor de otros seres vivos que comparten nuestro planeta? El pasado 1 de enero, Tahlequah, una orca conocida como J35, fue avistada cargando el cuerpo de su cría fallecida. No es la primera vez que nos conmueve con su duelo: en 2018, cargó durante 17 días el cuerpo sin vida de otra cría. Esta imagen desgarradora nos obliga a reflexionar: ¿cuánto entendemos realmente sobre el sufrimiento de los animales y cómo afecta nuestra relación con ellos?
Como biólogo y docente, enseño a mis estudiantes que la naturaleza no es un simple mecanismo biológico; es una red de relaciones emocionales entre especies. Las orcas, como otros animales sociales, viven en grupos matriarcales donde los lazos familiares son fuertes. La pérdida de una cría no es solo un evento biológico, sino también emocional. Este fenómeno no es aislado, y lo encontramos en otras especies, como en los elefantes, chimpancés y, sorprendentemente, en los cuervos.
En las manadas de elefantes, cuando un miembro muere, los otros se acercan, lo tocan con sus trompas y pueden permanecer cerca del cuerpo durante días. Esta conducta refleja un profundo lazo emocional, lo cual no es solo una reacción instintiva, sino una manifestación de sensibilidad. En el caso de los chimpancés, como lo documentó Jane Goodall, una madre chimpancé llamada Flo llevó consigo el cuerpo de su cría fallecida durante semanas, negándose a dejarlo atrás. Esta muestra de dolor no es un comportamiento aislado: muestra la profundidad de los lazos familiares en los animales sociales.
En el caso de las orcas, la pérdida es aún más crítica, pues está ligada a una crisis ecológica. Las orcas residentes del sur, como Tahlequah, enfrentan un colapso en su ecosistema debido a la sobrepesca, la contaminación y el cambio climático. El salmón, su fuente principal de alimento, está en declive. Esto no solo afecta su alimentación, sino que también provoca la pérdida de crías que son vitales para la preservación de la especie. Cada cría que muere no es solo una tragedia biológica, sino un reflejo de un ecosistema al borde del colapso. Los animales que manifiestan su dolor nos enseñan una lección sobre la fragilidad de los sistemas naturales.
El duelo animal, sin embargo, no se limita solo a especies en la naturaleza salvaje. También observamos comportamientos de duelo en animales domésticos, especialmente en perros y gatos, cuando pierden a sus dueños. Esta conexión emocional se puede comparar con los comportamientos de orcas y elefantes. Los perros, por ejemplo, pueden mostrar signos de depresión, como la falta de apetito, el letargo o la búsqueda constante de su dueño fallecido. Los gatos, aunque más reservados, también muestran señales de duelo, como la búsqueda del cuerpo o el aislamiento. Estos comportamientos evidencian que el sufrimiento no está limitado a los seres humanos ni a los animales salvajes; incluso nuestras mascotas, que compartieron una profunda conexión con nosotros, experimentan la pérdida de manera emocional.
Esto plantea una pregunta fundamental: ¿por qué debemos preocuparnos por estos eventos? Porque las acciones humanas están íntimamente conectadas con estos sufrimientos. La destrucción del hábitat natural, la sobreexplotación de recursos y la contaminación son factores directos que afectan a las especies que compartimos este planeta. Cada vez que ignoramos estas crisis ecológicas, ignoramos también el sufrimiento de seres que, aunque diferentes, tienen una profunda conexión emocional con su entorno y sus seres cercanos.
Proteger a las orcas y otras especies en peligro no es solo un acto de conservación, sino de empatía y responsabilidad. Al tomar decisiones diarias, como reducir el consumo de productos que contribuyen a la sobrepesca o apoyar iniciativas que promueven políticas climáticas responsables, estamos ayudando a prevenir más pérdidas y a proteger a los seres que sufren en silencio.
El duelo de los animales, tanto en la naturaleza como en nuestros hogares, es un llamado urgente a repensar nuestra relación con el medio ambiente. La próxima vez que enfrentes una decisión que impacte el planeta, recuerda que nuestras elecciones, por pequeñas que parezcan, tienen consecuencias. El sufrimiento de Tahlequah, de los elefantes, de los chimpancés, y de nuestras propias mascotas, nos recuerda que somos parte de una red más amplia, donde la vida y la muerte están entrelazadas. Como dijo Jane Goodall: “Lo que hacemos marca la diferencia, y tenemos que decidir qué tipo de diferencia queremos hacer”.
Para hacer una diferencia significativa, debemos tomar acción. De cada uno de nosotros depende el futuro del planeta y de las especies con las que compartimos este hogar. El duelo animal no es solo una lección de sensibilidad, sino una invitación a ser conscientes de la interconexión de todas las formas de vida que habitan la Tierra.
Los animales son seres sintientes y sin embargo, algunos como los perros parecen ser también seres pensantes. Cómo hacen en Barranquilla para convivir muy bien con los autos?
No todos los animales son seres sintientes. Por ejemplo, la hormiga que, según el paleontólogo Luis Arsuaga es una maquinita.
Interesante texto, que nos obliga a reflexionar en el tema de la relación hombres, animales y naturaleza