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abril 19, 2025

La Primicia Noticias

Una Nueva mirada

El loco soy yo

Por: Pedro Conrado Cudriz

“Están los que creen en mi cordura, pero olvidan que la locura no se ve ni se cura.” Anónimo

El título de este opúsculo era otro: Yo también estoy loco. Y amanecí otro día con el sonsonete de una canción merenguera: El loco soy yo. Y decidí cambiarlo.

Siempre he tenido la voluntad de aceptar mi locura, que vive oculta detrás de los gritos de mi piel. Es el primer gesto social de la hipocresía de la mente. Lo segundo es el reconocimiento de vivir entre locos. Algunos muy cuerdos y peligrosos como los anti-ciudadanos que nos gobiernan. Y están los otros, no tan cuerdos, aunque geniales como los escritores que lanzan sus ideas desacomodantes y hasta subversivas.

Y todos los días nos preocupa mirarnos en el espejo con el miedo al señalamiento del desvío. Sin embargo, ya sabemos que no es tan negativo estar loco; porque lo negativo es estar más bien cuerdo y llevar una vida normal en medio de la basura y la mierda de los gobernantes y sus adláteres.

Y no son indicadores estadísticos, o las posturas de los cuerdos contra los no cuerdos en el ring del cuadrilátero mundo. No, porque el problema emocional después de todo, es sentir el dedo en la espalda, el señalamiento, la mirada acusadora del otro. O escuchar voces conocidas, groseras e intolerantes contra lo que los normales denominan anormales.

Bueno, es el poder de la tiranía de una mayoría ignorante de lo humano, este mismo que tiene más de 300 mil años de estar en la tierra.

Mi anormalidad hasta hoy no es patológica, ni social ni psiquiátrica. Es de otra clase, esa que se origina al observar el mundo y la vida de los hombres, y al vivir la realidad la escribo, la conceptuó y la comparto en contravía muy lejos del pensamiento común e indiferente del cuerpo masa llamada mayoría; de aquellos que siguen comiendo en el mismo plato viejo de los días, aunque el recipiente esté fundido en la desesperanza y la desesperación de lo mismo de lunes a sábado y en los rituales repetidos e indoloros que lastiman las heridas del alma de la vida.

En mi adolescencia – es una imagen temblorosa y existencial como la gota de rocío besada por el viento – recordé en una madrugada titilante de estrellas con una extraña sensación de muerte en mi cuerpo, un golpe seco en la sien y en el corazón, tan dramático que hundí mi auxilio en las manos del cielo azul. Mas el universo estaba sordo y en la aplicación del ceremonial del pleno silencio, indiferente a mi dolor.

Aquel día este dolor revoleteo en mi cabeza como un trompo imparable hasta convencerme de mi rebeldía azul.   

Y es entonces y ahora cuando pienso que leer es una cosa y escribir otra. Leer es una invasión permitida al autor desconocido que llega a nuestros ojos, y escribir es reescribir la hondura de nuestra soledad, o descoser los hilos frágiles del alma, o intentar sanar las heridas que ha escrito la vida en el cuerpo.

Escribir es reestructurar lo que somos.

 Los suicidas

no son homicidas,

son suicidas,

seres incomprendidos.

Algún día

serán vistos como héroes

en los días de prórrogas.

Y uno lo intenta hasta la inconsciencia y aun sabiendo que estamos a centímetros de la falta de la no cordura, y no sentimos el corazón temblar mientras el esqueleto del cuerpo oculta los sustos de los actos creativos del medio día.

Confieso que los poemas los escribo asustado y desconfiado de la mano que impulsa la energía creativa.

El desvío no es solo rebeldía, es desobediencia, aunque estés solo, aunque te sientas solo, aunque te quedes solo y contra el mundo. Esta es una de las virtudes excelsas de la locura, la soledad y la desobediencia, porque el vivir entre nosotros es una calamidad compartida, una realidad mal hecha, un mundo mal dividido por la mayoría cuerda.   

Y tenemos la obligación de conversar, convencer a otros que la normalidad es una calamidad y, además, que es el producto del miedo, del miedo a ser libres. La cordura es entonces una prisión sin barrotes. Porque detrás de la corrección política vive el miedo que también vive en la decencia y en las creencias religiosas.

Y no somos libres porque no nos da la reverenda gana, así como a los esclavos de los palenques les dio la reverenda gana de luchar por la libertad y contra las amenazas y las persecuciones y contra el mismo miedo a la muerte. 

El desafío de la locura de los no cuerdos es la lucha contra la normalidad, y no es solo no tener con quien conversar de las heridas de la realidad absurdamente monstruosa que nos devora sin arrepentimientos; es el miedo terrible a quedarnos solos. A veces doy vueltas alrededor de la mesa del pueblo, buscando con quien, o quienes compartir ideas, pensamientos, lecturas, pero como les sucede a otros amigos, la soledad se agiganta como una montaña inamovible y nos invade impredeciblemente, y al sentir la invasión del silencio le escuchamos gritar dentro del cuerpo como uno de esos fantasmas solitarios de las edificaciones viejas abandonadas por el hombre.

En estas un amigo, y otro amigo, me confiesan la agonía de la soledad, su respiración entrecortada del camino y me dicen: Dígame con quiénes comparto lo que leo, lo que pienso, lo que siento.

Y no fue una queja lastimera, fue un desahogo existencial, el temblor del alma.

Algunos vecinos están seguramente creídos que no soy normal, porque no pertenezco a la media estadística del barrio; soy más bien una excepción, porque no hago en términos generales lo que ellos hacen a diario y porque mi vida son los libros, la lectura y la escritura y esas cosas sustanciales invisibles al ojo humano como se dijo en El Principito, porque ellos no están entrenados para el espionaje de las almas.

El dolor es un estallido hondo

Y en un lugar descampado del cuerpo.

Un lugar sin alma.

Sus dientes se aferran a lo desconocido

Y luego se ocultan en alguna prisión del universo.

Así es como sobrevive largo tiempo y en silencio entre nosotros.

Escribí Emboscada para intentar salvarme del suicidio depresivo. La depresión no es una palabra cualquiera, es una experiencia de muerte, pre- futuramente ausencia. Es una patología médica. Quien la haya padecido o la padezca sabe de lo que hablo. Si menciono el sufrimiento o el dolor de la enfermedad es porque no hay otra manera de decirlo si no te enfrentas a ella cara a cara y la miras directo a los ojos. Lo que observo es que es insustancial y leve su uso por las gentes. Le llaman la depre y la depresión es vitalmente mortal, una patada salvaje en la cabeza, aunque crees sentir el sufrimiento en todo el cuerpo.

Con Emboscada inicié una tentativa de suicidios epigramáticos o aforísticos todavía interminables:

“Debo confesar que mi única patria es el cementerio.”

“El suicidio es incluso creativo, de él depende la vida.”

“Escribir la palabra suicidio es una liberación, se le pierde el miedo a su invocación y se entierra como cualquier muerto en la palabra escrita.”

En la poesía:

Dolor

El dolor atraviesa la carne

Y se reclina en la piel,

Luego viaja a otros confines

Y penetra otro circuito,

La intensidad se acrecienta

Hasta tocar la última puerta del ego.

No es fácil para nadie vivir en el borde de lo humano y suspendido del hilo que separa la normalidad de la anormalidad. Es algo así como vivir volando entre el infierno y la tierra. Y es una experiencia terrible de la vida íntima, que la ocultas entre los callejos de la espalda y sin la posibilidad de contársele alguien. Y no sabes qué hacer ni para dónde ir. Es el plan terrorífico y perfecto de la vida humana, un plan concebido en exclusividad para ti. ¡Maldito destino! Y luego saca el rostro el miedo, que teme a que te tilden de loco como si la cordura también no les huye a todos en este país de salvajes y dementes inciertos y ciertos. Serás otro humano o quizás otro no humano. Y cuando superas el borde, el filo del machete de la muerte seguirá ahí detrás de la puerta.

Y vivirás al interior de esa monstruosidad como si nada.

Y hay noches de noches que el monstruo se aparece vestido de insomnio, de la maldición del insomnio.

Cuando padecí el síndrome de la migraña algunos condiscípulos de la universidad creían que este era el factor escritural de los aforismos de Emboscada; que ese elemento era el que había inspirado este duro libro. Y antes que admiración lo que sentían era envidia de la buena.

¿La creatividad tiene alguna relación con la locura de los no cuerdos?

¿Existe una estadística de ciencia aplicada a la relación creatividad vs locura?

¿Somos conscientes de que lo que logramos escribir viene de la oscuridad o del lado iluminado de uno?

¿Por qué escribimos lo que escribimos?

¿Es posible que uno escribe para sanarse de algo?

En verdad no lo sé. Cuando escribí Emboscada tenía la pretensión de curarme o esquivar el suicidio, pero después de la escritura de este texto epigramático esa pretensión desapareció del acto consciente de mi escritura. Y ahora mismo estoy recordando que los libros de bolsillo que hago en casa son ARTESANA (de artesanía), así los definí en una página del Facebook denominada Pasión. ¡Extraño!         

Dolor

Este dolor tan viejo como múcura

Viaja por las arterias del cinismo

Por nuevas y arquetípicas ciudades

Viaja en un corazón inexperto

Sin importar el diagnóstico de las almas secas.

Este dolor es tan viejo

Como las ciudades amuralladas

Sin los clásicos y los libros de siempre,

Conserva sus gafas y sus polainas para los sustos.