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abril 19, 2025

La Primicia Noticias

Una Nueva mirada

Por la experiencia del silencio

Por: Pedro Conrado Cudriz

No se puede vivir sin el silencio y el sonido.

El silencio no es negación de sonidos, es la paciencia del oído para hacer realidad lo que parece inaudible.

Todo lo que oímos tiene una estructura poética e incluso musical.

¿Es el ruido extremo una queja o una venganza contra el silencio?

¿El cuerpo humano no está también cargado de sonidos?

El silencio es quietud, no ausencia de sonidos.

¿El ruido es ausencia de pensamiento?

El ruido extremo es el producto de una vida ligera, frenética, que nos ha impuesto el trabajo, convirtiéndonos en otro tipo de máquina, la humana.

Entonces le huimos al silencio porque vivimos divorciados de la naturaleza y pensamos que somos más humanos cuando en realidad somos más “salvajes” que el homínido.

Lo que haces es decente si no le haces daño a nadie. Es la experiencia sana de la libertad común.

Los dueños de las cantinas y los dueños de los picós son una minoría de minorías frente a los sueños tranquilos de la comunidad. 

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He querido iniciar este “ensayo” por este universo de pensamientos para ahondar en la experiencia del silencio. Vivir el experimento musical de John Cage, 4´33, que nos conduce a la búsqueda infinita del silencio, o a lo que adormece al oyente y lo fractura, y también a la búsqueda de poesía. Sin importar que aparezca la voz disruptiva, que irrumpe desprevenidamente el espacio donde uno se encuentre, como el grito, por ejemplo, 4´33 es el experimento para buscarnos en la calma.

Si estamos en el océano, el silencio se alimenta tranquilamente de los diversos sonidos emanados de la naturaleza, incluyendo el trino del ave pardela balear. Sin embargo, no nos perturba.

Y si nos encontramos en casa en una actividad como grabar con nuestra propia voz un poema, el sonido externo perturba y hace imposible la grabación. Porque la externidad es disruptiva, rompe los tejidos del silencio.

Hay que esperar pacientemente que el silencio aborde su naturaleza de silencio.

Podría parafrasear el soneto de Quevedo (“Ah, de la vida”) y decir “Ah, del silencio” para representar las fisuras del silencio en medio del mundanal ruido. Porque el silencio no puede ser acaparado por nadie. Lo que sí se puede es instrumentar el ruido, manipularlo para ofender o, todo lo contrario, para convivir sanamente.

Son las alternativas del vivir humano en comunidad.

El silencio nos ubica en un universo que creíamos perdido, el de la naturaleza, y nos regresa a la corriente de la evolución civilizadora del homínido humano. Es un rayo de luz efímera en la toma de conciencia por el hombre para reubicarse y rescatarse a sí mismo del ruido impuesto por la urbe, una comunidad que ha olvidado de dónde viene.

Fue Miguel de Unamuno quien dijo que “el hombre, por ser hombre, por tener conciencia, es ya, respecto del burro y a un cangrejo, un animal enfermo.” (1)

El ruido extremo nos ha desbordado y nos ha obligado repensar el causante del mismo; nos ha obligado a tener una mirada animalesca sobre él, porque su comportamiento ha roto el tejido social que nos permitía la convivencia felizmente y aceptable entre todos los individuos humanos de la comunidad. No ha sido fácil verlo desfilar feliz y como si no lo afectara nada ante nuestros ojos.

La consideración por el otro salió huyendo entonces por el callejón del desastre.

El ruido infeliz que no escuchamos del bombardeo israelí contra Palestina por vivir muy lejos de la geografía de la agresión física del área de Gaza, nos remite al apocalipsis de un pedazo de mundo. O como diría Lynn Margulis en la montura de la desesperanza: “el destino inevitable de las especies con exceso de éxito es borrarse a sí mismas.” (2)

El ruido es una bomba de tiempo.

Nota: Toda esta propuesta la hice llegar a la alcaldesa Paula Hun desde el 9 de abril a través de una carta. Y al Honorable Concejo más recientemente.

Nota: Las citas 1 y 2 corresponden al ensayo La especie que no soporta el silencio del periodista y pensador Pedro Bravo. Ver El Espectador.