Por: Pedro Conrado Cudriz
He ido pocas veces a la tumba de mi padre en el único cementerio municipal que tiene el pueblo, y no hay que hablar del infinito tiempo para hablar de ausencias. La muerte es la absoluta ausencia entre los vivos. En la visita casual que hice a su tumba encontré a un amigo entrañable del viejo, Julio, brindándole a su sombra un trago y conversando con él como si estuviera vivo. Y sí, estaba vivo si tenía su imagen en la cabeza. Le decía, “Chino, te acuerdas de la señora gorda que te perseguía los viernes en el taller,” y se reía a carcajada limpia con el viejo. La risa de mi padre era el silencio. El chino no había cambiado su risa. Yo me metí en la conversación de los vivos y los muertos y reí también sin reparos de ninguna clase, como si viviera entre aquella otra vida y ésta. Le dije, “Viejo, levántate,” y conversamos como si estuviéramos en la tienda de la 24. “Yo bebo cerveza, le dije, y tú medellín.” “Está bien, fue su respuesta, pero le brindas algo a Julio, lo que él quiera. Cuidado se te olvida el pan, Advirtió. Hoy llegamos temprano, no quiero emborracharme. Le hice una promesa a la vieja.”
La tarde, en la frontera de la noche, estaba de un color ambiguo, ni azul ni rojo y los dos bebían y charlaban de mecánica de autos y del barrio Chino ; la zorra, el dueño del automóvil en el que nos íbamos para el pueblo, se durmió. Le toqué el hombro y se despertó azorado. ¿Dónde estoy?, fue lo primero que preguntó cuando abrió los ojos. Le dije, estamos en la tumba de mi viejo. Rió y dijo para que lo oyera mi padre: “Estamos locos.” Y yo le creí. Pero al final fue una increíble celebración, un hermoso recuerdo. El 31 de julio mi viejo, el Chino Conrado, cumple años de muerto, y sí, lo sé, la vida es efímera, pasamos sin darnos cuenta sobre ella hasta la hora de la muerte.
Este domingo, día de los padres, no tengo con quien brindar por la vida y la muerte, porque un sobrino mío y nieto del Chino, Armando José, tiene ocho días de fallecido; un auto lo atropelló en medio de la oscuridad de la carretera oriental, en territorio Sabanagrandero. La muerte no nos abandona, ella es la que finalmente manda sobre la vida.
Un relato muy bonito, el. Chino nolasco qpd, muy amigo y compadre de los que hoy en día ya son pocos como ellos, el difunto padre Marciano Escorcia, solo quedan los recuerdos de irse a sentar en la puerta de mi casa a tomarse unos tragos de aguardiente.
Me encantó el texto, estimado Pedro, pero al mismo tiempo me planteo interrogantes que comparto: ¿por qué será que el tema de la muerte nos aviva la creatividad y la imaginación, facultades estas que permiten un viaje sin límites, recurriendo al arte de la ficción y exaltando la belleza que habita en los recuerdos, de los instantes incrustados por siempre en la memoria a largo plazo, aun siendo dramáticos y habiendo dejado una huella amarga en el corazón y el inconsciente? ¿Acaso escribimos sobre ese tema porque la existencia que afrontamos día a día es más una tragedia con porcentajes altísimos al compararlas con los efímeros instantes de felicidad, o acaso porque la brevedad de la vida nos condena a un final triste e infeliz, y nos burlamos de la muerte recurriendo al olvido durante la vida vivida, o eligiendo la posibilidad de una catarsis que nos permita escribir, afrontándola como Saramago en Intermitencias sobre la muerte, o buscando alivio y serenidad ante un padre dominante, como escribe Kafka en su Carta al padre, o como Mr. Bones, inteligente perro, que se sobrepone al dolor de su amo, acompañándolo en sus últimos días con su alegría perruna y bellas reflexiones que alejan curiosamente al lector del drama de la muerte, permitiéndole contemplar la vida, en la novela de Tombuctú, de Paul Auster. Por último, tu breve texto, estimado Pedro, nos contagia y permite reconocer que todos los humanos llevamos en la memoria un familiar muerto que significó mucho y de vez en cuando nos atrevemos a conversar con él, incluso escribimos sobre sus andanzas con triste final.