Por: Pedro Conrado Cudriz
A veces me pregunto qué sería de nosotros y del mundo sin los libros ¿regresaríamos a los días oscuros de la inquisición?
Ya no recuerdo muy bien el impacto que experimenté la primera vez que ingresé a una biblioteca; recuerdo eso sí apurado la que estaba en la casa de los Arteta en toda la plaza principal de Santo Tomás, Atlántico, Colombia. Era la biblioteca que hizo posible El Club Juventud Popular. Creo que fue la primera fuente de nuestros sueños literarios. La otra, estaba muy cerca de mi casa, a tres cuadras y formaba parte del universo misterioso de La Casa de la Cultura, donde creció la primera biblioteca oficial municipal.
Sí, uno desea lo que está más cerca de los ojos y las manos.
Ya me había pasado media vida leyendo paquitos de Tarzán, Kalimán, Condorito, El Fantasma y novelitas de vaqueros del oeste norteamericano, que intercambiábamos con otros lectores de la vecindad. Santo Tomás era una fuente horrenda de aburrimientos cíclicos. Y yo era muy joven, aburridamente joven. Mi experiencia, tal vez, pudo ser de asombro, como la jovencita que una vez visitó mi biblioteca y soltó un “Jamás había visto tantos libros juntos.”
Las bibliotecas inquieren nuestra identidad personal, nos obligan a preguntarnos quiénes somos, porque son voces inquietantes que brotan del universo de las páginas de los libros y nos cuestionan: ¿Cuántos libros has leído en tu vida? ¿Cuántas bibliotecas conoces y a cuántas has ido? ¿Has prestado un libro alguna vez? ¿Cuántos libros tienes en casa?
No hay que mentir, la primera vez uno se siente incómodo en la biblioteca y vigilado por los miles de ojos de los libros y finalmente uno se cree un atorrante ignorante por haber descuidado la salud espiritual del propio cuerpo.
Las bibliotecas nos incitan a la lectura, a la búsqueda del libro perfecto para uno; igual uno siente lo que podría sentirse en el centro del océano, poca cosa, un puntito de carne y huesos en medio de la vastedad del universo de los libros.
En este controversial pueblo mío se siente y se vive la soledad de los libros, porque en las escuelas y en los colegios no hay bibliotecas universales, escasamente las escolares. Además, ya no se observa al animal humano llevando los libros en los sobacos. En las manos en cambio, las gentes llevan un celular, una maquinita que los lleva cogidos de los oídos y los ojos por el mundo sin chistar.
Los que han perdido la oportunidad de tener una relación con el objeto libro, han dejado escapar la grande oportunidad de cuestionarse espiritualmente, o de alimentar de otra manera el cuerpo y no solo desde lo biológico, también desde el espíritu del papel.
A veces me pregunto qué sería de nosotros y del mundo sin los libros ¿regresaríamos a los días oscuros de la inquisición?
La literatura, las ofertas del contexto, las bibliotecas en cada ciudad, municipio o región, las escuelas castradas del libro. Las librerías, los espacios de lectura, los maestros lectores; la lectura en el contexto de una política educativa. El Plan lector en muchas escuelas oficiales, donde a duras penas los estudiantes leen un libro resumido al año. Todos estos temas abordados en tu Primicia padecen la indiferencia de las personas, ya sea estado, escuela, familia, sociedad. Un estudiante que lee y comprende es visto como alguien extraño. Los que leemos siempre llevamos en el bolso un libro, no sea que un suceso imprevisto nos coja de sorpresa: una tarde lluviosa, un trancón, una cita médica donde el galeno petulante se da el lujo de llegar horas después a la cita , el viaje en un bus, camino a la universidad. El libro, ese gran compañero antes de acostarse, al despertar por la madrugada; a la cita diaria establecida con la lectura en un tiempo disponible, en un tiempo a nuestra total disposición. Buen texto, sencillo y provocador, incluso, inquietante.