Por: Pedro Conrado Cudriz
La semana pasada fui invitado a tirar línea en una escuela de la ciudad de Barranquilla sobre el tema de la lectura; el auditorio estaba repleto de los progenitores de los niños y jovencitos de los grados de primaria y secundaria. Entre las cosas que dije, recuerdo hablar del factor de atención, que es un tema grueso del aprendizaje escolar, porque está relacionado con la pasión y la focalización de los intereses personales de los individuos en cualquiera de los temas de la escuela y la vida. La pasión, -piense en la pasión desbocada de los músicos, de los guitarristas, o en la pasión de García Márquez por los libros y la escritura, – la pasión digo, en el proceso de aprendizaje, es la que lleva al niño a concentrar su atención en el interlocutor. Estar atento afina el oído.
Sin pasión no hay aprendizaje.
En la pasión el sujeto se juega la vida y esa pasión es hasta el fin de los días; contrario al goce, que es efímero, a ratos, de horas y días. En la pasión se nos va la vida al estar concentrados en el tema que más nos atrae.
De cualquier manera, la lectura nos expulsa de las conversaciones del día a día, de la repetición de las mismas palabras y los mismos pensamientos mientras conversamos. La lectura nos ayuda a mirar y pensar el entorno implicado de otra manera, nos ayuda a superar su parálisis, el conflicto y la pasividad. Es decir, la lectura nos salva de las tonterías gruesas y finas del vivir. Igual nos salva de sí mismos.
Comentaba en la charla que los niños nos preguntan por qué somos escritores. Creo que en realidad los chavales nos están preguntando por la clase de seres humanos en que nos hemos convertido, que clase de sujetos somos los que nos pasamos la vida imaginando, reflexionando y creando nuevos mundos.
Somos animales lectores, definitivamente.
La lectura es conductual y solo es posible por el hábito maldito de la repetición, de leer todos los días con ardiente pasión. Y cuando este hábito lector se fractura, nos puede estar ocurriendo también la historia que cuenta el escritor peruano, Vargas Llosa, en La civilización del espectáculo:
Cuando Nicholas Carr, un lector voraz en su juventud, descubrió el ordenador y se convirtió en un experto en las nuevas tecnologías, también descubrió “que había dejado de ser un buen lector. Su concentración se disipaba luego de una o dos hojas…” Y así lo cuenta él mismo: “Pierdo el sosiego y el hilo, empiezo a pensar qué otra cosa hacer. Me siento como si estuviera siempre arrastrando mi cerebro descentrado de vuelta al texto…”
Nicholas Carr abandono todo y se fue a vivir a la montaña afanado por recuperar el hábito lector que había perdido en los algoritmos invisibles de la tecnología.
Una de las fallas remendables de la escuela es que termina obligando a leer, cuando la lectura placentera es una opción de la libertad humana. A nadie se le puede obligar a amar, igual ocurre con la lectura de los libros. Otra de las fallas enmendables de los colegios es la ausencia imperdonable de una biblioteca universal, ese universo de libros listos para dejarse atrapar de las manos y los ojos más inocentes de los lectores. Y hay una última falla igualmente remendable: el uso escolástico de la memoria, que obliga a recitar las lecciones del curso.
¿Cómo logramos crear niños lectores? ¿Cómo establecemos relaciones espirituales con los libros? Existe una estrategia universal, que es la lectura en voz alta para los niños, que requiere familias lectoras, núcleos íntimos donde los libros sean sagrados y tan importantes como la yuca y la carne. También son necesarias las bibliotecas barriales. Lo que quiero decir, es que el interés por el libro debe ser una pasión comunal como le ocurrió a mi generación cuando atravesábamos el océano bravo de la adolescencia con los libros debajo del sobaco.
Hoy la pasión es por el celular. Nadie se acuerda ya de los libros. Nadie lleva uno debajo del sobaco ni en las manos. Según los pelaos los libros son objetos que los aburren, puras letras. Dicen, así no sirven. Quizás están pensando en las imágenes de la televisión y en las redes sociales.
Reeducar cuesta más que educar
Posdata: ¿Le pregunté a uno niño para qué iba al colegio? Dijo, voy a verle la cara a los profesores.
Amigo muy inteligente y devorador relato
Excelente enfoque,de una temática explícita.
Volver al antaño de leer en voz alta, para quitarle el ímpetu, al bendito celular
La escuela se encuentra en un mar de incertidumbre en relación con el tema de la lectura . Max Neef habla de un ESTAR, un espacio, y ese puede ser el aula de clase y la biblioteca, aunque esos espacios requieren de maestros lectores y entusiastas, verdaderos animadores de la cultura. Los maestros tampoco están leyendo, ni hacen del libro un alimento de la canasta familiar. Leer es una de las competencias comunicativas que más afecta el pensamiento y la crítica, de ahí deviene escribir mejor, hablar bien y comprender a través de la escucha la necesidad de ese otro en la dinámica de la acción comunicativa. Buen ejercicio, ese peregrinaje por las escuelas del Atlántico.