Por: Pedro Conrado Cudriz
Domingo de carnaval en Asopensato, un inmueble de una asociación de jubilados del territorio. El baile es ya un evento tradicional en Santo Tomás. Llegué con mi esposa casi a las tres de la tarde y el niño de once años ya estaba instalado en la sala de baile, recostado y acomodado en una de las esquinas del salón y tirado en el suelo. Estaba concentrado en el celular, ojos adheridos a la pantalla fosforescente de la máquina. Nunca levantó la cabeza para observar a los bailadores adultos y a tres pares de niños, que derrochaban energías moviéndose al compás de la música y corriendo de un lado a otro. Estuve casi tres horas en el lugar y siempre que regresaba a la sala de baile, él niño del celular estaba en el mismo lugar y hasta el fondo infinito de las telarañas de la maquinita.
Los libros buenos nos inspiran y pasamos horas leyéndolos. No sé si la máquina tiene la magia de los libros; los expertos dicen que no, que este dispositivo móvil ha terminado fragmentando la lectura, hiperinformando al tenedor del celular y de cuyo mar de noticias y saberes no queda nada; estrellitas, dicen, en medio de la más absoluta oscuridad. Y finalmente alejan al lector experimentado o principiante de los libros.
El celular es el acompañante del que va en autobús, o del que va a una fiesta, también del que está muerto de aburrimiento en una esquina del mundo, y es igual – quizás – al servicio que prestan las muñecas sexuales de los jóvenes japoneses, que van de un lugar a otro con sus amantes frígidas.
Los amantes de los celulares desprecian los libros, así como los japoneses nacidos después de 1994 desprecian al otro, porque creen que “el amor es innecesario,”, inútil. Como lo señala Gonzalo Robledo en Torre de Tokio, en El Espectador: Los jóvenes “… han empezado a ver a sus enamorados como repulsivos batracios y cortan su relación por causas mínimas, como verlos pagando una cuenta con cupones, llevando una prenda de gusto dudoso o pedaleando, de forma supuestamente ridícula, su bicicleta.”
Uno escucha a los pelaos decir que los libros los aburren, que son muy densos, que no los comprenden, ¿“repulsivos batracios”?
El lector tendrá sus hipótesis sobre este fenómeno de la abrazada modernidad de hoy. O construirá una personal para explicarse esta repulsión.
¿Cuántos libros lee el colombiano medio durante un año?
Abandonamos el baile como a las seis de la tarde y todavía el niño seguía tan abstraído en la maquinita, que no le importaba lo que ocurría alrededor de su mundo. ¿Enajenación?
Aveces me pasa lo del niño del celular,que miedo,tendre que buscar la forma de evitar a esos excesos.
Ese niño le falta arte y padres que lo llevaran a jugar,dialogar entre otros