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julio 21, 2025

La Primicia Noticias

Una Nueva mirada

Los tradicionales deseos de fin de año 

Por: Pedro Conrado Cudriz

“¡Feliz Año Nuevo!”. ¿Será este nuevo año, de verdad, mejor que el anterior? Nos hacemos ese propósito. Decidimos estar más en forma, más sanos, ser más listos, más ricos, más exitosos, más populares, más productivos, mejor vestidos, más felices. Y así se reinicia todo el ciclo vano, insensato e inevitablemente decepcionante. Roger Rosenblatt. El Espectador, dic 31-2023. Este año proponte algo que vaya más allá de ti. 

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Lo tradicional y sus rituales en la gran mayoría de las veces atraviesan la conciencia del alma humana y se quedan allí retozando tranquilos. Recuerdo que el escritor tomasino, Ramón Molinares Sarmiento, dijo alguna vez que las creencias de las gentes están tan arraigas al alma, que son difíciles de cambiarlas.  

Y son tan ciertas estas creencias, que ellas no son sometidas al escrutinio de la razón. Al final del día 31 de diciembre las gentes terminan usando la ropa al revés y se colocan interiores de color amarillo, o se llenan los bolsillos de monedas para espantar los diablillos de la mala suerte y llamar al destino de los premios.  

Supersticiones, puras supersticiones, dice un viejo amigo. 

Y están los infaltables deseos de año nuevo. Deprecación o súplica inútil. En la muerte contada por un sapiens a un neandertal, el paleontólogo Juan Luís Arsuaga, afirma que la muerte de un individuo es insignificante ante la vida eterna de la sociedad. Lo que logro comprender de su teoría es que el mundo a pesar de la muerte individual sigue girando sin detenerse un instante.  

Somos una gotita de humanidad, eso es lo que somos. Pensar que somos más de la gota es mentirnos con grados mayores de impunidad.  

Las promesas elevadas al universo son inocuas, esperanzas inútiles y sin lógicas, estados de fe, tics religiosos. Es abandonarse a “dioses” ciegos como aquellos de las loterías.  

¿A quiénes logrará la suerte o los dioses premiar? 

Lo terrible es que somos un granito de tierra del universo, la insignificante vida que no podrá nunca por sí sola cambiarse a sí misma ni al mundo que lo rodea. Pero persistimos en prometernos deseos sin solidificar una disciplina especial para bajar de peso, por ejemplo, desconociendo el factor de la libertad, la autonomía y la piedra angular de la voluntad personal: levantarse a las cinco de la mañana para ir todos los días al parque para hacer ejercicios físicos, abandonar los dulces, las chucherías, los fritos… 

Pero hay un acto trascendental, el más importante de todos, la muerte del otro, del que vive cómodamente en nuestro interior (todos lo llevamos) para poder resucitar a alguien nuevo. Es decir, tenemos que inventarnos o reconstruirnos y dejar atrás al flojo que vive entre las sabanas oscuras del cuerpo, el incapaz de realizar los cambios de hábitos justos para la nueva vida. 

Los deseos de fin de año son los simples deseos que chocarán contra “el muro de Berlín” y las guerras del mundo, esas conflagraciones actuales que sin saberlo tienen efectos desagradables y depresivos en los deseos individuales y sociales de las gentes comunes y no comunes del mundo.  

Las revoluciones se inician en el individuo y se van expandiendo al micro mundo personal en la medida en que los cambios se operan en la esfera íntima del sujeto. Si no lo hemos intentado en solitarios y no son efectivos, no lograremos expandirlos socialmente en los demás con nuestro ejemplo.  

¿Cómo alcanzó Messi a ser el mejor jugador de fútbol del mundo? ¿Procrastinó? ¿Prometió ser el mejor futbolista del universo humano un 31 de diciembre de 1998? 

Los deseos del 31 de diciembre no tienen relación con las decisiones futuras acertadas de las gentes; eso sí, forman parte de los deseos recónditos de los individuos procrastinadoras o sin acabativas. Son esos sujetos charlatanes que uno los escucha hacer planes indistintos a toda hora, y, sin embargo, son seres derrotados por la inercia anti-dialéctica de su propia vida.