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julio 5, 2024

La Primicia Noticias

Una Nueva mirada

Reflexiones de la hora 

Por: Pedro Conrado Cudriz

“El ciudadano como el filósofo está obligado a pensar y repensar la vida compartida si no quiere que el mundo donde convive se derrumbe.” P.C.C

“No hay democracia de calidad sin conversaciones de calidad.” Daniel Innerarity, filósofo español. 

Yo observo el mundo donde vivo con los mismos ojos con los que observo el bien y el mal e incluso también veo la zona neutral o gris de la que se derivan otras cosas u otras cuestiones. Lo que en realidad quiero decir es que miro mi mundo como veo y analizó la piel de una vaca muerta. Esta intención me ayuda a comprender las causas de su muerte. Si no lo hago de esta manera detallada seré otro tonto más del universo. 

Santo Tomás no es mejor ni peor que otros pueblos del orbe. Necesita eso sí de toda la sabiduría nuestra para superar sus dificultades endémicas. Colectivamente debemos preguntarnos por qué somos como somos. Es una necesidad ontológica y etnocéntrica urgente. 

Necesitamos saber dónde está ubicado nuestro yo, nuestro corazón y nuestra mente en la geografía de este cuerpo maltratado desde hace décadas. Es importante saberlo para no dar vueltas como un animal en mitad de la corraleja y sin sentido histórico. 

Quiero comentarle al oído del alma tomasina, que tenemos más de cien años viviendo prisioneros de actos violentos por parte de grupos estructurados políticamente por el sistema, violencia electoral por la compra y venta del voto y la corrupción institucional. Hemos padecido sin sentirlo la violencia clientelista y sus vergonzosos privilegios locales, regionales y nacionales. Es decir, hemos experimentado una vida ahistórica, sin tiempo y sin memoria, tiempo congelado en la nevera de la historia, lo terrible es que todo tiempo que se repite sin norte comunal es absurdamente destructivo de la comunidad. 

El reloj se detuvo y el tiempo histórico nuestro dejó de existir por la mecánica de la indiferencia y el acomodamiento, o la adaptación social. Ya no somos seres del futuro, porque vivimos en el hueco de un presente perverso y distópico. Nos hemos convertido en actores y actrices mediocres de una película repetida cada cuatro años. Y no nos hemos atrevido a colocar la mirada lejos de la piel personal para reconocer que somos máquinas o robots programados por el sistema. 

Estoy obligado a compartir mis reflexiones “sociológicas” con todos los coterráneos sin excepción. ¡Qué sería del mundo sin los sociólogos! Nuestros alcaldes no han sido universales ni extraordinarios, más bien alcaldes de pueblo. Nunca han estado por encima de las expectativas de la comunidad. Esa es la razón por la que terminan siendo defensores del statu quo, expoliadores de la ignorancia ciudadana. No se retan a sí mismos y son incapaces de saltarse las reglas del sistema de clientela que los arropa. 

Notas de hoy 

El amor al territorio se traduce en conocimiento y se inicia desde la infancia y también desde lo local, hasta evolucionar universalmente. Lo local es la primera experiencia del ser humano, porque se vive peripatéticamente en aquella pequeña geografía y no se conoce otro territorio y, además, porque no se ha convivido con otros seres humanos diferente a los reconocidos. Y lo más importante, se aprende amar. El saber es entonces terrícola, sabe a yuca, a limón, a mango, a lo comunal, y ahí en esa área amorosa poco a poco el individuo va tejiendo relaciones y ahondando los afectos al terruño. Los sociólogos y los antropólogos lo definen como amor etnocéntrico. Sin embargo, creo que este fenómeno de la defensa a ultranza del territorio es peligrosamente competitivo y enmascarado, porque podemos mentir y ocultar sus defectos para ponderar el lugar de nacimiento. Conocer el territorio implica amarlo desde la misma solidaridad clásica, cuando los coterráneos compartían los alimentos en la cuadra, y ese amor delicado se traduce en el conocimiento de sus necesidades existenciales y, sobre todo que, al ser solidarios, somos seres agradecidos, lo que quiere decir, que el agradecimiento es la única manera de sentirnos bien y queridos en el terruño. Y es entonces cuando nos asalta la solidaria pregunta ontológica: ¿Qué hago yo por el territorio que me parió?