Por: Pedro Conrado Cudriz
El hombre será viejo cuando se sienta viejo, cuando crea que el límite del tiempo lo arranca de la pasión de la vida, o lo excluya de sentir los placeres del vivir humano como comer e ir a la cama, o deleitarse en una puesta de sol. No es la edad, como cree la mayoría de las gentes, es la muerte de la pasión de poder seguir disfrutando la existencia, la muerte del corazón que todavía late vivo en el cuerpo. La vejez no es el fin de la vida, es todavía la fuerza espiritual que mueve las manecillas del tiempo a favor de llegar al jardín a besar la rosa, o quizá atravesar medio mundo para tocar la puerta de la mágica amiga, o tal vez la fuerza temprana de la voluntad para colocar en la llama de la hornilla el café que alentará la jornada diaria. Cuando todo esto se acabe, cuando el hombre ya no sienta nada, entonces el hombre estará muerto.
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Vi el abuelo llegar desamparado y algo molesto, tendría unos 70 años y vestía muy bien. Las apariencias también son importantes, porque afectan la intersubjetividad. Me preguntó si podía sentarse. Asentí con los ojos y lo reforcé con el movimiento de cabeza. Me observó con sus ojos color café y me preguntó la edad. Como estoy en contra del edadismo le di los números de mi tiempo en la tierra. Sonrió. Y empezó: No estoy en contra de la vejez, señora, pero me molesta que me traten como un trasto viejo e inútil. A mi edad todavía tengo mis movimientos sanos, no tan perfectos como cuando era joven, pero funcionan a la perfección. Todos, remarcó. Y, sin embargo, en casa creen que no debo trabajar, ni montar en bicicleta, menos soltar besos al aire, enamorarme. Mis hijas dicen que ya no estoy para esos trotes ni esas cosas del alma de la luna. ¿Usted tiene idea por qué el mundo ama tanto la juventud? Por el sexo, él es el culpable, porque se pueden tener relaciones sexuales a toda hora; diría que también por el placer desaforado e incontrolable de dormir con otros cuerpos. Cuando no hay pasión ni placer el individuo está muerto en vida. Los médicos hablan entonces de un cuerpo deprimido. Lo mejor para no luchar contra esta ansiedad de seguir vivo, es que uno termine muerto como las gallinas y los gallos. Y cuando se llega a mi edad algunos y muchos todavía creen que estamos muertos en vida. ¿Por qué no preguntan si mis labios no disfrutan la comida como lo hacen los catadores con el vino? El cuerpo es un misterio para las gentes del común. Mis hijas no tienen idea de lo que hace un beso en la vida de uno, el beso termina por resucitar un cuerpo inactivo. ¿Usted no ha visto aquella provocadora película francesa donde la hija es feliz oyendo a sus padres maullar de emoción mientras los orgasmos explotan como vejigas en la cama? Esa película, hizo una pausa, esperé y esperé hasta que recuperó el aliento. Esa película se llama Amor, todavía puede estar en cartelera. Lo sentí afanado por convencerme. Sí, lo sé, la vejez puede ser un hito en la vida de uno, pero no es la muerte. Es la vejez, pero eso no significa que el viejo sea una momia. Le dije a mi hija mayor para mortificarla que no metiera nada en el cajón mortuorio mío, que me dejara ir desnudo para el otro mundo. Y mientras tanto que no le prohibiera a mi cuerpo sentir un beso, una vagina loca. Que simplemente espere que se apague la vela para hacer conmigo lo que quiera. Escuchar a Franco defendiendo su vida, no su vejez, me animó. ¡Qué viva la vida!, carajo. Le agarré las manos, lo abracé sin miedo y lo despedí. Le dije al oído que no estaba muerto, que siguiera defendiendo la vida. Cerré la tienda con la imagen de Franco en la cabeza. Y pensé en su pequeña revolución, en su rebeldía. Ojalá todos tuviéramos las garras de Franco, estoy segura que este mundo sería otro, quizá un mundo más democrático.
Del cuento Un día en la vida de los otros del autor de la mayoría de estos textos
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Mi cuerpo lucha con desespero por vivir la inmortalidad. Es que mis ardientes genitales no me dejan en paz, me respiran en la nuca. Buscan la cama de las damas rebeldes contra la cuadrícula de un mundo común. Juro que jamás pensé vivir otra etapa sexual de la adolescencia. Hasta no hace poco anhelé la vejez para vivir aislado de las presiones del sexo y de los amigos, o en paz con mi cuerpo, vivir sin la ansiedad de la carne femenina. Y deseé decirles a mis amigos lo que el loco Artemio les dijo a los suyos: Se acabó todo.
No sé cómo explicar esta calentura extraordinaria de mi cuerpo. Mujer que ven mis ojos enseguida mi mente la imagina desnuda en su lecho de agua.
Ahora mismo le tengo miedo, como nunca, a la muerte, ya no quiero morirme de una gripe silvestre ni de otra de esas enfermedades de fin de siglo. Mi cuerpo resucita en cada orgasmo. El sexo es vida, vida vital, la otra cara de la muerte. A mi edad, una erección es un milagro, pero no el milagro metafísico de la religión.
El sexo es un poder tremendo del cuerpo, y de la vida. Cuando joven la erección era tan común y corriente que no me deslumbraba como hoy. En estos instantes del fin de mi historia, en el Apocalipsis de mi carne, el sexo es la desconocida fuerza energética que sostiene el mundo, como el sombrero en la cabeza calva del sujeto que reta los fuertes vientos; si, es la poética del vivir, la agonía diaria de seguir vivo.
Tomado del texto que cubría una de las paredes de un baño público de la Universidad Nacional de Atenas, Grecia.
Q bacana vejez. Se vive sabroso así.
Como siempre: fantástico punto, me gusta mucho la libertad de expresar las ideas como nos vienen al pensamiento.
Viva la vida!!