Por: Eimar Pérez Bolaño
La muerte es inherente a la vida, sentencia quizá obvia, pero a la vez frágil en la práctica, producto de nuestra propia debilidad humana de reconocerlo y comprenderlo en profundidad. Siempre buscamos la forma de evadir el tema, de pensar que aún no es nuestro momento, de ver las pérdidas ajenas como hechos distantes, desde los otros, pero no desde las posibilidades de nuestra propia finitud.
Hace aproximadamente dos meses asistí al sepelio de la mamá de un amigo, era necesario mi acompañamiento y solidaridad con toda la familia. Luego de compartir unas palabras y sentires en la velación, me invitaron a una cafetería cercana al lugar. Allí tuve la oportunidad de saludar al otro hijo de la recién fallecida, al arquitecto Gorki Vélez Camargo, le expresé mis condolencias y entablamos paradójicamente en medio de dicho escenario un dialogo disciplinar frente al inevitable hecho. Yo desde la filosofía acotaba mi perspectiva de la muerte, hablaba de lo improbable, de lo científico y de las creencias tradicionales, sobre todo las culturalmente entronizadas especialmente desde la religión. Concluía que todos tendremos que vivir dicho momento, que hace parte de nuestra propia naturaleza viviente.
Por su parte, el arquitecto Vélez desde su disciplina, me sorprendió con su apreciación. Me indujo a darle una mirada general al sitio y se refirió a lo que estábamos hablando, a la vez departiendo y la cafetería que nos atendía, con su sillas y estructura. Afirmó, quien falleció es mi madre y no puedo evitar sentir cierto dolor. Sin embargo, la visión de la muerte debe reconfigurarse, especialmente en estos sitios donde reposan nuestros familiares. La connotación de cementerio, remite a dolor, recuerdo, luto y todo tipo de emociones sufridas antes y después de la partida del ser querido.
Añadió Vélez Camargo, estos sitios deben reconfigurarse en su nominación y estructura, a mi me parece que deberían llamarse “monumentos de encuentro familiar” dijo. Afirmando, si bien la persona a trascendido a otra dimensión, sigue presente en cada uno de sus familiares, que por momento no estamos en ese otro espacio, pero podemos venir a visitarla, no como sinónimo de un recuerdo doloroso, sino más bien como un lugar de encuentro, que, aunque la persona no esté de forma física, la familia pueda tener la oportunidad de reunirse, de compartir y estando cerca, recordarla con alegría, tomarse un vino, un refresco, etc.
La reflexión del arquitecto gairero (Santa Marta) me parece coherente frente al sentido y significado de la muerte. Teniendo en cuenta que es un acontecimiento inevitable y en medio de esa consciencia es hora de empezar a resignificarla y darle su verdadero valor. Todo ser vivo cumplirá su ciclo, y no hay tipo de conocimiento, sea mítico-religioso, filosófico o científico que objetivamente puedan dar alguna respuesta frente a la pregunta de un más allá.
El valor y reconocimiento de la finitud, unido a todos los avances históricos y de la comprensión antropológica de nuestro tiempo, nos deberían permitir vivir a plenitud, garantizando el despliegue del ser, de las potencialidades e intentar redescubrir el sentido de la existencia.
En este escrito me hace pensar que, no iremos a ese lugar a recordar un dolor si no que bal contrario ,con el nombre de monumento de unión familiar , que sería el cementerio y las tumbas esculturas de honor familiar me parece un gran nombre respetuoso para el que ya partió y un motivo de unión para el que queda en este mundo .