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abril 19, 2025

La Primicia Noticias

Una Nueva mirada

Del examen escrito líbrame, señor 

Por: Pedro Conrado Cudriz

  “Un examen escrito es un trabajo hecho a mano y de una extensión me­dia que varía entre dos y tres cuartillas aproximadamente, en la que el estudiante trata un tema académico ya visto en clase, pero problematizado a través de preguntas. En se­gundo lugar, el examen pue­de considerarse toda una aventura porque se intenta a partir de la escritura descu­brir “algo inaccesible en pe­ríodos normales”, tal como lo plantea Freddy Téllez con el ejercicio escrito. “Sólo con un lápiz, un papel y un vago propósito de algo, es que funciona”. En tercer lugar, la prueba escrita es una experiencia dudosa, en la medi­da que es un ensayo en un tiempo vacilante y muy corto.” Leer Del examen escrito a la tensión falsa de la creación. La primicia. 

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Cualquier clase de examen, el oral o el escrito, es peligroso para el estudiante. Pero de todos, el escrito es el más peligroso, porque desnuda las fallas de la escritura, las dificultades para la comunicación no oral.  

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Una nota académica por debajo de las expectativas normales del alumno, no conduce en estos momentos a una crisis seriamente ética ni tampoco a una crisis del conocimiento, y no sé si también toca negativamente la forjada identidad del estudiante. De cualquier manera, la nota o el resultado del examen debe conducir siempre a interrogantes serios y trascendentes de la vida escolar del joven universitario. Salvo una nota injusta, que ya es otra cosa. ¿Me preparé con responsabilidad ciudadana para el examen? ¿Tengo disciplina y tiempo para asumir un examen de la academia? ¿Mis estrategias de estudio son las mejores? ¿En un examen le apunto con seriedad a mi formación profesional y ciudadana? ¿Pienso en el servicio de calidad futura? ¿Como estudiante pienso en el legado que dejo en la universidad y voy a dejarle al mundo? 

Ahora mismo creo que el examen no lo es todo en la vida escolar universitaria. Si así piensa el alumno está absolutamente equivocado. Un examen es apenas un examen, una nota transitoria en el proceso de formación intelectual y académica del estudiante. Y, sin embargo, mide el esfuerzo intelectual del sujeto social inscrito en el sistema.  

En un examen no hay víctimas ni victimarios, lo que hay son procesos compartidos, esfuerzos mutuos, tanto del sistema como del estudiante y el profesor. Si se comprende esta concepción dualística de los procesos académicos se termina anulando la victimización y el estigma. Somos más que un ensayo académico. Toda pregunta es una montaña de sospechas, una búsqueda ardorosa de conocimiento. 

Aclarado este punto, lo que viene es la revisión y análisis del suceso, las cargas de los actores comprometidos en la universidad y la asunción de responsabilidades personales, ciudadanas e institucionales. La meta del curso y del estudiante observado individualmente debe ir más allá del presente, más allá de los sueños si se quiere visionar al profesional del mañana. 

La academia universitaria no es una lucha para entrenar guerreros, es un espacio de aprendizaje y reaprendizaje de saberes, procesos de búsquedas de saberes, ensayos relacionados con las metas u objetivos profesionales e individuales de los implicados, o sea, de los alumnos. 

Lo que quiero decir en última instancia es que la búsqueda tradicional de la nota – la tan manida costumbre escolástica- hace indecente el sistema y deshonestos a los estudiantes y profesores que la siguen practicando. Los alumnos la exigen para no perder la beca y los profesores aflojan el pulso para no salir perjudicados en las calificaciones de los estudiantes. 

Uno observa y siente que falta algo, una pasión desbocada o loca por el conocimiento. Porque eso que llaman hoy “renuncia silenciosa” es finalmente hacer las cosas a medias, salgan como salgan las calificaciones y no importa la anemia de la pasión. 

Estamos, mejor, vivimos casi muertos y no sabemos el porqué. El mundo va tan rápido que siempre existe la sensación de que nos deja el tren, y es quizá esta sensación de lo vertiginoso la que puede crear la ilusión de perdida, de lo inalcanzable, y nos abandonamos a la voraz mediocridad. 

Y vamos a la escuela por cumplir un mandato social externo, igual al trabajo; el éxito no nos preocupa, ya tiene dueños: los ricos, los artistas, los escritores… sentimos que el mundo nos aplasta como a un par de zapatos viejos y hacemos lo que hacemos para salir del paso, para seguir pensado que estamos vivos, cuando en realidad estamos muertos, casi muertos.