Decir que la cumbre entre la UE y la Celac que se ha celebrado esta semana en Bruselas ha sido un éxito histórico y un hito porque dos bloques que llevaban ocho años sin sentarse a la mesa se han comprometido a estrechar lazos, firmado algunos convenios y acuerdos bilaterales y se han prometido 45.000 millones de euros en futuras inversiones sería exagerar. Decir que ha sido un fracaso porque el veto de un país, Nicaragua, a un párrafo ha obligado a poner un asterisco en la declaración final, también. La verdad está en algún lugar intermedio y dependiendo del enfoque. Si a nivel técnico las partes pueden estar más que satisfechas, el sabor político que queda es algo más agridulce. Se han hecho avances y la mera representación al máximo nivel es una muy buena noticia, pero la imagen que puede quedar es la de un encuentro empañado por dos visiones contrarias, y a ratos irreconciliables, del mundo y la geopolítica.
Por mucho que los protagonistas se desgañitaran vendiendo las bondades y reprocharan “las especulaciones de los periodistas”, no se trata sólo de una o dos frases. Tiene que ver con la forma de entender el mercado, las relaciones internacionales, las reglas, el pasado y el futuro. Los 27 europeos y los 33 de América Latina y el Caribe han hablado, negociado y discutido. Han apostado por los lazos económicos y comerciales, por mejorar las relaciones diplomáticas, por fijar algún tipo de estructura permanente para que las citas se hagan ahora con mucha más frecuente. Han abordado rencores pasados, desde el colonialismo a la esclavitud. Pero la negativa de Nicaragua, el único país de la región que votó incluso en Naciones Unidas con Rusia o Corea del Norte en una resolución sobre la guerra, ha embarrado la última jornada.
Durante semanas se ha discutido porque quedó claro que la Celac no podía respaldar el lenguaje propuesto por los diplomáticos europeos. No era sólo Nicaragua, sino Venezuela, Cuba, Brasil, Honduras, Bolivia. Todos tenían problemas, reservas. Se tocó, se rebajó un poco, pero los 27 marcaron un límite. La referencia a Ucrania les parecía una línea roja y se plantaron: o bien había una declaración sólo firmada por los dos presidentes, Charles Michel por la UE y el primer ministro de San Vicente y las Granadinas por la Celac, o lo suscribían todos menos uno. Y al final así fue: “Esta Declaración fue respaldada por todos los países con una excepción debido a su desacuerdo con un párrafo”, se lee al final de las 10 páginas y 41 puntos.
Europa tiene clarísimo que la culpa de la guerra en Ucrania es de Rusia. Que se trata de una agresión ilegal, brutal e injustificada. Que la única respuesta posible es ayudar a Kiev con todo lo que necesita y durante tanto tiempo como sea necesario, mientras se aísla a Moscú en todos los foros internacionales. Que la culpa de los problemas de escasez de cereales es exclusivamente de Vladimir Putin. Y que la presión debe mantenerse en todas y cada una de las oportunidades. “En Moscú tienen que estar muy decepcionados esta noche si Cuba o Venezuela respaldan esta declaración”, apuntan altas fuentes europeas. Sin embargo, el problema es que muchos de sus vecinos o socios comerciales, de África a Asia pasando por América Latina no están de acuerdo, o lo están con muchos matices y otros énfasis. Y por eso el texto no menciona a Rusia ni condena la agresión.
“Expresamos nuestra profunda preocupación por la guerra en curso contra Ucrania, que continúa causando un inmenso sufrimiento humano y está exacerbando las fragilidades existentes en la economía mundial, restringiendo el crecimiento, aumentando la inflación, interrumpiendo las cadenas de suministro, aumentando la inseguridad energética y alimentaria y elevando los riesgos para la estabilidad financiera. En este sentido, apoyamos la necesidad de una paz justa y sostenible. Reiteramos igualmente nuestro apoyo a la Iniciativa de Grano del Mar Negro y los esfuerzos del Secretario General de las Naciones Unidas para asegurar su extensión. Apoyamos todos los esfuerzos diplomáticos destinados a una paz justa y sostenible en línea con la carta de la ONU”, dice el famoso párrafo de la discordia.
Todos los presentes insistieron en que “no había sido una cumbre sobre Ucrania” y reprocharon que se ponga el dedo sobre la cuestión, algo menor, según ellos. Hubo países como Chile que fueron firmes, muy contundentes contra la “agresión imperial”, sin matices. Pero otro, como los mencionados antes, han jugado con la ambigüedad una y otra vez, metiendo peros, incidiendo en la “hipocresía” de condenar con tanto énfasis esta guerra pero obviar otras en el pasado. Y presionando para que se hable más de otras cuestiones.
Otro de los temas polémicos era precisamente el párrafo sobre el pasado colonial. “Reconocemos y lamentamos profundamente el sufrimiento incalculable infligido a millones de hombres, mujeres y niños como resultado de la trata transatlántica de esclavos. Subrayamos nuestro pleno apoyo a los principios y elementos relacionados contenidos en la Declaración y el Programa de Acción de Durban, incluido el reconocimiento de que la esclavitud y la trata de esclavos, incluida la trata transatlántica de esclavos, fueron tragedias espantosas en la historia de la humanidad no solo por su barbarie aborrecible sino también en cuanto a su magnitud, naturaleza organizada y especialmente su negación de la esencia de las víctimas, y que la esclavitud y la trata de esclavos son un crimen de lesa humanidad”, dice la declaración.
DIFICULTADES
Fuentes comunitarias explican que todo ha sido difícil en la preparación del encuentro. Tres días antes de la reunión hubo que cambiar de arriba abajo el formato previsto de mesas redondas porque había amenazas de líderes que no querían asistir. Se pasó a una sesión conjunta, con discursos públicos. Y todo mientras se negociaba hasta el último minuto el papel. “Hubo muchísimas llamadas durante el fin de semana”, dicen satisfechos.
Sobre el papel suena bien, pero si se mira a 2015, a la anterior cumbre, el lenguaje fue sorprendentemente parecido. Las mismas esperanzas y compromisos de acercamiento, las menciones a muchos de los mismos temas. Y aun así, siguieron ocho años de indiferencia mutua. “Esta vez es diferente porque el mundo es diferente al de 2015”, dicen altas fuentes comunitarias. “En 2015 no teníamos los riesgos de este mundo bipolar. Pensábamos en términos multipolares en los que la UE encajaba. Mucho ha cambiado y hemos aprendido muchas lecciones. Tenemos que involucrarnos mucho más y usar todas las oportunidades, todas las reuniones, para anclarlos a nuestra visión, para acercar a otras regiones a nuestra aproximación a un orden mundial basado en reglas”, añaden.
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La cumbre fue un cajón de sastre. Muchos de los presentes participan en la paralela Cumbre del os Pueblos, donde se vitoreaba a Fidel Castro (“siempre presente”) o gritaban “no pasarán” exigiendo “el fin del bloqueo a Cuba”. Donde los comunistas españoles o portugueses arengaban contra los líderes “encerrados en búnkeres y escoltados por tanquetas”. Otros se hacían fotos y vídeos por la ciudad. Giorgia Meloni, en un discurso que hubiera podido firmar Mario Draghi, condenaba a los que hablan de paz y no de invasión todo el tiempo, y apelaba a la memoria de los jueces Falcone y Borsellino. Y Hungría y Polonia presentaban sus propias reclamaciones amenazando con seguir bloqueando el acuerdo llamado post-Cotonú que debe permitir reforzar las relaciones con África, Caribe y el Pacífico.
La reunión era para estrechar lazos, sentar en la mesa, tejer redes. Y de algo sirvió. Se veía a la mitad de la UE poco interesada, nada participativa. Y a sus medios, totalmente indiferentes. Pero como ha demostrado la experiencia de la Comunidad Política Europea, el invento de Macron para acercar a quienes aspiran a la UE pero están a décadas de lograr una hipotética anexión, el contacto personal es lo más importante. Una charla no tanto sobre valores compartidos, sino intereses, los miedos comunes. “Esto es muy útil. En dos días no cambias la mentalidad de nadie, las posiciones, los parámetros, pero es muy útil para entendernos. Hay cosas que no se ven en los informes de las embajadas. Es importante para poder dar instrucciones, notar las emociones, la intensidad. Siempre decimos después de una Cumbre que es un éxito, pero esta vez es de verdad“, zanjan satisfechas fuentes comunitarias. El mejor ejemplo, dicen, es el de Cuba. Que un día antes no aceptaba que el texto dijera “guerra contra Ucrania” en vez de “guerra en Ucrania”, pero acabó transigiendo tras horas de charlas informales con los vecinos de los agredidos. Pequeñas victorias, pero así se construye la paz.
Vía Mundo.es
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