Por: Eimar Pérez Bolaño
Gabo me enseñó que había que pedirle poco a la imaginación para hacer creíble nuestra vida. Por su parte Pepe Mujica dice que la historia no la hemos construido los latinoamericanos, sino que nos ha tocado padecerla. Ambas afirmaciones me resuenan constantemente al ver la crisis global de nuestro tiempo, que, en sus dinámicas sociales, tiene unas circunstancias particulares y problemáticas aparentemente diferentes en cada lugar.
Un día caminaba por un paradisiaco lugar del caribe colombiano y observé a una persona que se encontraba sentada viendo hacía el horizonte, al menos esa fue mi percepción al instante. De forma atrevida, interrumpí su quietud y lo saludé, su impresión fue amistosa. Noté de inmediato que era un extranjero y quería dialogar. Su idioma era indescriptible, pero al menos le entendía.
Me contó de una vez que estaba de paso resolviendo unos asuntos administrativos, pero que debía volver pronto a su lugar de origen. En su rostro se reflejaba cierta nostalgia. Le pregunté: ¿Te pasa algo?. Su respuesta fue que se sentía preocupado por la situación de su país y por quien lo empezó a liderar, es decir por el presidente recién elegido.
Inició su relato manifestando que su edad estaba pasada de 40 años, y que en el presente se ha dedicado a hacer reminiscencia y comparación de la mayoría de los acontecimientos pasados y los actuales. Me decía que hacía la época de los años 90, finalizando su etapa escolar de primaria, observaba las tensiones y cambios estructurales frente a temas de la salud y laborales, los cuales eran el reflejo de una precarización que desde esa época había azotado a su país. Sumado a ello, la injerencia dentro del Estado de grupos criminales, muchos auspiciados por el narcotráfico, más la confrontación ideológica histórica, hacían de su país un lugar complejo para vivir. Todo lo anterior, conllevó a un gran flujo de migración como escapatoria a la realidad adversa de ese momento.
También narraba, que en esa época su país vivía en medio de asesinatos, secuestros, desempleo y maniobras políticas que violentaban la justicia. Los grupos políticos se entronizaban cada vez más y el poder era heredado entre clanes y familias. Hubo intentos de cambios, desde líderes alternativos o llamados de izquierda. Sin embargo, la mayoría fueron asesinados, acallados y los sobrevivientes tuvieron que exiliarse por constantes amenazas.
En el rostro del extranjero, se notaban las huellas de la historia de la cual Mujica hacía relación, por eso mi concentración al escucharlo y relacionarla con dicha afirmación, es decir, mi interlocutor la padecía y era inevitable escapar de ella. Luego, en medio de mi comprensión en parte de su realidad, le indagué. ¿Las cosas han cambiado en estos tiempos? Me respondió. No mucho y agregó, ahora hay otros instrumentos y mecanismos sofisticados desde los cuales se ejerce el terror. Ejemplo, la criminalidad, el hurto, la extorsión que en otro tiempo sólo amedrantaba a algunas ciudades de mi país, ahora se generalizó en casi todo el territorio.
Con cada palabra expresaba por el solitario sujeto, emanaba cierta impotencia en mí, por no tener forma en cómo calmar su desosiego. Pensé que al narrar era una forma adecuada de soltar aquellas emociones quizá guardadas en su lugar de origen y que al expresarlas podía aliviar un poco su malestar existencial.
A pesar de ello, con ganas de averiguar un poco más, le pregunté por las acciones del presidente recién elegido. Allí respondió con más ahínco. Afirmó que lleva apenas pocos meses de ocupar el cargo, y que, aunque muchos de los partidos hegemónicos históricamente “lo respaldan”, pareciera que se fragua sutilmente estrategias para desprestigiar su imagen y por ende recuperar el poder. Actos que hacen eco en la mayoría de su población, que está acostumbrada a recibir información sin filtrarla o verificarla.
Decía que su presidente, tenía un gran reto, este era realizar transformaciones estructurales a una historia entronizada que atravesaba prácticamente todos los escenarios de la vida. Tradición que tomaba fuerza desde lo epistémico, es decir, en la forma en cómo la mayor parte de la ciudadanía pensaba dicha realidad y la reafirmaba, en consecuencia, con hostilidad y violencia, a la vez con miedo, con desesperanza, con ganas de volver a lo mismo. En suma, toda una conflictividad al interior de la sociedad que en nada mejoraba las condiciones políticas del pobre país.
Le decía al amigo extranjero, que posiblemente los cambios no se den de forma inmediata, y que es difícil un poco, bajo el afianzamiento de una tradición negada a los cambios, claro está, por unos intereses de clase. A pesar de ello la esperanza no vista como espera sino como construcción (Quintar) pueden ir tejiendo alternativas en medio de tanta adversidad.
Indudablemente al escuchar la historia, pensaba yo en el pobre país y en el pobre presidente. Pues la supervivencia era parte de la historia de la gran mayoría que lo habita. Que la incertidumbre de caer en manos de la criminalidad en cualquier momento se convertía en concebir como alternativa el papel del azar y del destino en cada paso. Nuestra conversación fue interrumpida por una llamada y tuve que seguir mi camino. De momento miré hacía atrás donde estaba sentado el extranjero y este había desaparecido.
Excelente mi Magister.
Alguna vez viví en ese país y quisiera volver, porque todo lo que encierra llena las.expectativas de lo que siempre he anhelado.
Cuando ya los cambios hayan caído a la.realidad y sus.pobladores se sientan como en el país soñado.
Interesante narración, veo al inicio unos saltos de tiempo. Quizá tiene que ver con la realidad versus su redacción. Esto es muy díficil, la realidad es demasiado amplia tanto, que intenta decir mucho, de hecho lo hace. Pero quizá se capta poco de tantas direcciones que se plantean en una conversación, sobretodo para llevarla a un ejercicio narrativo y no narrativo al mismo tiempo.