Por: Larry Caballero Gutiérrez
Era un adorable cachorro labrador de color negro, de unos 6 meses, el que le había regalado la Señora Fabiola a el niño Sebastián; Antonio y Marcela habían estado de acuerdo ya que Sebastián se había portado muy bien en el colegio. Sebastián no se desprendía ni un minuto de su nuevo amigo, pero había algo extraño en el cachorro, sus ojos eran como dos carbones en la nieve, su mirada era pesada y oscura; por las noches lo sacaban al patio para que durmiera en una casita de madera que Antonio le había hecho, pero por alguna extraña razón, todos los días amanecía en el frente de la puerta del cuarto de Sebastián.
– ¿De nuevo dejaste meter a Yorgi? – Preguntó Antonio a Marcela.
– No he sido yo, Quizá es la señora Fabiola cuando llega que abre la puerta del patio y él se mete.
– Puede ser, ¿sabías que el perro de los vecinos lo encontraron muerto ayer en el patio de su casa?
– No, ¿cómo pasó eso? – dijo Marcela sorprendida.
– Parece que fue envenenado.
– ¿Envenenado?
– Sí.
– ¿Pero quién haría eso?
– Bueno eso es lo que se dice, hay que decirle a la señora Fabiola que no deje salir a Yorgi a la calle.
– Ok
La señora Fabiola como de costumbre, preparó el desayuno y alistó al niño Sebastián para llevarlo a la escuela, ese día la mañana estaba cubierta de nubes negras, era como si se aproximara una fuerte tormenta, soplaba un viento frío y los árboles se movían de un lado hacia el otro, como queriendo arrancarse de raíz. La señora Fabiola cierra la puerta, sale con Sebastián para la escuela, Yorgi se los queda viendo con su lengua afuera, agitado en su respirar y babeando el piso; Sebastián lo mira por la ventana.
– Volveré pronto amigo, no me demoro – dijo Sebastián.
– Debes de cuidar mucho a ese cachorro, porque él siempre estará contigo – manifestó la señora Fabiola.
La señora Fabiola deja a Sebastián a cargo de la profesora Daniela, quien lo toma de la mano, pero Sebastián se suelta y vuelve con la señora Fabiola agarrándola de la falda.
– ¿Mi niño que te pasa? – dijo la señora Fabiola.
– No quiero estar acá hoy – contestó el niño llorando.
– Ya eso lo habíamos hablado mi niño, ya pronto vendré por ti, pórtate bien.
La señora Fabiola se lo vuelve a dar a la profesora Daniela.
– No se preocupe, sé que son cosas de niño – dijo la profesora.
– Así es; chao mi niño.
La señora Fabiola da la espalda, pero en su rostro había una sonrisa malévola mostrando sus dientes amarillentos, algunos ya podridos. La lluvia comenzó a caer y los truenos tenían a los niños del colegio aterrados, la energía eléctrica se fue, las clases se suspendieron, pero al contar los niños, la profesora Daniela se percató que Sebastián no estaba en el salón, salió a buscarlo como loca.
– ¡Sebastián! ¡Sebastián! – gritaba por todos los pasillos de la escuela.
Otras profesoras también se unieron a la búsqueda, lo buscaban por los baños, el patio, por otros salones y nada, era como si la tierra se lo hubiese tragado. En el patio, muy en el fondo, había un cuarto donde eran colocadas las cosas dañas, sillas, escritorios, abanicos etc; Daniela pensó que tal ves Sebastián estaba allí huyendo de los truenos. La lluvia era más fuerte, Daniela salió corriendo hasta ese lugar, al llegar ya estaba empapada de agua, abrió la puerta, está hizo un relinchido como si jamás la hubiesen abierto.
– Sebastián, Sebastián! ¿estás por acá?
No había respuesta.
– ¿Sebastián estás aquí? – seguía preguntando Daniela, con voz temblorosa por el frío.
En el cuarto la oscuridad reinaba, sólo los relámpagos iluminaban intermitentemente, las sillas estaban empolvadas, arrumadas en montañas, un olor putrefacto contaminaba el lugar, era como si algún animal estuviera en descomposición; Daniela se tapó la nariz con un pañuelo que tenía en su bolsillo >Dios que olor< dijo Daniela; fue entrando lentamente, de pronto una silla se cayó, ella se asustó.
– ¿Sebastián eres tú? – preguntaba con voz muy suave y con temor.
Una luz tenue que entraba por la ventana, pudo dar al descubierto a Sebastián que estaba en un rincón en posición fetal, Daniela lo logró ver y corrió donde él estaba creyendo que le había pasado algo, cuando se acercaba una mancha negra en forma de perro pasó por sus piernas, haciendo caer a Daniela; al caer, un metal filoso que salía de una de las sillas viejas se le incrustó en el cuello, Daniela colocaba su mano para presionar la heridas, pero la presión de sangre era incontenible, las piernas de Daniela temblaban por el shock que estaba sufriendo, alzaba una mano tratando de pedir ayuda, los ojos se iban cerrando poco a poco, lo último que verían esos ojos, eran los ojos de Sebastián ya de pie con un animal negro con patas gruesas y cola larga que destilaba un vapor de su boca, hasta que dio el último suspiro. Luego otra profesora llegó al lugar, no podía creer lo que estaba viendo, era una escena muy terrorífica, Sebastián salió corriendo y abrazó a la profesora; la profesora lo cargó y lo sacó del lugar, a los poco minutos llegó la policía, todo apuntaba que fue un inoportuno accidente.
Marcela y Antonio fueron por Sebastián apenas se enteraron de la tragedia, al llegar a la casa Marcela le preguntaba:
– ¿Mi amor, que hacías en ese lugar?
– Fui detrás de Yorgi – contestó el niño abrazando a su cachorro.
– Amor, pero eso es imposible, Yorgi estaba en la casa.
– No mamá, era Yorgi, sólo que él se pone más grande.
Marcela lo abrazó, viendo Antonio que estaba confundido por todo. Días después una mancha negra se empezó a notar en el cielo raso del cuarto de Sebastián, eran unas betas negras en forma de raíces.
– Hay que llamar al señor Fernando para que mire eso, quizá está entrando la lluvia – le dijo Antonio.
– Sí, la verdad se ve muy mal – contestó Marcela.
– Como te digo, debe ser por la lluvia.
– Quizá.
– ¿Sabes si encontraron remplazo de la profesora Daniela? Preguntó Antonio.
– Creo que sí, la señora Fabiola me dijo que ya Sebastián puede ir mañana.
– No estoy de acuerdo, lo que pasó fue muy traumático para él y aún no empiezan las terapias con la psicóloga.
– ¿Entonces que hacemos?
– Hasta que la psicóloga no nos diga que el niño está bien, no irá al colegio.
– Está bien.
Al siguiente domingo en horas de la tarde, alguien llama a la puerta.
– Hola, buenas tardes soy Pedro, el encargado de las obras del señor Fernando.
– Sí, buenas tardes – contestó Antonio.
– Me cuenta el señor Fernando que han reportado una filtración de agua.
– Así es, siga por favor, por acá.
– Qué raro, hace unos meses hice una inspección del techo y está en perfecto estado.
– Bueno verás, a los pocos días de mudarnos comenzó esa mancha y mira ya como va.
– Sí, puedo ver.
– ¿Qué cree que puede ser?
– Eh, hasta que no me suba, no lo podré saber ¿tienen una escalera, cierto?
– Sí, en el patio tenemos una.
Cuando el señor Pedro va saliendo, se encuentra de frente con Sebastián y a su lado Yorgi.
– Que perro más bonito ¿Cómo se llama?
– Se llama Yorgi – contestó El niño.
Pedro intentó sobarlo, pero el perro mostró los dientes.
– ¡Uy! es rabioso.
– No, él no es así, Vamos Yorgi.
Sebastián entra al cuarto con el perro, mientras el señor Pedro sigue su camino al patio. Pedro logra subir al techo con la ayuda de la escalera, llega hasta el lugar del cuarto de Sebastián.
– ¿Cómo lo ve? – le grita Antonio.
– Pues veo todo normal – contestó Pedro.
– Quizá es una grieta pequeña.
– Eso estoy tratando de ver.
Haciendo un ruido como el de un pajarraco herido, se posa en el caballete del techo un pájaro negro casi desplumado, sólo tenía un ojo color rojo, del otro lado se podía ver sólo media cabeza en hueso, Pedro se lo quedó viendo fijamente. De pronto una voz grave sale del pajarraco.
– ¡Death Darkness!
Pedro abrió los ojos como si se le fueran a salir, dio un paso atrás, perdió el equilibrio y cayó, traspasó el cielo raso, cayendo de nuca contra el piso del cuarto de Sebastián, fue una muerte instantánea; Marcela y Antonio corrieron al cuarto, cuando entraron Sebastián tenía a Yorgi abrazado viendo el cuerpo del señor Pedro y el charco de sangre a su alrededor.
Continuará…
Más historias
Tristeza de un árbol
Piso 4
Hilos