Por: Pedro Conrado Cudriz
“Colombia ha aportado lo suyo a la psicología de la derrota.” Juan Villoro
Yo también dedique tiempo al fútbol como todo el mundo. O como dijo Eduardo Galeano: “Como todos los uruguayos, toditos, yo nací gritando gol.” Ojo, tiempo. No es distracción, es también la bocaza del tiempo devorándonos, comiéndonos las entrañas de la libertad. ¿Y ahora qué hago?, pregunta el tipo, y el mismo da la respuesta: nada, voy a ver el mundial, lo demás que espere.
La pasión del fútbol dura toda la vida, nada más que desde muy pequeño uno empiece a patear una bola, o algo que se le parezca, para que al final de los tiempos, el balón termine chupándonos la sangre y la imaginación. Luego ya no serviremos para más nada. Eso hace el fútbol con los fanáticos, los paraliza, los deja ciegos.
Y usted pensará que a todos no nos pasa igual, y tiene razón, unos nadamos en la orilla del mar, otros prefieren las profundidades. Es la gran riqueza del universo, no hay nada absoluto, ni las plantas, ni las gentes ni el fútbol. No hay temas absolutos. Y las relatividades nos asombran, o deberían asombrarnos. Ver a veintidós jugadores persiguiendo una pelota es como aquel niño que por primera vez en su vida ve una mesa, o un caballo. Luego todo es costumbre, adaptación, normalidad.
En la deliciosa conversación literaria que sostuvieron Borges y Sábato en Diálogos, de Orlando Barone, dice Borges, “A mí, de chico me llamaba la atención que los recién nacidos no se asustasen de las señoras. Porque venir de pronto a un mundo donde hay gente con una cabeza, dos ojos y una boca es algo que debiera causarles espanto…”
Pero el ser humano se adapta a todo, lo que es comprobable todos los días. Piense en la violencia y en la muerte, en la pobreza y en los malos gobiernos.
A nadie le importa que Qatar sea una monarquía tradicional, que el poder sea hereditario y que trate muy mal a sus gentes, a las mujeres, a los inmigrantes, a los trabajadores esclavos que ayudaron a construir los ocho estadios, y a los seres pertenecientes a la generación LGBT. No olvido los que terminaron muertos en la construcción de los estadios. Lo importante es el mes mundial del fútbol, el balón huyéndole a los pies y el observador esperando que ocurra una jugada poética. Y las epifanías en un partido de fútbol ocurren como en los fenómenos de los eclipses, cada mil de días.
Albert Camus también jugó fútbol y terminó aplicándolo a la vida. “Aprendí, dijo, que la pelota nunca viene hacia uno por donde uno espera que venga. Eso me ayudó mucho en la vida, sobre todo en las grandes ciudades donde la gente no suele ser siempre lo que se dice derecha”.
A mí me sigue interesando el fútbol como fenómeno social. Dejé de practicarlo desde el día que programaron los partidos para las diez de la mañana y me tocó observar la fractura en una de las piernas del nefrólogo Adolfo Pertuz. Y renuncié por cobardía. Pero guardo una pelota en casa, es el último fetiche mío, porque como lo escribió Galeano “… es la única religión que no tiene ateos.”
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