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abril 30, 2025

La Primicia Noticias

Una Nueva mirada

Tercera Feria del Libro de Santo Tomás: una continuación prometedora

Por: Iván Fontalvo

Concluyó la tercera versión de la Feria del Libro de Santo Tomás. Ha sido el primer sorbo consistente de cultura del que disfrutamos en el municipio y sus alrededores después de la pandemia por COVID-19. El evento, tal como lo expresaron sus organizadores, implicó una planificación de más de ocho meses. Era, en su momento inicial, una semilla espontánea que pretendía retomar la estela de las dos primeras versiones del evento, impulsadas por personalidades del municipio como el escritor Aurelio Pizarro —hoy radicado en España—, y eternos amigos de la cultura como los también escritores Pedro Conrado y Julio Lara, y el abogado Giancarlo Silva. Desconozco los entresijos administrativos tanto de aquellas empresas iniciales como de la más reciente, así que ofrezco excusas adelantadas por si algún nombre se me queda en el tintero. Tengo claro, eso sí, que para esta tercera versión, ante la forzosa ausencia de Pizarro, el testigo fue tomado por la escritora Tatiana Guardiola, el comunicador Moisés Carrillo, el docente Jorge Charris y los ya citados Julio, Pedro y Giancarlo. También aquí se me escapan un par de nombres igual de importantes que agradezco que sean señalados por el primer lector que identifique la falta, pues merecen ser igualmente reconocidos. En la medida en que la iniciativa ganó fuerza, la administración municipal —en cabeza del alcalde Tomás Guardiola— y la Secretaría de Cultura del Departamento del Atlántico —a cargo de la siempre comprometida Diana Acosta— ofrecieron su apoyo invaluable para que el evento ampliara sus horizontes y se convirtiera en una fiesta de alcance nacional.

            Fue así como tuvimos el privilegio de escuchar a William Ospina —el más grande escritor colombiano vivo, en mi opinión— en entrevista con Ariel Castillo, a la escritora Carolina Alonso, al cineasta, músico y narrador Kahin Escaf, a ilustres literatos porteños como Juan Miranda, al psiquiatra samario Haroldo Martínez, al caballeroso Julio Olaciregui y a las poetizas Nohora Carbonell y Dina Luz Pardo, por citar algunos nombres foráneos. Santo Tomás, por su parte, estuvo inigualablemente representada por el gran Ramón Molinares, Pedro Conrado, Julio Lara, Tatiana Guardiola, Alberto Redondo, Pablo Caballero, Pedro Badillo, Jorge Charris, Rosa Navarro y Amílkar Caballero, entre muchos otros que sabrán disculpar mi memoria de pájaro.

            Sin lugar a dudas, la agenda estuvo nutrida, y me faltaría mucho espacio para mencionar las innumerables actividades que a lo largo de los tres días de feria se llevaron a cabo en los distintos pabellones propuestos. Este comentario debería bastar para señalar el éxito del evento, pero una valoración semejante debe ser considerada en su justa medida, trascendiendo lo evidente. Si bien más de dos mil personas asistieron al pabellón central, los espacios favorecieron el diálogo entre autores y lectores y se respiró siempre un aire de efusividad que señala que el camino empezado es el correcto, el triunfo de la Tercera Feria del Libro de Santo Tomás no fue rotundo.

A mí, por ejemplo, me quedaron faltando más estands, más escuela, más estructura, algunos nombres. La limitada oferta de libros estuvo afeada por los precios de los textos comerciales. Compré El año del verano que nunca llegó, de William Ospina, en $42.000 y Misery, deStephen King, en $46.000. Ambos libros, en la página web Buscalibre (recomendadísima, por cierto), se venden —con envío gratis— en $28.980 y $30.360, respectivamente. Por otra parte, los colegios del pueblo no se vincularon tan activamente como hubiera esperado y toda la programación de la feria estuvo marcada por un inicio excesivamente tardío de los eventos.

También faltó más promoción. Las redes sociales no bastaron para convocar ampliamente al público, e históricas y efectivas estrategias de promoción, como los perifoneos y los pendones, no fueron empleados. La divulgación casi sobre el tiempo de los cronogramas dificultó que muchas personas se enteraran con la debida anticipación y fue una de las principales causas de que la afluencia de personas no fuera mayor. Pero, sobre todo, me faltaron los nombres de algunos escritores locales en la programación, en los stands, en los homenajes.

Los más evidentes: Tito Mejía, Mario Molinares y Aurelio Pizarro. Estos hombres de letras del municipio no pudieron estar presentes por diversas razones (en algunos casos médicas, en otros espaciales), pero me resultó especialmente doloroso no encontrar sino algún que otro texto de Mario exhibido entre los estantes y escuchar escasas menciones de los nombres de los tres durante las intervenciones de algunos amigos. El día martes, a penas dos días antes del inicio de la feria, recibí el cronograma y encontré, por ejemplo, que uno de los pabellones de la feria llevaba mi nombre. Aunque agradecí el gesto con el corazón, entiendo que lo más justo habría sido que alguno de estos tres autores que cito se llevara tal reconocimiento. Ellos ya escribían cuando yo solo tenía mente para Los Caballeros del Zodíaco y Dragon Ball Z. Sin embargo, muy en esa línea está uno los grandes aciertos de la feria: el homenaje que se le realizó a Julián Acosta —el poeta, el decimero, el actor, el comediante—, nombrando el pabellón central del evento en honor a él. Tanto el maestro, como sus familiares y amigos, merecían un gesto semejante.      

 Está de más decir que negativas notas al margen no alcanzan a opacar todo el trabajo sacrificado de los organizadores, ni las muchas cosas que se hicieron bien. Gracias a la Tercera Feria del Libro de Santo Tomás, admiradores de William Ospina pudimos conversar con él personalmente, nos acercamos al tallo histórico del boyo de yuca —una de nuestras tradiciones más bellas— y pudimos escuchar conferencias que bien podrían salvar el mundo, como la dictada por la especialista en promoción de lectura Liliana Martes.

  Sueño con la institucionalización de la feria, con que todos podamos aprender de los fallos y con que puedan repetirse los aciertos. No desconozco las eternas limitaciones presupuestales, los casi inevitables fallos logísticos y la impertinencia del clima, pero estoy seguro de que, bajo la premisa del aprendizaje experiencial, la Feria del Libro de Santo Tomás reclamará un lugar protagónico e inamovible en la agenda cultural del Caribe colombiano en el futuro cercano.