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mayo 12, 2025

La Primicia Noticias

Una Nueva mirada

Los impuntuales 

Por: Pedro Conrado Cudriz

Los impuntuales no se disculpan a pesar de llegar tarde a la cita. Parecen invitados a una fiesta de disfraces. Esta es la razón por la que los europeos no quieren hacer negocios con los latinoamericanos, porque son indisciplinados en las citas y, además, lisos, amigotes.   

La costumbre de la impuntualidad es un paraguas inútil contra el sol, ella ya ha hecho carrera en todas partes. Es decir, ya forma parte de la cultura negra del entorno.  

-No te preocupes, me dice Juan del otro lado de la línea del celular. Todos llegamos tarde. Estoy llegando en media hora más o menos.   

Y ni siquiera es la aplicable indulgencia española de los diez minutos, la gabela para los que tendrán algún contratiempo en el camino.  

Yo acostumbro a llegar quince minutos antes a la cita, lo que implica esperar más de media hora. Si estuviera en casa, este tiempo sería soberanamente mío, lo que quiere decir, que yo podría hacer con él lo que me viniera en gana: dormir, sentarme en un taburete en la puerta del mundo, leer o ver televisión. Haría cualquier cosa nimia.   

El otro tiempo, es el de la reunión, no es mío. Tengo que esperar observando cuan larga es la calle, o sacar mi diario para repasar cualquiera de los pensamientos consignados en él. O sacar un libro de bolsillo, que siempre cargo, para suplir estas situaciones oscuras de nuestra vida cotidiana.  

Creo que, así como todas las profesiones tiene su marco deontológico, las relaciones de amistad, las circunstanciales y las de trabajo deberían contener también su marco ético.  

¿Qué sentimientos me embargan mientras espero? La mezcla es una amalgama de colores, que va de la resignación a la tristeza, de la impotencia al pico doloroso de la adaptación. Y siento que el otro o los otros desprecian mi tiempo (alguien lo intenta acribillar) y en este caso, la indisciplina es un crimen como robarles la comida a los niños, maltratar un animal, jugar con los sentimientos de la pareja, dejar esperando a Rocío, no asistir mensualmente a las citas del colegio donde estudian los hijos, etc.  

También me desespero y me reprimo para que el juez que llevo dentro no asome la cabeza para juzgar al infractor. Mea culpa.  

No sé, quizá la vida lenta del pueblo nos ha contaminado y finalmente terminamos creyendo que no se van caer los cocos porque lleguemos tarde a la cita. Puede ser el intento de explicar lo inexplicable. Son los pensamientos del acomodo, o los de la adaptación. Cualquier intento de cambio será tildado inconscientemente de amenaza.  

Yo acostumbro a observar el rostro para rastrear las huellas de la vergüenza o la pena en los ojos del infractor. Y espero una disculpa, que es la que podría disparar la conciencia del incumplimiento, el sonrojo de la vergüenza.  

Aquí, en este ambiente de indisciplinados, que alguien sea un adelantado es una hazaña, pero no es noticia. Hay que morder el perro para ello.   

En una entrevista – no recuerdo dónde – María Kodama, compañera de Jorge Luís Borges, ante una pregunta sobre la impuntualidad dio la siguiente respuesta:  

“A Borges le gustaba estar conmigo porque yo había recibido una educación distinta. Una educación japonesa basada en el respeto, en la cortesía y la puntualidad, que es el respeto a la vida del otro. Mi padre me dijo una vez que yo nunca debía llegar tarde a una cita porque estaba tomando la vida de la otra persona y no tenía derecho. Si esa persona quería pasar dos horas mirando el techo, era su vida, pero yo no podía hacerla esperar dos horas…”    

Cordialmente, 

Pedro Conrado Cudris.Sociólogo con 

Especialidad en Gerencia Social

Escritor – Poeta – Columnista

Cel. 310-3646567 

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El mar., 6 sep. 2022, 7:13 a. m., pedro conrado <pedrocudriz@hotmail.com> escribió:

Saludo, Edwin 

Los impuntuales 

Los impuntuales no se disculpan a pesar de llegar tarde a la cita. Parecen invitados a una fiesta de disfraces. Esta es la razón por la que los europeos no quieren hacer negocios con los latinoamericanos, porque son indisciplinados en las citas y, además, lisos, amigotes.   

La costumbre de la impuntualidad es un paraguas inútil contra el sol, ella ya ha hecho carrera en todas partes. Es decir, ya forma parte de la cultura negra del entorno.  

-No te preocupes, me dice Juan del otro lado de la línea del celular. Todos llegamos tarde. Estoy llegando en media hora más o menos.   

Y ni siquiera es la aplicable indulgencia española de los diez minutos, la gabela para los que tendrán algún contratiempo en el camino.  

Yo acostumbro a llegar quince minutos antes a la cita, lo que implica esperar más de media hora. Si estuviera en casa, este tiempo sería soberanamente mío, lo que quiere decir, que yo podría hacer con él lo que me viniera en gana: dormir, sentarme en un taburete en la puerta del mundo, leer o ver televisión. Haría cualquier cosa nimia.   

El otro tiempo, es el de la reunión, no es mío. Tengo que esperar observando cuan larga es la calle, o sacar mi diario para repasar cualquiera de los pensamientos consignados en él. O sacar un libro de bolsillo, que siempre cargo, para suplir estas situaciones oscuras de nuestra vida cotidiana.  

Creo que, así como todas las profesiones tiene su marco deontológico, las relaciones de amistad, las circunstanciales y las de trabajo deberían contener también su marco ético.  

¿Qué sentimientos me embargan mientras espero? La mezcla es una amalgama de colores, que va de la resignación a la tristeza, de la impotencia al pico doloroso de la adaptación. Y siento que el otro o los otros desprecian mi tiempo (alguien lo intenta acribillar) y en este caso, la indisciplina es un crimen como robarles la comida a los niños, maltratar un animal, jugar con los sentimientos de la pareja, dejar esperando a Rocío, no asistir mensualmente a las citas del colegio donde estudian los hijos, etc.  

También me desespero y me reprimo para que el juez que llevo dentro no asome la cabeza para juzgar al infractor. Mea culpa.  

No sé, quizá la vida lenta del pueblo nos ha contaminado y finalmente terminamos creyendo que no se van caer los cocos porque lleguemos tarde a la cita. Puede ser el intento de explicar lo inexplicable. Son los pensamientos del acomodo, o los de la adaptación. Cualquier intento de cambio será tildado inconscientemente de amenaza.  

Yo acostumbro a observar el rostro para rastrear las huellas de la vergüenza o la pena en los ojos del infractor. Y espero una disculpa, que es la que podría disparar la conciencia del incumplimiento, el sonrojo de la vergüenza.  

Aquí, en este ambiente de indisciplinados, que alguien sea un adelantado es una hazaña, pero no es noticia. Hay que morder el perro para ello.   

En una entrevista – no recuerdo dónde – María Kodama, compañera de Jorge Luís Borges, ante una pregunta sobre la impuntualidad dio la siguiente respuesta:  

“A Borges le gustaba estar conmigo porque yo había recibido una educación distinta. Una educación japonesa basada en el respeto, en la cortesía y la puntualidad, que es el respeto a la vida del otro. Mi padre me dijo una vez que yo nunca debía llegar tarde a una cita porque estaba tomando la vida de la otra persona y no tenía derecho. Si esa persona quería pasar dos horas mirando el techo, era su vida, pero yo no podía hacerla esperar dos horas…”