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abril 19, 2025

La Primicia Noticias

Una Nueva mirada

El ruido es un invasor pavoroso y temible 

“Las fiestas con música a todo taco no tienen límites de lugar, ni horario, ni fecha en el calendario. Cualquier día y hasta la hora que les dé la gana.” Héctor Abad Faciolince  

Por: Pedro Conrado Cudriz

El silencio es un lujo en Colombia, y no es un aislamiento voluntario, tampoco es la ausencia absoluta de sonidos mientras el corazón late como un gato en la cocina; es el encuentro con algo todavía más bello aún, el encuentro con la naturaleza y la vida interior del hombre. Quien no comprenda esto – o no lo desee entender, como ocurre en cualquier área geográfica preñada de ruidos, estará dispuesto a fusilarnos o a levantarnos a trompadas, o amenazarnos de muerte como contó Héctor Abad Faciolince en su columna del domingo en El Espectador, titulada El infierno tan temido: “Te vamos a matar gonorrea, hijueputa, malparido”. 

Hago un paréntesis revelador: En un conversatorio de amigos, el logorreico viola el silencio, porque desconoce que el valor de la escucha y la pausa es el anhelado silencio para continuar conversando sin perturbarnos. Porque el silencio es el que relieva el valor del lenguaje o el de la palabra. Cuando se desconoce esta norma la palabra cae a un segundo plano por efectos del hablador.  

El silencio es el producto del lenguaje o del habla, dijo Becket. 

¿De qué habla el que habla? ¿Si el ignorante ignora su ignorancia con relación al ruido, qué valor pueden tener sus palabras, sus amenazas?  

Lo increíble es que si este picotero duró nueve meses en el vientre de su madre y lo ignora, es posible que termine despojado del poder humano del silencio y de aquel bello recuerdo. Y estará entonces incapacitado para la convivencia humana. Este desconocimiento lo coloca en un área peligrosa, porque va a terminar violando las fronteras de lo públicamente permitido. 

La cantina es el negocio corruptor del silencio y está amparada en los intereses exclusivos del dueño, lo que implica una grande mentira, porque nadie está obstaculizando el negocio. Lo que el vecindario quiere y requiere es el respeto al silencio del espacio público, que es de todos. Es necesario y justo recordar al filósofo Jean-Paul Sartre, que decía: “Mi libertad se termina dónde empieza la de los demás,” o el mismo Kant: “… el derecho es el único principio posible de la paz perpetua.” 

Estamos invocando el respeto al derecho ajeno. 

El fin del negocio no es solo hacer plata -filosofía capitalista agotada hoy -, va más allá de lo que piensa el empresario, porque éste está obligado a pensar en el barrio. Es decir, cuál es su compensación, o responsabilidad social con el entorno. ¿Cuál es su aporte? No hay manera de mentir, la cantina es una molestia social: el ruido, afea el área geográfica y lo desvaloriza, esa es la razón para ubicarlas en las zonas de tolerancia.  

La nuestra no es una sociedad absolutamente civilizada, pero tampoco es una sociedad salvaje. Todavía hay muchos conciudadanos en Santo Tomás con la suficiente sensibilidad social para advertirnos que normalizar el ruido va contra los derechos humanos de todos. Cuando el ruido nos invade nos arranca de un tajo la tranquilidad personal, familiar y barrial. Es una invasión interna pavorosa, porque no nos podemos concentrar en leer un libro, o en ver un programa de televisión, o en conversar en paz en casa con los otros, o en escuchar la música que nos gusta.  

Pienso en lo que apuntó acertadamente Catalina Uribe Rincón, el sábado en El Espectador – Jóvenes con poco ocio-, que la ciudad debe educarnos para disfrutarla desde todos los ángulos: en seguridad, en silencio, al caminar, al ir al cine, al montar en cicla, al salir de la universidad sin ninguna clase de perturbación o peligro. 

El ruido no comunica, todo lo contrario, separa. El silencio es neutro y sin embargo espera la acción humana, una acción que no enferme ni perjudique al vecindario. ¿Por qué el yo ignorante se quiere imponer al yo plural sensible? ¿Es la ignorancia y su lógica no común más poderosa que el derecho de todos? 

¿Por qué el ruido, o el grito, molesta al vecindario? ¿Qué clase de sujeto vive dentro del grito o el ruido? ¿Es incapaz el picotero o el cantinero de evaluar su propia experiencia? ¿Conoce los efectos que el ruido le produce a la salud mental de los humanos? ¿Por qué el hombre salvaje – el que vive por fuera de la norma – opta por el grito? ¿Por qué eligió el ruido si existen otras opciones? ¿Su mente no le exige el silencio? Y sí no quiere emanciparse del ruido ¿Por qué persiste en ser esclavo del grito? 

Adenda: prepárese para la Feria del libro en Santo Tomás en septiembre, los días 16,17 y 18.