Por: Pedro Conrado Cudriz
Hablar en contra de Dios en una sociedad fanáticamente religiosa, es de alguna manera colgarse una lápida o padecer alguna clase de muerte espiritual en el barrio. Un amigo mío, que tiene ya varios textos sobre el tema, los tiene entre llaves porque teme sentir los gestos de intolerancia de conocidos y desconocidos.
Mil reproches.
No es cobardía, es paciencia. Él cree que algún día será un tema de discusión, tan común como la misma política, o será dado en conversaciones de cocina como ocurre con la cocción de espaguetis.
Algo parecido ocurrirá algún día con el tema del suicidio.
Antes de Nietzsche, Dostoievski ya hablaba de un tiempo sin Dios. La controversia viene tal vez desde el Renacimiento, un movimiento de ruptura filosófica y humanista plantado en la recuperación del centro de la vida por parte del hombre, desplazando a Dios del dominio de la tierra.
Nietzsche, adopta la filosofía renacentista para liberar al hombre de la tiranía del Señor. Descuadernó la concepción del pecado y reflexionó sobre la prisión del pensamiento ideológico por parte de las iglesias. El pecado es el instrumento de la dominación política-religiosa, no hay duda. Su concepción del superhombre la crea para recuperar la voluntad creadora del ser humano. El hombre debe reinventarse si quiere liberarse de las cadenas de Dios. Y exhorta al hombre para que sea fiel a la tierra y no al cielo.
En esta línea de pensamiento lo que van a leer enseguida no es una apología a la muerte de Dios, que Nietzsche ya zanjó desde su época. Mi propuesta, que está contenida en mi novela inédita El diario de las pequeñas cosas, es para ejercitar la reflexión sobre los posibles factores que llevaron a la muerte del Señor.
La muerte de dios
El cura: Se murió Dios
Franco: ¿Dónde será velado?
El cura: No se sabe todavía.
Franco: ¿No se sabe? Un ser tan importante y todavía no conocemos el lugar del ritual mortuorio.
El cura: No, no se sabe.
Franco: Algo debe estar pasando para que estas cosas ocurran.
El cura: Nada, nada nos está ocurriendo; sólo la invasión de la insignificancia.
Franco: Aunque usted no lo crea, padre, algo indetectable nos debe estar ocurriendo.
El cura: ¿Tú qué crees?
Franco: Creo que ya no somos transcendentales. El pragmatismo nos ha hecho mucho daño.
El cura: ¿El pragmatismo?
Franco: Bueno, no es que nadie quiera perder, es que la utilidad, el dinero, lleva la bandera de la vida y a ella le apostamos. Para los cristianos del montón Dios no les aporta nada para la felicidad en la tierra. De ahí el reemplazo y el abandono en el dios dinero. Ya no nos interesa la simbología, no porque sea mala, sino porque no la comprendemos, y Dios es un símbolo muy elevado que nos aleja de la ganancia concreta.
El cura: No quiero creer lo que dices. ¿Es serio?
Franco: Claro, aunque usted vea las iglesias repletas de cristianos, o evangélicos, van a las iglesias a lucir la moda, el poder del dinero.
El cura: Y eso que Dios todo lo ve y todo lo sabe.
Franco: Desde Nietzsche, su inmortalidad, su omnipotencia han sido sometidas a la duda metódica, padre. Y dígame ¿Cuál es su prueba aportante de la existencia de Dios?
El cura: Ninguna, no es necesario.
Franco: Claro para usted, el caso es que hay que darle cristiana sepultura.
El cura: De acuerdo, está muerto.
Franco: Pero desconocemos la casa funeraria.
El cura: Creo que como en todo lo de Él, su funeral será simbólico y cada corazón humano se sobrecogerá de tristeza por mucho tiempo.
Franco: Ya se inició el ritual del sepelio, padre, nadie lo carga, pero va camino al cementerio.
El cura: Duro.
Franco: Hasta los niños, padre, dudan de él y para otros chavales ya está muerto.
Pedro muy valiente tu escrito