Por: Pedro Conrado Cudriz
Son las cinco de la mañana y escribo pensando en los niños y jóvenes que asisten todos los sábados al taller de lecto-escritura en la biblioteca municipal de Santo Tomás. (1) Son los ángeles de la poesía que nos regresan la fe y la escabullida esperanza, mientras el mundo estrafalario que conocemos todavía se ahoga en el vaso con agua. Escribo automáticamente en tanto mi cerebro se conecta misteriosamente con imágenes e ideas, frases y recuerdos que vienen de una vida compartida con amigos, desconocidos y seres amados.
Con el pasado y el presente.
Si no me levanto a las cinco de la mañana y tengo la voluntad de escribir estas notas, nunca hubiesen sido creadas. A los asistentes al taller les he dicho en varias ocasiones, que hay que intentar alguna cosa para saber si podemos crearla.
La inactividad o la no-acción es depresiva, paralizante. Las drogas que nos puede salvar son la lectura y la escritura.
Es un hábito como lavarse la boca tres veces al día. El que quiere, quiere si lo desea. Cuando lo dejamos de hacer, el cuerpo termina cobrándonos el abandono, o como me dijo el escritor Ramón Molinares Sarmiento una tarde de sombras en la puerta de su casa: “Si no leo se despierta el sentimiento de culpa dormido en la cama.”
La necesidad de la escritura me ha llevado a escribir más de doscientas columnas y a leer más de doscientos libros en mi vida intelectual. Una acumulación de textos inocentes sobre realidades diversas, históricas, sociológicas, o filosóficas. Escribir es hurgar en la memoria lo que vive allí estacionado, escondido y perdible, lo volátil, el aire sofocado en una sílaba, en un verbo, o en una frase.
Sí, escribir es un reto dantesco, pero también es un ensayo, porque algo puede salir mal y entonces se tiene que recurrir al canasto de la basura. Es decir, otro hijo mal engendrado que se lo lleva el aborto.
He intentado escribir sobre un extraterrestre, pero me ha sido imposible comunicarme con él. Le he mandado mensajes por Gmail porque el correo tradicional a lo mejor no tiene una oficina que despache tan lejos, más allá de las estrellas. Me satisface eso sí que exista y que no sea otro problema más para los terrícolas. Le pedí el favor, con un mensaje enviado en un transbordador y en una botella al aire, que no nos visitará para evitar el horror en los rostros de amigos y desconocidos. Si no nos entendemos entre humanos, entre terrícolas y extraterrestres la cosa sería peor.
A los talleristas les digo que uno debe leer y escribir con todos los sentidos y sin excluir la imaginación, que es la almendra humana para escribir cuentos, novelas, poesías, ensayos, guiones para cine, grafitis, aforismos y cómics. Y hay que intentarlo, una y otra vez.
Genial..